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Los católicos en la vida pública

Publicado: 05/03/2006: 2037

La Iglesia nos presenta el tiempo de Cuaresma como una peregrinación del alma, que busca el rostro de Dios. Mediante las lecturas y oraciones de la misa, especialmente de la misa del domingo, trata de conducirnos al encuentro con Jesucristo, fuente de agua viva que fecunda la historia y salta hasta la vida eterna. Pues como ha dicho el Papa, “el contacto vivo con Cristo es la ayuda decisiva para continuar en el camino recto: ni caer en una soberbia que desprecia al hombre y en realidad nada construye, sino que más bien destruye, ni ceder a la resignación, la cual impediría dejarse guiar por el amor y así servir al hombre. La oración se convierte en estos momentos en una exigencia muy concreta, como medio para recibir constantemente fuerzas de Cristo. Quien reza no desperdicia su tiempo, aunque todo haga pensar en una situación de emergencia y parezca impulsar sólo a la acción. La piedad no escatima la lucha contra la pobreza o la miseria del prójimo” (DCE, 36).

Esta recomendación de Benedicto XVI es particularmente oportuna para todos los seglares, que tienen la misión de impregnar con espíritu evangélico las costumbres, las leyes y las tradiciones de los pueblos. En la actualidad, tienen que vivir la fe a la intemperie y cuando descuidan el trato asiduo con Dios se ven tentados a sustituir el Evangelio por las ideologías y la paciencia del sembrador por el cálculo que pretende controlar los resultados de su trabajo, olvidando que Dios es el único Señor de la Viña y que la Palabra sólo germina y da frutos al ritmo de Dios.

Cuando se oye decir que la fe es un asunto subjetivo, sin ningún apoyo de la razón, y que se ha de vivir en la intimidad de cada uno, los católicos hemos de insistir en que la separación entre Iglesia y Estado, muy beneficiosa para ambos, no se debe entender como un repliegue a los templos. Porque el Estado, cuando es verdaderamente democrático, está al servicio de la sociedad. En nuestro caso, de una sociedad que se confiesa mayoritariamente católica, y sería una injerencia ilegítima que los gobernantes de turno impusieran a los ciudadanos sus valores, sus creencias y su forma de pensar.

De ahí que insista la Iglesia en que “el afán por informar con espíritu cristiano el pensamiento y las costumbres, las leyes y las estructuras de la comunidad en la que cada uno vive, es hasta tal punto un deber y una obligación propia de los seglares que nunca podrá ser realizada convenientemente por otros” (AA 13). Y esto no implica falta de tolerancia, sino que es el ejercicio del derecho a proclamar y a decir lo que se piensa y a ofrecérselo a los demás, como hacen todo ciudadano y todo grupo organizado. ¿Por qué los creyentes no vamos a tener derecho a hablar, a ofertar nuestros valores y a tratar de llevarlos al tejido social como hace cualquier otro grupo?

Para que esta presencia en la vida pública no se aparte del Evangelio, la Iglesia ha puesto en manos de sus fieles un sólido compendio de su doctrina social, muy bien argumentado y actualizado, que yo os recomiendo a todos los seglares cristianos. En él se ofrece una serie de principios éticos, para situarse ante cuestiones tan importantes y actuales como son la globalización, la ecología, la manipulación genética y la lucha contra la pobreza. Y es necesario que en un momento tan interesante de nuestra historia, no olvidemos la invitación de Jesucristo a que no nos avergoncemos de Él ante los hombres, para que Él no nos olvide ante nuestro Padre del cielo.

+ Antonio Dorado Soto.
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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