DiócesisCartas Pastorales Mons. Dorado

Id también vosotros a mi viña (Mt 20, 4) (Movimiento Junior)

Publicado: 00/07/1996: 1542

El Obispo de Málaga escribe sobre la Asamblea Nacional del JUNIOR

1.- Los niños tienen algo muy importante que decir.

La Iglesia existe para evangelizar. Y esta dimensión misionera del Pueblo de Dios se nos presenta hoy como la tarea más urgente de todos y de cada uno de los cristianos. En los años posteriores al Concilio, el tema de la evangelización ha calado con fuerza en la conciencia de nuestras comunidades.

"Id también vosotros a mi viña" nos sigue diciendo Jesús desde el Evangelio. Y el Papa Juan Pablo II comenta a propósito de estas palabras: el llamamiento del Señor "se dirige a cada hombre que viene a este mundo". "También los fieles laicos son llamados personalmente por el Señor, de quien reciben una misión en favor de la Iglesia y del mundo" (ChL 2). Entre esos fieles laicos están los niños, pues "se ha de reconocer que también en la edad de la infancia y de la niñez se abren valiosas posibilidades de acción tanto para la edificación de la Iglesia como para la humanización de la sociedad" (Id 47).

Fieles a esta doctrina del Concilio (AA 30), lo miembros del JUNIOR venís trabajando desde hace años como un movimiento especializado de Acción Católica. Y ahora los educadores y los niños estáis en una etapa de discernimiento para ver si seguís trabajando únicamente con los niños del mundo obrero, rural y marginal o ampliáis vuestro campo apostólico a todas las parroquias que lo soliciten. Queréis vivir, hoy como ayer, vuestra fidelidad al apostolado de los niños y por los niños.

Los responsables del JUNIOR de esta Diócesis que os acogen con cariño y alegría, me han pedido que escriba una Carta Pastoral con motivo de la Asamblea General que vais a celebrar en Málaga. Y lo hago con el deseo de que mis palabras or sirvan de aliento, y respetando vuestras deliberaciones y decisiones.

2.- Otros niños españoles os necesitan.

España es hoy una nación pobre en niños. Ni siquiera nacen los suficientes para mantenernos jóvenes. Tal como está el número de nacimientos por matrimonio, pronto vamos a ser un pueblo envejecido. Y a pesar de que son pocos en número, no sabemos dedicarles el tiempo necesario para ayudarlos a vivir. Porque "tener" un hijo no consiste sólo en engendrarle y, luego, en alimentarle bien. Además, hay que cuidar de su salud y de que reciba a tiempo las diferentes vacunas. Pero lo más importante es enseñarle a vivir: dedicar tiempo a jugar con él, a reir juntos, a escucharle, a dialogar de todo, a hablarle de Dios, a enseñarle a rezar...

Cada niño es único e irrepetible, porque es una obra de Dios. Los padres colaboran íntimamente en su educación: en sacar a la luz esa obra irrepetible que es cada persona humana. Dios les confía al hijo para que le ayuden a crecer en un clima cálido de hogar: entre las caricias y la ternura de sus padres.

Pero a veces se les roba a los niños algo más valioso que el dinero. Como esas mujeres que deciden tener un hijo sin casarse, para criarle solas, dejando al padre en el olvido del anonimato. No se plantean que están robando a su hijo un derecho que le ha dado Dios: el derecho a tener un padre y una madre, y a nacer en un hogar completo.

Otras veces, se les hace mucho daño al permitirles todos los caprichos, sin enseñarles que en el mundo no estamos solos. Hay miles y millones de seres humanos como él. Convivir con los demás es una suerte, porque los otros nos dan la posibilidad de amar y de ser libres, que es lo más grande que puede sucedernos. Pero convivir es también aprender a decir no, algunas veces, a nuestros deseos. Porque también están ahí los otros y tienen sus deseos y sus derechos. La total permisividad hace al niño egoísta y caprichoso, inadaptado para convivir.  

