DiócesisCartas Pastorales Mons. Dorado

El esplendor de la verdad

Publicado: 06/10/1993: 1355

El Papa Juan Pablo II hizo pública ayer una nueva Carta Encíclica. Es un documento doctrinal que va dirigido a todo el Pueblo de Dios, y que lleva por título El Esplendor de la verdad.

Lo primero que podemos preguntarnos es qué se propone el Papa, qué pretende con esta nueva Carta dirigida a todo el Pueblo Cristiano. El mismo nos lo dice: "Ante las graves formas de injusticia social y económica, así como de corrupción política que padecen muchos pueblos y naciones enteras, aumenta la indig-nada reacción de muchísimas personas oprimidas y humilladas en sus derechos humanos fundamentales, y se difunde y agudiza cada vez más la necesidad de una radical renovación personal y social capaz de asegurar justicia, solidaridad, honestidad y transpa-recencia" (n.98).

Y la pregunta que todos nos hacemos hoy es cómo lograr esa radical renovación. ¿Qué podemos y debemos hacer los hombres y mujeres de hoy para que descubramos y acojamos de corazón el Reino de Dios? Pues "la evangelización es el desafío más peren-torio y exigente que la Iglesia está llamada a afrontar desde su origen mismo... La descristianización que grava sobre pueblos enteros y comunidades en otro tiempo ricos de fe y vida cristia-na, no comporta sólo la pérdida de fe o su falta de relevancia para la vida, sino también y necesariamente una decadencia u oscurecimiento del sentido moral (n. 106).

Esta es la gran cuestión que aborda la nueva Encíclica: la cuestión moral ¿existen el bien y el mal? ¿De quién depende que una determinada acción sea buena o sea mala? ¿Cómo podemos saber qué está bien y qué está mal? ¿A quién tenemos que creer?

A lo largo de una exposición muy rica y muy densa, Juan Pablo II nos recuerda afirmaciones básicas de nuestra fe. Y la primera es que la vida evangélica exige cumplir los mandamientos, pero Jesús nos pide mucho más: "Jesús pide que le sigan y le imiten en el camino del amor, de un amor que se da totalmente a los hermanos por amor de Dios" (n. 20). Este "seguir a Cristo no es una imitación exterior, porque afecta al hombre en su interio-ridad más profunda" (n. 21). Es verdad que "imitar y revivir el amor de Cristo no es posible para el hombre con sus solas fuer-zas", pero "se hace capaz de este amor... gracias a un don reci-bido"; al gran don de Dios, que es el Espíritu Santo y el amor que el Espíritu derrama en el corazón del hombre (n. 22).

Es cierto que el hombre moderno está orgulloso y celoso de su libertad. Pero el cumplimiento de la ley de Dios y el se-guimiento de Jesús no disminuyen la libertad humana sino que la liberan radicalmente y la llevan a su plenitud. Pues la libertad no consiste en crearse cada uno sus propios valores, sino en se-guir los caminos de Dios. Porque es Dios el autor de todo bien y el que ha señalado al hombre el camino que lleva a la vida. Y el hombre puede descubrir estos caminos de Dios, puede conocer qué es lo bueno y qué es lo malo. Pues el bien y el mal no nos lo inventamos cada uno ni dependen de nuestra conciencia.

De ahí la gran pregunta que tenemos que hacernos los cristianos -y en cierta medida, todos los hombres-: ¿Cómo puedo saber yo qué está bien y qué está mal? ¿A quién tengo que hacer caso? El Papa nos invita a buscar la verdad con nuestra razón humana, porque hay una ley natural grabada en la conciencia de cada hombre. Y si usamos bien la inteligencia, podemos descubrir los principios morales básicos, que son los mismos para todos los humanos.

Pero también nuestra inteligencia tiene sus límites y está herida por el pecado. Es por lo que Dios, nuestro querido Padre, nos ha revelado aquello que necesitamos para vivir como hombres verdaderamente libres y evangélicos. Y nos lo ha revelado en Jesucristo.

Ahora, cuando Jesucristo no está entre nosotros de una manera visible, es el Espíritu Santo el que nos guía hasta la verdad completa. Y lo hace a través del Magisterio del Papa y de los Obispos, que son los intérpretes auténticos de la Revelación. Es verdad que todo el Pueblo de Dios tiene una palabra que decir; y es también verdad que los teólogos y los sabios prestan un va-lioso servicio, tratando de hacer comprensible la fe y la moral para el hombre de hoy. Pero el Magisterio les corresponde al Papa y al Colegio Episcopal.

Como os decía, se trata de un documento serio y pro-fundo, que aborda cuestiones candentes. Ahora tenemos que estu-diarlo y que asimilarlo. Sólo dentro de unos años vamos a estar en condiciones de agradecer a Juan Pablo II el gran servicio que nos ha prestado con esta nueva Encíclica. De nosotros todos de-pende que resplandezca la verdad.


+ Antonio Dorado,
Obispo de Málaga.

Diócesis Málaga

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