El Reino de Dios es causa de nuestra alegría. Disfrutarlo, conocer sus secretos o implantarlo a nuestro alrededor con lo que somos y tenemos ofrece la oportunidad de vivir de manera preciosa. Lástima que a diario exista el riesgo de perder la conciencia de este don que supone ser conocedores del proyecto de Dios para con el hombre y la mujer. La alegría que supone colaborar con el plan de Dios es incomparable confrontada con la alegría que puede ofrecer el mundo y sus planes. Es todo un reto que nos impulsa a la liberación integral del ser humano atado a las cadenas del pecado. O, lo que es más grave, de la corrupción moral.