DiócesisCartas Pastorales Mons. Dorado

Madre de misericordia y redentora de cautivos

Publicado: 24/09/1998: 824

Pastoral de Mons. Dorado Soto
Fiesta de Ntra. Sra. de la Merced

Cuando rezamos el Ave María, le decimos a la Virgen que es "bendita entre todas las mujeres", una verdadera bendición de mujer. Su amor de Madre ha enriquecido la historia humana con toda clase de bienes. Y no es el menor de ellos la fundación de la Orden de los frailes Mercedarios, en el siglo XIII. Fueron ellos quienes dieron a María el hermoso nombre de Nuestra Señora de la Merced, que es como llamarla madre y liberadora de todos los cautivos. Fue el amor de la Virgen el que impulsó a aquellos hombres a derrochar imaginación en favor de los más pobres entre los pobres: a ofrecer su esfuerzo, sus bienes y su misma vida para rescatar a los cautivos, escribiendo una de las páginas más bellas de lo que pueden realizar la fe y el amor.

Ahora son los voluntarios que trabajan en favor de los presos quienes han adoptado como patrona, ejemplo y madre a Santa María de la Merced. No en vano nos la ha presentado el Papa Juan Pablo II, ya en la aurora del año 2.000, como "la imagen más perfecta de la libertad y de la liberación de la humanidad y del cosmos", a quien la Iglesia toda debe mirar "para comprender en su integridad el sentido de su misión" (RM 37). Porque la divina salvación abarca al hombre total, en su cuerpo y en su espíritu.

Lo saben bien los que trabajan como voluntarios en la pastoral penitenciaria. A veces, sólo pueden ofrecer un poco de cercanía y de calor humano a quienes la sociedad ha privado del bien más precioso de la persona, que es la libertad. Cierto que han delinquido, pero tienen derecho a que se les dé una nueva oportunidad. No es suficiente con que mejoren las instalaciones y las condiciones de habitabilidad de las cárceles, importa tanto o más que mejore la asistencia de todo tipo al detenido para que pueda rehacer su vida. Dicen los teóricos que la cárcel debería ser una especie de escuela de reinserción social. Pero según los reclusos y los voluntarios de la pastoral penitenciaria, para no pocos es una escuela de delincuencia.

Quizá la cárcel no es sino el reflejo de una educación equivocada por su carácter permisivo y carente de valores éticos y espirituales que más que ayudar a la persona a ser libre y ejercer su libertad, la deja en manos de sus caprichos y de sus tendencias más primarias, carente de unas motivaciones que puedan hacerla dueña y señora de sus actos.

O tal vez no hemos sabido encontrar la ayuda necesaria para que quienes delinquieron, reconozcan ahora su delito y pidan perdón a la sociedad. Es verdad que las circunstancias en las que crece y se desarrolla una persona pueden influir notablemente en su conducta, pero no anulan su libertad ni su razón. E insistir unilateralmente en la responsabilidad social, sirve de poco al detenido. Tal presentación sesgada produce nueva agresividad en quien delinquió. Importa mucho, por el contrario, que descubra que sigue siendo libre y que la respuesta a sus problemas está fundamentalmente en sus manos.
    
Finalmente, también son necesarias estructuras de apoyo, que permitan a quien sale de la cárcel acceder a un trabajo y a una vivienda dignos. En Málaga se ha abierto un piso para quienes no tienen adonde ir, pero esta iniciativa reciente de los voluntarios de Pastoral Penitenciaria es una gota de agua.
Aun así, es inmensamente valiosa la acción del voluntariado, esa misión de fermento en medio de la masa, que detecta y denuncia los problemas para movilizar a la sociedad. ¡Quiera Dios que la Virgen de la Merced, redentora de cautivos, nos siga iluminando en el servicio a los presos, para escribir esa nueva página de amor fraterno que necesitan urgentemente estos hermanos: hacer posible su reinserción social!

+ Antonio Dorado,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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