En algunos casos, se los protege en exceso y se les da todo hecho, como si el niño no tuviera su personalidad. En lugar de ayudarles a ser activos y a crecer desde dentro, se les ahorra todo esfuerzo. Poco a poco, se va anulando su personalidad. O se violenta al hijo con exigencias excesivas, que le amargan la infancia. Quizá por la secreta esperanza de que el niño consiga ser lo que los padres intentaron sin poder lograrlo. Y hasta hay algunos padres que se consideran los seres más perfectos y tratan de convertir al niño en una fotocopia sin vida.

Es muy triste también cuando se les roba su niñez. Y se puede hacer de muchas formas. Negándoles el tiempo de estar con ellos y privándoles de las caricias y de la ternura que necesitan. Dándoles malos tratos de todo tipo o explotándolos con trabajos inadecuados a sus fuerzas y a su condición de niños.

Quizá el drama más grave entre nosotros puede ser lo que el Concilio llamó "la epidemia del divorcio" (GS 47). Desde hace unos años, llega a verse como algo natural y hasta bueno. Lentamente ha ido cundiendo la mentalidad divorcista y se ha ido debilitando la estabilidad familiar. Hoy se producen rupturas por motivos poco serios y ya casi nadie se da cuenta del sufrimiento tremendo de los hijos que han vivido la ruptura de sus padres. Pero luego nos dicen los estudios, con machacona insistencia, que la delincuencia juvenil y la droga tienen su mejor caldo de cultivo en las familias rotas.

Como veis, son formas de marginación y de pobreza del niño, que reclaman la atención del cristiano y especialmente la vuestra. Porque cada niño es único e irrepetible, valioso por sí mismo, pues es un hijo de Dios.

Pero algunos padres no pueden o no saben asumir este derecho y cumplir con su deber. Otros se ven desbordados por el ambiente que los rodea y la falta de apoyo de la sociedad. También existen padres irresponsables y egoístas. Los niños sufren en los barrios más pobres y en los barrios más ricos económicamente. Por eso el JUNIOR, que viene trabajando con vocación de servicio a los más pobres y marginados, tiene que abrirse hoy a todas las parroquias. En todas partes hay niños que os tienden la mano, buscando una ayuda para aprender a vivir.


3.- Dando es como se recibe. (Lc 6,38)  

El compromiso apostólico del niño es el mejor camino hacia Jesucristo y hacia su plenitud humana. Al mismo tiempo que presta una ayuda muy valiosa a los demás, aprende a convivir, a reflexionar y a trabajar en equipo.

La educación de los hijos es un derecho primario que les corresponde a los padres. Y ellos lo realizan a lo largo de las veinticuatro horas del día. A veces, sin advertirlo, pues no educan sólo ni principalmente con la palabra sino que educan sin más cuando acarician al niño, cuando dialogan entre sí o discuten en su presencia, cuando le escuchan pacientemente, cuando se interesan por sus deberes, cuando juegan con él, cuando alaban sus aciertos y cuando le corrigen y le riñen. Pero también él educa a las personas que le rodean, pues las ayuda a sacar fuera sus mejores cualidades: su paciencia, su dulzura, su fortaleza, su entrega, su imaginación...  

Por otra parte, el principal protagonista de la educación debe ser el niño mismo. Pues educar no es manejarle y menos aún programar al hijo según el gusto de los padres. Es ayudarle a que desarrolle él mismo, desde dentro, todos los valores y las posibilidades que Dios le ha dado: su iniciativa en el juego, su inteligencia al resolver los problemas que le afectan, su capacidad de ser libre diciendo no a lo que está mal, su aprendizaje del orden cuando cumple las normas del hogar, su experiencia de amor en el trato cálido con quienes le rodean, su aceptación de sí mismo al verse querido y valorado... El niño no es un sujeto pasivo. Es él quien se educa, pues sin una actitud suya activa nunca logrará crecer en valores ni como persona.

