María sale temprano en busca de Jesús, movida por el amor agradecido a Quien le salvó de la condena a muerte por adulterio. Nosotros, como ella, hemos podido confesar nuestros pecados durante la Cuaresma y Semana Santa para nacer de nuevo a la vida espiritual. Si aún no lo hemos hecho, estamos a tiempo de acudir al sacramento de la reconciliación y recibir a Cristo en la Comunión.

Dios desea compartir su vida con nosotros incluso después de la muerte. Quiere aparecerse a todos aquellos que se esfuerzan en buscarlo. Él, que vino una vez a darlo todo -hasta la última gota de su sangre- por nosotros, sigue acompañando en el dolor y en la alegría a todos los que le sirven y buscan con la fe y presteza de los primeros discípulos. ¿Qué hacemos o estamos dispuestos a hacer nosotros por Él?

Su vida y la de sus seguidores pasa por la cruz, pero no se acaba ahí. Él venció al sufrimiento con su entrega generosa, al dolor con su amor infinito, y a la muerte con su Resurrección gloriosa. Su vida, Muerte y Resurrección son el reflejo de lo que ha de ser nuestro camino, verdad y vida. ¿Sabemos encontrarnos con Él en el gozo y en la fatiga de cada día, o pasamos de largo e ignoramos al único que da sentido a nuestra existencia? Pidamos que nada ni nadie nos separe nunca de Él, que sepamos salir
siempre a su encuentro y compartamos con todos la alegría de nuestra fe y la esperanza en la Resurrección.