DiócesisHomilías Mons. Dorado Viernes Santo Publicado: 25/03/2005: 930 Viernes Santo Ciclo A. Año 2005 1.- “El Viernes y el Sábado Santo la Iglesia permanece en la contemplación del rostro ensangrentado de Cristo en el cual se esconde la vida de Dios y se ofrece la salvación del mundo... La contemplación del rostro de Cristo en la hora de la Cruz... nos lleva a acercarnos al aspecto más paradójico de su misterio. Misterio en el misterio, ante el cual el ser humano ha de postrarse en adoración”. (NMI 28 y 25). Hasta aquí las palabras del Papa en su última Carta Pastoral, en que nos invita a ser contemplativos del rostro de Cristo. Queridos hermanos: Hoy, Viernes Santo, es un día para la adoración y para el silencio. Un día para dejar que el amor y la gratitud empapen profundamente nuestro corazón. Queremos estar junto a la Cruz y dar tiempo al asombro, a la gratitud y al arrepentimiento al contemplar al Hijo de Dios, hecho hombre, maltratado y ajusticiado en una Cruz. “Nunca acabaremos de conocer la profundidad de este misterio” (NMI, 25). 2.- Es tiempo para considerar los sufrimientos externos y físicos del Señor: la agonía en el huerto de los olivos, su prendimiento, la humillación, los azotes, las espinas, el penoso caminar hacia el Calvario con la Cruz a cuestas, el dolor terrible de la Crucifixión y el martirio de su lenta agonía. “Pero antes aún y mucho más que en el Cuerpo, su pasión es sufrimiento atroz del alma” (NMI, 26). Por eso hay que entrar más adentro. Jesús, en la Cruz, aparentemente desesperado, da un grito de dolor: “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?” ¿Es posible imaginar un sufrimiento mayor, una oscuridad más densa?, se pregunta el Papa. Este hombre, Jesús, cuyo mayor tesoro es Dios, su Padre, experimenta la mayor de las orfandades, la mayor de las soledades, la mayor de las tentaciones. Cuando todos le condenan, Dios, su Padre, no le saca la cara. Cuando todos le abandonan, Dios, se esconde y calla. Sólo quien ha experimentado la presencia del Padre en su vida puede comprender algo del vacío, de la oscuridad de la desolación que supone para Jesús la ausencia de Dios, el abandono de su Padre. Es el máximo sufrimiento del Señor. Os invito a adivinar los sentimientos de Jesús en la Cruz. Por muchos que sean los dolores, lo que nos redime no es el dolor físico, sino el amor y la piedad con que el Señor vive estos acontecimientos a través de su pasión y muerte. Vista la pasión desde dentro, es un milagro de piedad, de mansedumbre, de fortaleza y de esperanza. Éste es el camino interior por el que Jesús alcanza su propia consumación como sacerdote y Salvador de la humanidad y del mundo. Éste es el camino secreto que Él nos ha dejado abierto para nuestra propia salvación. En la Cruz y en la muerte de Cristo todo nos habla del amor. Amor de Cristo que obedece y mantiene su fidelidad por amor. Amor de Dios que permite el dolor y la muerte de su Hijo para que quede abierto ante nosotros un camino de salvación. 3.- Por eso, en la Cruz de Jesús se nos revela Dios de cuerpo entero. Si queremos saber quién es y cómo es el Dios Padre de Jesús, no tenemos mejor ángulo que la contemplación del Crucificado. Dios se nos revela en la Cruz de Jesús: - como Aquel que quiere compartirlo todo. Es el único hombre absolutamente inocente; pero carga no sólo con nuestra debilidad; también con nuestros pecados. Dios en la Cruz de Jesús asume nuestros pecados. No sabemos ni entenderlo ni explicarlo. Pero es verdad. Dios quiere tratar a su Hijo como lo merece un pecador. - Dios se nos revela en la Cruz de Jesús como Aquel que no quiere usar, ni siquiera para defenderse, su poder, sino su amor. El amor de Dios se nos revela como un amor desarmado que no quiere responder a la violencia con la violencia, sino con la mansedumbre. - Dios se nos revela en la Cruz de Jesús como Aquel que salva “desde dentro” (haciéndose hombre) y “desde abajo” (bajando hasta la muerte en la Cruz). La muerte de su Hijo nos vivifica. Su debilidad nos fortifica, su fracaso nos da la victoria. Su hundimiento nos libera. Por eso San Juan llama “exaltación” a la Crucifixión. La Cruz de Jesús es “gloria de Dios” porque nos revela quién es Dios y cómo es Dios. La elevación de Cristo sobre ella es, sí, su máximo abatimiento, pero también una exaltación que quedará confirmada en la madrugada de la Resurrección. 4.- Ahora, cuando adoremos la Cruz de Cristo, le daremos gracias de todo corazón por haber ofrecido su vida por nosotros. Cada uno de nosotros podemos decir, como San Pablo: “Me amó y se entregó por mí”. Por eso, Señor, ahora te amamos y queremos poner nuestra vida en tus manos, vivir para Ti, ser verdaderos discípulos tuyos y apóstoles de tu Evangelio. “Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo”. + Antonio Dorado Soto, Obispo de Málaga Diócesis Málaga @DiocesisMalaga Más artículos de: Homilías Mons. Dorado Solemnidad de Cristo ReyUna consagración apasionada Compartir artículo Twitter Facebook Whatsapp Enviar Imprimir