  Pero el protagonismo de los niños no se agota en la educación de sí mismos. También ellos pueden y deben ayudar a los demás. La familia no es autosuficiente en la tarea de educar, y tampoco es una isla. Junto con ella, según dicen los pedagogos, la escuela y los grupos de la parroquia ejercen una influencia decisiva en la configuración de la personalidad del niño y de su mundo de valores. Por eso, la presencia de estos apóstoles de la infancia en el mundo y en la Iglesia puede prestar un importante servicio. Al estar integrados en un movimiento apostólico, aprenden a pensar con criterios evangélicos y buscar, con sus educadores, cómo vivir creativamente su existencia y transformar los ambientes.

"Dad y se os dará", nos dice Jesús en el Evangelio. Y es lo que se realiza en los grupos parroquiales y en los diversos movimientos apostólicos: en la medida en que el niño busca cómo evangelizar a los demás, va desarrollando la parte mejor de sí mismo. De ahí la gran importancia del apostolado en esta etapa de la vida.

Es necesario, como dijo el Papa Juan XXIII en la Mater et Magistra, que los niños "sean recibidos en la comunidad local de la parroquia, de suerte que adquieran en ella conciencia de que son miembros activos del Pueblo de Dios" (AAS 53 -1961- 455). Pues "la formación para el apostolado, dijo el Vaticano II, ha de empezar con la primera educación". Y el Papa Juan Pablo II ha insistido, con ocasión del 150 aniversario de las O.M.P., en la conveniencia de estimular "la acción misionera de los niños en favor de sus semejantes, para apoyar sus derechos a vivir y a crecer en la dignidad de su condición humana y en la realización de su vocación a conocer y amar a Dios". 


4.- La parroquia os necesita.

Los niños pueden llegar allí donde no llegamos los adultos. La Iglesia los necesita para humanizar los barrios, para aliviar el sufrimiento de otros niños y para hacer presente a Dios en zonas muy amplias de nuestra vida.

Vosotros, el Movimiento JUNIOR, podríais ser el fermento que necesita la parroquia para completar la catequesis. No basta con que los niños asimilen los contenidos de la fe y traten de convertirlos en vida, como se hace ya a través de la catequesis. Es necesario, además, que se aprenda a transformar desde dentro las situaciones de pecado y a llevar el Evangelio a los hogares, al barrio y a la escuela. Aunque pueda sonar extraño, son muchas las tareas que sólo pueden hacer los niños, con sus educadores, para evitar que sigan aumentando todas esas lacras que están destruyendo a nuestra juventud.    

Vosotros podríais ser el fermento que dé cuerpo a la etapa infantil de esa nueva Acción Católica que se está diseñando en la Iglesia española. Tenéis una gran experiencia acumulada y buenos educadores. No se trata de prescindir de vuestro rico pasado ni de vuestras opciones evangélicas, sino de profundizar en vuestra fidelidad a la misión que os ha encomendado Jesucristo dentro de la Iglesia.

Os recuerdo las siete condiciones que establecieron en diálogo fraterno los seglares, los obispos y los sacerdotes (Cfr CLIM 100) para todo verdadero apóstol seglar:

1) Santidad de vida. Es una condición que impresiona. Y con toda razón, pues ya sabéis que santidad significa vida evangélica verdadera,  seguimiento radical de Jesucristo. Es la experiencia que nos inunda cuando descubrimos que Dios nos ama, nos perdona en Jesucristo y llena de amor nuestros corazones. Consiste en abrirnos al don del Espíritu Santo, para que nos lleve por el sendero luminoso de las Bienaventuranzas.

2) Confesión y celebración de la fe. Se trata de acoger con fidelidad y alegría la doctrina de los Apóstoles y de vivir la fe de la Iglesia. Y además, dejar que Jesucristo, vivo y pre-sente en medio de su pueblo, nos siga salvando y nos alimente a través de los sacramentos. Especialmente, mediante la celebración frecuente y viva de la santa Misa, que es la meta y la fuente de toda evangelización.

