DiócesisCartas Pastorales Mons. Dorado

El Espíritu nos renueva

Publicado: 08/06/2003: 915

Pastoral de Mons. Dorado en la
Fiesta de Pentecostés


En un escrito cristiano antiguo, posiblemente de finales del siglo II, que lleva por título Carta a Diogneto, se afirma que los cristianos “viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el cielo. Obedecen las leyes establecidas, y con su modo de vivir superan estas leyes. Aman a todos, y todos los persiguen. Se los condena sin conocerlos. Se les da muerte, y con ello reciben la vida. Son pobres, y enriquecen a muchos; carecen de todo, y abundan en todo. Sufren la deshonra, y ello les sirve de gloria; sufren detrimento en su fama, y ello atestigua su justicia. Son maldecidos, y bendicen”. 

Nuestra situación actual es muy diferente, pues vivimos en un mundo civilizado. Pero no podemos olvidar, como ha dicho Juan Pablo II, que la presentación sesgada de la fe, la burla, la ironía y el rechazo social han sustituido hoy a los clásicos instrumentos de tortura. También nosotros vivimos como extraños en un mundo que intenta silenciar a Dios y extirpar del corazón del hombre todo lo que evoque al Evangelio. Sin embargo, el Espíritu Santo, que se nos ha dado en el bautismo, nos impulsa a ser testigos de amor, de fe y de esperanza en la vida diaria; a ser sal que sazona la existencia humana con el buen sabor de Jesucristo; y a ser fermento que alumbra nuevas esperanzas incluso en las situaciones menos favorables. 

Porque es Él, el Espíritu Santo, el que renueva a la Iglesia sin cesar y abre caminos en medio del desierto de valores en que vivimos. Es Él quien ha impulsado a muchos de los nuestros, a través de Cáritas, a dar respuestas creativas a las personas que malviven en la calle, a los enfermos de SIDA para los que no hay un puesto en ningún sitio, a los jóvenes enganchados a la droga. Él pone en pie a la Iglesia cada mañana y, por medio de los profesores cristianos, catequistas y miembros de los movimientos apostólicos sigue proclamando el Reino de Dios con obras y con palabras. Él enciende con el fuego de su amor el corazón de algunos jóvenes y los impulsa a dejar un porvenir brillante para poner su vida, su saber y sus energías al servicio de los pobres.

Cuando se analiza la historia de la Iglesia sin prejuicios, se constatan ciertamente sus pecados, pero se descubre enseguida que donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia. Nadie medianamente informado ignora esos movimientos sólidos de liberación integral que pusieron en pie San Juan Bosco, San Juan de Dios, San Vicente de Paúl, Santa Ángela de la Cruz y San Pedro Poveda, por citar

algunos ejemplos. A través de ellos, el Espíritu ha renovado a la Iglesia de su tiempo, como la sigue renovando actualmente por medio de miles de cristianos más o menos anónimos que viven a fondo el Evangelio en el servicio a los demás y que le siguen proclamando con obras y con palabras. 

Entre ellos, la Iglesia recuerda hoy a los miembros de los diversos movimientos apostólicos, que tratan de impregnar de valores y del espíritu evangélico los ambientes más dispares. El mundo sindical, el político, el universitario y el de las comunicaciones sociales son otros tantos foros en los que el apostolado asociado de la Iglesia pretende ser luz, sal y fermento vivificador. Y lo conseguirá en la medida en que sus miembros se abran al Espíritu Santo, que “conduce a la Iglesia a la verdad, la une en la comunión y el servicio, la construye y dirige con diversos dones jerárquicos y carismáticos y la adorna con sus frutos” (LG 4). 

+ Antonio Dorado,
Obispo de Málaga.

Diócesis Málaga

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