DiócesisCartas Pastorales Mons. Dorado

Todo proviene de Dios, todo es gracia (Bodas de oro sacerdotales)

Publicado: 02/04/2006: 2987

El 1 de abril se cumplen cincuenta años de mi ordenación sacerdotal. Al pensar en lo que han significado estos años, mi primer sentimiento coincide con el del salmista, cuando dice: “Me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad". Soy consciente, como San Pablo, de que “todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación”. Además, como todo cristiano y de manera especial los sacerdotes, he comprobado que “llevamos este tesoro (el del ministerio y el de la fe) en vasos de barro, para que aparezca que la extraordinaria grandeza del poder es de Dios y que no viene de nosotros ”.

Mentiría si afirmara que mi servicio al Pueblo de Dios ha sido fácil, pero ha sido también apasionante. Mis primeros años de sacerdote fueron un tiempo de búsqueda y de sorpresa. Me tocó trabajar con la Acción Católica Rural, con Movimiento Familiar Cristiano, con los Cursillos de Cristiandad y como profesor del Seminario ¡Sólo Dios sabe en qué medida forjaron mi personalidad creyente el equipo sacerdotal con el que compartí mis tareas apostólicas y un grupo numeroso de seglares dotados de un vida interior nada común! Yo aportaba juventud, deseo de aprender, mi sacerdocio recién estrenado y el afán de encontrar nuevas formas de proclamar y de vivir el Evangelio; y ellos, la constancia, el trabajo paciente y la confianza en Dios. Aún conservo un trato directo con algunas de estas personas y sigo aprendiendo de ellas. Era el tiempo en que se estaba gestando el Vaticano II.

Todavía muy joven, en pleno Concilio, el Espíritu Santo me llevó a la diócesis de Guadix-Baza, para acompañar a Don Gabino Díaz Merchán, designado Obispo de la misma. Poco tiempo después, Pablo VI me llamó a sucederle en esta sede episcopal y al cabo tres años me designó para la diócesis de Cádiz y Ceuta. Fueron unos años muy intensos y no siempre fáciles, en los que nos tocó vivir los cambios eclesiales derivados del Vaticano II; los cambios sociales derivados de la transformación de una España rural en una España urbana; y los cambios políticos que propiciaron el advenimiento y el asentamiento de la democracia. Los Obispos experimentamos en nuestras propias carnes lo que es pasar noches sin dormir y jornadas agotadoras de diálogos no siempre serenos. Tuve que afrontar la detención de sacerdotes y los problemas de astilleros, amenazados por el cierre. Estaba en juego la libertad de la Iglesia y el pan de las familias. Pero quizá lo que me hizo sufrir más fue la secularización de numerosos sacerdotes y el abandono por parte de muchos religiosos. No sólo por el hecho de que dejaran el ministerio, sino por el sufrimiento que supuso también para ellos dar este paso.

En medio de estos cambios esperanzados y difíciles, mi fe se purificó y me llevó a descubrir que el Señor es nuestra fuerza y salvación. La oración personal, la celebración diaria de la misa y otros encuentros de oración me ayudaron a saber por propia experiencia que Jesucristo es la Luz, la Verdad y el Camino; el Pan de Vida que alimenta la fe y el amor de sus seguidores. Las dificultades y la certeza de que nadie tenía la respuesta dio origen a un estilo de trabajo pastoral basado en la comunión, la escucha y la acogida de todos los carismas.

Cuando todo parecía más sereno, me trasladaron a Málaga, donde intenté seguir con la línea de trabajo que había descubierto. También aquí encontré un gran equipo de colaboradores generosos y leales, y unos seglares muy comprometidos y realistas. Al final, me gustaría decir con San Pablo, lleno de gratitud y alegría que “he competido en la noble competición, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe. Y desde ahora me aguarda la corona de la justicia que aquel día me entregará el Señor”.

+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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