3) Comunión eclesial. Consiste en saber que somos el Pueblo de Dios y en conocer y amar a nuestra Iglesia diocesana. En Ella está, de alguna manera, toda la Iglesia. Esa Iglesia que
nos ha dado la fe y nos acoge en su seno. Siguiendo sus enseñanzas y sintiéndonos parte suya, estamos seguros de no alejarnos del Evangelio. Tiene también sus defectos, pero hay en Ella tal bondad y tal capacidad de servicio que la acreditan como Pueblo de Dios y sacramento universal de salvación. 

4) Fin apostólico de la Iglesia. El movimiento JUNIOR pretende y trata de realizar lo mismo que la Iglesia: evangelizar con obras y palabras; santificar mediante la celebración de los sacramentos; edificar la comunidad a través del servicio humilde que nace del amor fraterno. Y todo ello, sin recortes: se trata de hacer lo mismo que hace vuestra parroquia, pues sois los niños de la parroquia con sus educadores.

5) Solidaridad con los pobres y pobreza evangélica. Es lo que se repite tanto en nuestros días: llevar a la práctica la opción preferencial por los pobres. Es difícil, pero muchos lo intentan y lo consiguen en parte. Nunca podremos llegar al final de este camino, pues es como un horizonte que nos atrae y nos va llevando cada vez más lejos. Consiste en vivir según el espíritu de las Bienaventuranzas.

6) Presencia pública. Los miembros del JUNIOR, como personas con los pies en la tierra, quieren sacar el Evangelio por las calles y las plazas. Para impregnar de valores cristianos la escuela, la vida de familia, las relaciones de vecindad y todo cuanto constituye la vida de los hombres. Lo suyo es cambiar las condiciones de vida para humanizarlas. Unas veces, tendrán que denunciar los malos tratos a los niños; otras, tendrán que exigir que en el barrio haya jardines y lugares de juego; y siempre, están llamados a ser testigos vivos de respeto profundo y de amor exquisito a la persona. Especialmente cuando esa persona tenga el rostro ya marchito de un anciano que ha perdido la cabeza o el cuerpo deforme de un niño que ha nacido con problemas.

7) Protagonismo seglar. Los sacerdotes, los religiosos y las religiosas entregan su vida a Dios. Han elegido libremente unos servicios muy concretos. Pero el mundo es muy grande y os corresponde a los bautizados sin más organizar bien la vida de nuestros pueblos y ciudades. Tal es el caso del JUNIOR: ser la voz y la conciencia crítica de los niños para que nadie olvide sus problemas. Pero siempre con estilo evangélico: empleando el diálogo y desempeñando esta tarea como quien presta un servicio.

5.- Conclusión.

Como veis, eso de integrarse en la nueva Acción Católica no es olvidar los propios orígenes. Más bien significa avanzar por donde nos va llevando a todos el Espíritu.

Pero es una decisión vuestra, que conviene tomar con absoluta libertad. Mi intención ha sido únicamente deciros que la Iglesia necesita a los niños, para llenar ese vacío de movimientos apostólicos que hay en nuestras parroquias. Pues en este momento en que nos ha tocado vivir, conviene unir todos los esfuerzos en un proyecto más global.

Vivir es un gran regalo de Dios. Y este mundo es muy hermoso. Perdonad si he recargado algo las tintas hablando de los sufrimientos de muchos niños. Vosotros sabéis bien que abunda más el bien que el mal. Pensad en el cariño de los padres, que tanto luchan por sus hijos; en la ternura a veces un poco "gruñona" de los abuelos; en el esfuerzo de vuestros maestros; en los médicos que os curan; en vuestros educadores; en los sabios que inventan nuevas medicinas...

Voy a pedirle a la Virgen que siempre que busque a un miembro del JUNIOR para decirle algo de parte de su Hijo, procure buscarle allí donde el hombre está ocupado en los asuntos del Padre: ayudando a sus hermanos, los más débiles. O caminando por las calles con el Evangelio en el corazón, para escrutar los signos de los tiempos y para escuchar la voz de Dios en el corazón de la vida.

+ Antonio Dorado,
Obispo de Málaga.

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