DiócesisCartas Pastorales Mons. Dorado

Jesucristo, el primer y más grande misionero del Padre

Publicado: 22/10/2000: 3692

Pastoral de Mons. Dorado
Domund

Los misioneros, esa legión de hombres y mujeres que están presentes en todos los rincones de la tierra, han escrito alguna de las más bellas páginas de amor de la humanidad. No es infrecuente que, incluso reporteros que se declaran agnósticos, cuando los ven trabajar en los países de misión, ensalcen su labor humanitaria entre los habitantes de los pueblos más pobres. Constatan que, con la misión, llegan también la escuela, los hospitales y nuevos impulsos de desarrollo económico. Sin embargo, como dice el mensaje del Papa Juan Pablo II para el Domund, la mejor ayuda que prestan es la evangelización misma, "porque el Hijo de Dios se hizo carne para hacer posible al hombre lo que no podría conseguir con sus solas fuerzas: 'la amistad con Dios, su gracia, la gracia sobrenatural, la única con la que pueden resolverse las aspiraciones más profundas del corazón humano'” (n. 5).

Este año, la celebración del Domund, que tendrá lugar el día 22 de Oc-tubre, reviste un carácter especial, por ser el Domund del Gran Jubileo 2.000. Nos invita a dar gracias a Dios por esos 2.000 años que llevamos ya cumpliendo la misión que nos encomendó Jesucristo, "el primer y más grande misionero del Padre". En estos veinte siglos, numerosos hermanos nuestros han procla-mado el Evangelio con obras y con palabras, hasta dar su vida. Unos la han entregado como mártires; y otros, en la tarea oculta y silenciosa del día a día. Hombres y mujeres frágiles, pero que aceptaron agradecidos la certeza de que es Dios quien fecundaba y hacía fructificar su tarea apostólica.

Asimismo nos invita a reanudar con nuevo ardor nuestro afán misionero, Como dice también el Papa, "el Jubileo es tiempo favorable para que toda la Iglesia se empeñe, gracias al Espíritu, en un nuevo impulso misionero" (n. 1).  Se nos ha confiado un tesoro que debemos compartir con todos los hombres, una luz que no debemos ocultar: el Evangelio de Jesucristo. Cuantos hemos descubierto que la fe alegra el corazón y es fuente de plenitud humana, necesitamos proclamar esta experiencia para que también otros la compartan.

Este servicio misionero tiene cauces numerosos, que están al alcance de todos. Los enfermos y las personas mayores disponéis de tiempo abundante pa-ra orar y de muchos sufrimientos que ofrecer. Los niños, con vuestros dibujos y huchas, sois el mejor altavoz para que la llamada de las misiones llegue a todos los hogares. Los jóvenes sois los principales destinatarios de la vocación misionera. Los catequistas y quienes trabajáis como voluntarios en actividades de la Iglesia, os podéis preguntar si vuestra vida y vuestra tarea evangelizan con obras y con palabras. Para todos los miembros de las comunidades, puede ser  conveniente celebrar una jornada de oración y revisión, que os lleve a analizar si vuestro compromiso con las misiones es el que Dios os pide. Y la mayoría de nosotros podemos aportar alguna ayuda económica, por pequeña que parezca. Sabéis bien que una cantidad que aquí es insignificante, en las misiones da mucho de sí; y sabéis, así mismo, que lo que entregáis para las misiones llega íntegramente a su destino. Un destino que termina por ser una verdadera bendición para quien da y para quien recibe.

Para terminar mi carta, os invito a meditar estas sugerentes palabras del Papa: «Dirijo una especial y apremiante llamada a todos los bautizados para que, con humilde coraje, respondiendo a la llamada del Señor y a las necesidades de los hombres y mujeres de nuestro época, se hagan heraldos del Evan-gelio» (n. 1).

+ Antonio Dorado,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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