Las cosas de Dios hay que tomárselas en serio. No está el mundo para demasiadas frivolidades. Y hay quien tiene más tonterías que un mueble-bar. No sabemos el día ni la hora. Y la holgazanería o dejadez son incompatibles con el Evangelio. La fidelidad y solicitud sí son aliadas del mensaje evangélico porque a quien de verdad ama no le da igual ocho que ochenta. Quien se siente amado no queda indiferente. Quien reconoce la acción de Dios en su vida no demora lo que debe hacer. Busquemos con ansia, como la cierva busca corrientes de agua, al Dios vivo que es amor. Y que nos ama por lo que somos. Sabiéndonos amados, convertiremos sin dilación en amor todo lo que hagamos.