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La fiesta de los Reyes Magos

Publicado: 06/01/2002: 1261

Pastoral de Mons. Dorado Soto Fiesta de la Epifanía
 

La fiesta entrañable y popular de los Reyes, en la que tenemos por costumbre repartir regalos, especialmente a los niños, tiene un profundo sentido para los cristianos. Es la Epifanía, la manifestación del Señor a los pueblos gentiles, representados en estos simpáticos personajes. Posiblemente se dedicaban al estudio de los astros y escucharon la llamada de Dios a través de una estrella. Nosotros los llamamos Reyes Magos y les damos los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar, que simbolizan a todos los pueblos de la tierra. Es una manera de proclamar que el Mesías vino para salvación de todos los hombres, sin distinción de razas o nación.

Antes de su ascensión a los cielos, Jesucristo nos encomendó a sus seguidores la misión de dar esta Buena Noticia a todo el mundo: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28, 19). Desde entonces, venimos proclamando el Evangelio con obras y palabras, y la Epifanía viene a recordarnos este compromiso: tenemos que evangelizar.

Hoy deberíamos dirigirnos a los bautizados de nuestras parroquias, que, siendo personas fundamentalmente buenas y religiosas, apenas conocen a Jesucristo. En mi reciente Carta Pastoral “En tu nombre, Señor”, insisto en la importancia de fomentar el catecumenado de adultos, el estudio de la Biblia y el discernimiento evangélico para interpretar los signos de los tiempos a la luz de la Palabra de Dios. Y es que numerosos miembros de la Iglesia no han recibido una formación cristiana básica para vivir su fe con la hondura que requieren las cosas del Señor.

Por otra parte, hay padres que tienen una buena formación cristiana y que se han ido alejando de la comunidad. No es raro que se vuelvan a plantear su vida de fe con ocasión del bautismo y de la primera comunión de sus hijos o de la enfermedad de un ser querido. Es un deber de todos, especialmente de los responsables de los servicios parroquiales, aprovechar estas ocasiones para desarrollar una pastoral de acogida más viva y cercana. Puede ser el medio del que se sirve hoy Dios para hacer que su palabra resuene de nuevo en el corazón de estos hermanos. Estoy convencido de que casi todos tenemos experiencias de este tipo.

Pero en nuestro tiempo, la llamada de Dios no suele llegar a través de las estrellas, de la belleza del mar o de la montaña, sino por medio de los acontecimientos de la existencia y la situación de las personas. Especialmente, por medio del testimonio de fe de los creyentes, por el cuidado que dispensamos a los enfermos, por la atención a los pobres y por la cercanía a los que sufren. Es decir, por una fe viva que alegra nuestro corazón y libera las mejores energías para amar a Dios y al hombre de manera concreta, a la par que denunciamos las injusticias, promovemos el derecho y damos a conocer a Jesucristo. El Jesús que se presentó a sí mismo en la sinagoga de Nazaret con aquellas palabras inolvidables: “El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva, a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4, 18-19).

+ Antonio Dorado,
Obispo de Málaga.

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