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El romano pontífice es el sucesor de Pedro

Publicado: 29/06/2003: 1065

CARTA PASTORAL DEL OBISPO DE MALAGA
EN EL DIA DEL PAPA

El Papa Juan Pablo II se ha ganado el cariño y la gratitud del Pueblo de Dios y de numerosas personas que no pertenecen a la Iglesia Católica. Su indiscutible autoridad moral, universalmente reconocida, brota de su profunda libertad y de su fecunda entrega a la causa de Dios y del hombre. A lo largo de su pontificado no ha ahorrado esfuerzos para profundizar en la implantación de los derechos humanos, para defender la vida en sus diferentes etapas, para denunciar la injusticia, para trabajar por la paz, para anunciar el Evangelio y para hablar de Dios.

El pueblo, de manera especial esa parte tan sensible que son los jóvenes, lo ha entendido y por eso acude a los encuentros con él. A muchos les llama la atención que un anciano provoque tanto entusiasmo cuando proclama el Evangelio de siempre. Él no necesita introducir ningún tipo de rebajas para que le escuchen y descubran la hondura de sus palabras, pues se constata enseguida que, al igual que Jesús, “habla con autoridad” y transmite su experiencia.

Los católicos hemos encontrado en Él un testimonio espléndido de servicio a la verdad, de libertad evangélica y de audacia para hablar de Jesucristo. En una etapa nada fácil de la historia humana, cuando la cultura reinante parecía más cerrada al Evangelio, la Iglesia Católica ha aumentado unos trescientos millones de nuevos miembros durante los últimos treinta años. Tenemos motivos sobrados para dar gracias a Dios por la vida y la impresionante tarea de este hombre providencial, el Papa Juan Pablo II.

Pero más allá que la persona concreta, hemos de descubrir la importante misión que le ha sido encomendada, pues como dice el Concilio Vaticano II, “es el sucesor de Pedro, a quien Cristo encomendó apacentar sus ovejas y corderos. Como tal, goza por institución divina, de una potestad suprema, plena, inmediata y universal para cuidar las almas. Él ha sido enviado como pastor de todos los fieles para procurar  el bien común de la Iglesia universal y el bien de cada Iglesia”. (Ch D. 2).

A veces, a un Papa le toca ejercer en tiempo de recolección y se ve la abundante cosecha que corona su misión. Otras veces, le corresponde pastorear al Pueblo de Dios en tiempos de siembra, y no son visibles los frutos de su trabajo fecundo y generoso. Lo que importa de verdad es  saber  descubrir  la acción  del

Espíritu en su importante tarea. La misión de Pedro y de sus sucesores consiste en mantener la unidad del Pueblo de Dios en la confesión de la misma fe y en la práctica del mismo amor; en fomentar la proclamación del Evangelio, de manera que llegue a todos los rincones de la tierra y a todos los ámbitos de la vida; y en presidirnos en la caridad, como dijo San Ignacio de Antioquía a comienzos del siglo II.

La celebración de la fiesta de San Pedro nos ofrece la ocasión propicia para reflexionar sobre la misión y la figura del Papa. Una reflexión que, guiada por el Espíritu, nos debe llevar a rezar por él, a descubrir de manera más profunda el misterio de la Iglesia; a sentirnos orgullosos de ser miembros del Pueblo de Dios, que nos acogió en su seno, nos alimenta con la Eucaristía y la Palabra y nos ha confiado la misión de vivir y anunciar el Evangelio en comunión con el sucesor de Pedro.

Juan Pablo II es un hombre, y como tal tiene sus limitaciones; pero es un hombre de Dios, a quien Jesucristo le ha  encomendado la tarea de confirmarnos en la fe y es lo que está haciendo con entrega y generosidad admirables.  Como signo de afecto, os propongo seguir rezando por Él, profundizar en el sentido de la comunión eclesial y colaborar generosamente en la colecta que se realiza el día de San Pedro en todas las misas. Es un dinero que luego enviaremos al Santo Padre, para que siga ayudando a los más pobres allí donde le reclamen el sufrimiento de sus hijos y la grandeza de su alma. 

+ Antonio Dorado,
Obispo de Málaga.

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