DiócesisCartas Pastorales Mons. Dorado

Los enfermos también son Iglesia

Publicado: 21/05/2006: 1450

Carta Pastoral de Mons. Dorado Soto
Pascua del enfermo

El concilio Vaticano II recuerda a los sacerdotes, en varios de sus documentos, que la cercanía a los enfermos es un signo de autenticidad evangélica. El mismo Jesús, cuando los enviados de Juan Bautista fueron a preguntarle si era el que tenía que venir, les mostró como respuesta su cercanía a los enfermos, que según los profetas, sería un distintivo del Mesías. Expresar su amor y entrega los más débiles entre los débiles, los enfermos, era una manera de dar a conocer que el Reino de Dios había llegado con Él.

Gracias a los avances de la medicina, numerosas personas aquejadas de diversas dolencias han logrado superar enfermedades graves e incorporarse a la vida laboral y social; y otras muchas han visto cómo se ha acrecentado su esperanza de vida. Pero en una cultura como la nuestra, que valora especialmente la persona por su rendimiento y su eficacia, los enfermos corren el riesgo de verse relegados y marginados. En especial, los que sufren enfermedades crónicas y los que ven cómo se deterioran su autonomía y su vigor debido a los años.

La Pascua del enfermo, que celebramos este domingo, día 21, nos recuerda que los hermanos enfermos también son Iglesia y desempeñan un papel activo en la misión evangelizadora. Como parte de la Iglesia, necesitan el contacto vivo con la comunidad cristiana y mantenerse informados de sus logros y carencias. Por otra parte, no es justo que personas que han desarrollado una impresionante tarea en sus parroquias y que han participado en la misa diariamente, o al menos cada domingo, se vean ahora privadas de la cercanía de su comunidad y de la fuerza salvadora de los sacramentos.

Además, su aportación a la vida de la comunidad cristiana puede ser muy rica y muy fecunda. Hay enfermos que constituyen un testimonio espléndido de fe, también en medio de la debilidad. Han entendido con San Pablo que, a medida que “se desmorona nuestra habitación terrestre”, se va construyendo ese yo profundo y sólido que procede de Dios y nos acerca a Dios (cf 2Co 5,1-2). Su vida, aunque pobre en vigor físico y en aportaciones materiales, nos enriquece a todos con esos dones espléndidos, tan escasos en nuestro mundo, que son los frutos del Espíritu. Entre ellos, la bondad, la dulzura, la paciencia y la grandeza de alma. El ejemplo luminoso de Santa Gema y de los últimos años de Juan Pablo II nos puede ayudar a comprender lo que es vivir evangélicamente en medio de la enfermedad y de la ancianidad.
Y como nos recuerdan los Enfermos Misioneros, colaboran con su oración y la ofrenda de sus vidas a la labor evangelizadora del Pueblo de Dios. Cuando nos paramos a mirar a nuestras comunidades cristianas con los “ojos de la fe”, descubrimos que los frutos más eminentes de la Iglesia proceden con frecuencia de personas anónimas que, como Santa Teresa del Niño Jesús, ofrecieron a Dios su vida y sus padecimientos.

Mediante estas pinceladas, deseo hacer llegar a todos vosotros, los enfermos e impedidos, mi gratitud por vuestra vida y por vuestra aportación a la tarea apostólica de la Iglesia. De paso, quiero recordar a nuestras comunidades cristianas que la integración de las personas enfermas en la vida de la Iglesia y la atención a todas sus necesidades espirituales y humanas es una expresión de amor y un deber que nos legó Jesucristo.


+ Antonio Dorado Soto
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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