DiócesisCartas Pastorales Mons. Dorado

La fuente de nuestra esperanza

Publicado: 27/11/2005: 981

Carta Pastoral de Mons. Dorado Soto
I Domingo de Adviento

Durante la primera semana de Noviembre he tenido la oportunidad de compartir una peregrinación a Tierra Santa con un grupo numeroso de católicos malagueños. Ha sido una gracia de Dios el vivir mi fe codo a codo con estos hermanos y alimentarla en los lugares donde nació, vivió, murió y resucitó Jesucristo. Escuchar una vez más las bienaventuranzas en el monte en que, según una antigua tradición, las proclamó Jesús; inclinar la cabeza para entrar al templo que alberga lugar en que nació; recorrer la "Vía dolorosa" rezando y meditando en su pasión; guardar un silencio emocionado en el Calvario; y levantar la mirada junto al sepulcro vacío, y luego en la colina desde donde subió a los cielos, son hitos de una experiencia interior única para un cristiano. Pero, al menos en mi caso, el momento más impresionante y denso fue la vigilia de oración que celebramos en Getsemaní, a las diez de la noche. Leer lo que narran los evangelistas sobre la oración del huerto y contemplar con los ojos de la fe al Hijo unigénito de Dios enfrentándose a la última y la más grave tentación, ante la proximidad de una muerte deshonrosa y terrible, nos ofrece la medida de su amor y acrecienta la fe y la esperanza de los que hemos encontrado en Él una manera diferente de orientar nuestra existencia.

Hoy, primer domingo de adviento, cuando las oraciones y lecturas de la misa nos invitan a vivir con esperanza en un mundo en el que muchas personas han perdido la fe y no esperan nada más allá de la muerte ni siquiera en esta vida, tenemos que agradecer a Jesucristo que siga iluminando nuestra modesto caminar. Sabemos que la fe, el amor y la esperanza son tres virtudes teologales que brotan de Dios y se nos han dado de forma gratuita. Por eso hay que cultivarlas, alimentarlas, contagiarlas y llevarlas a la práctica. Pues como advertía en fechas recientes el evangelio del domingo mediante la parábola de las diez jóvenes que esperaban al esposo, se nos puede agotar el aceite y se nos puede apagar la luz de la fe. Y si desaparece la fe, arrastra consigo a la esperanza y al amor.

Os invito a alimentar vuestras lámparas en la misa del domingo, a la que estamos invitados todos los bautizados y en la que todos debemos participar. Es en ella donde se acrecienta nuestra fe, se ve interpelada nuestra esperanza y se comparte el amor con los hermanos. Pero no basta con pasar por el templo y estar presentes sin más, sino que hay que prepararse a celebrarla. Para pedir perdón de los propios pecados, para dar gracias a Dios por su presencia amiga durante los días de la semana, para presentarle nuestros ruegos, para dejar que su Palabra provoque nuestra respuesta ante el amor de Dios y los sufrimientos de tantos hermanos que se ven maltratados, para alimentarnos con su Cuerpo y dejar que el Señor resucitado alegre nuestro corazón.

Sólo entonces, cuando el Evangelio ilumine nuestra existencia y nos dé fortaleza para afrontar los sufrimientos y las contrariedades de cada día, lograremos proclamar de manera convincente que Jesucristo es el Camino, la Verdad y la Vida, porque nos salva. Sabéis que la fe, el amor la esperanza, más que enseñarse, se contagian. Y el camino más seguro es una existencia que, en sus relaciones con las cosas, con los demás y con Dios, rezuma esa confianza alegre que caracteriza a los santos. Eso es lo que he pedido al Espíritu para mi y para toda la diócesis de Málaga y Melilla durante mi peregrinar en Tierra Santa con un grupo de hermanos: que aumente nuestra esperanza, nuestro amor y nuestra fe.


+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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