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El amor evangélico se asienta en el corazón humano

Publicado: 19/02/2006: 1563

Son muchas las parejas de novios que eligen, para que se proclame en su boda, un fragmento muy llamativo y sorprendente de la primera Carta del Apóstol San Pablo a los cristianos de Corinto. Y si cuentan con un lector o lectora avezados, la recitación serena de dicho texto va provocando una mezcla llamativa de silencio y de atención, porque no es frecuente escuchar esas afirmaciones impresionantes de que el amor es paciente, no se irrita, es servicial, no busca su interés, no lleva cuenta del mal, se alegra con la verdad, todo lo cree, todo lo espera y todo lo soporta.

Ese horizonte, el amor evangélico, es nuestra meta, pero somos humanos y vivimos con los pies en la tierra. Por eso, nos dice Benedicto XVI en su primera Encíclica, que el amor es uno. Por consiguiente, no se deben ahondar las diferencias entre el amor humano sin más y el amor que brota del Evangelio. Aunque el amor del hombre y la mujer tiene un carácter predominantemente posesivo y el amor evangélico consiste en buscar el bien del otro, “si se llevara al extremo este antagonismo, la esencia del cristianismo quedaría desvinculada de las relaciones vitales fundamentales de la existencia humana y constituiría un mundo del todo singular, que tal vez podría considerarse admirable, pero netamente apartado del conjunto de la vida humana”.

Una interpretación sesgada de ese amor que todo lo cree, todo lo espera y todo lo soporta ha podido inducir a un sometimiento y a una resignación, en las relaciones de la pareja, que nada tienen que ver con el Evangelio. No podemos olvidar que la dignidad de la persona es el origen de todos los derechos y su protección está por encima de todo deber. La paciencia, el perdón y la comprensión, que son dimensiones fundamentales del amor evangélico, no pueden convertirse en coartada para someter al otro, mermarle su dignidad e impedirle su desarrollo armonioso, porque el amor sólo es tal cuando nos dignifica y nos ayuda a ser libres. Como dice el Papa, la persona “tampoco puede vivir exclusivamente del amor oblativo, descendente. No puede dar únicamente y siempre, también debe recibir. Quien quiere dar amor, debe a su vez recibirlo como don”.

Estas palabras, llenas de sabiduría y realismo, son un toque de atención para los esposos. Vienen a recordarles que el amor necesita ejercitarse cada día, mediante gestos mutuos sencillos y cargados de ternura, que facilitan la alegría de dar la vida por el otro y la percepción de sentirse queridos. Pues el amor no nace del esfuerzo de la voluntad, sino que se recibe como don gratuito y aumenta a medida que se da a manos llenas. De ahí la enorme importancia de que los esposos piensen más en el otro, se lo manifiesten y sustituyan las actitudes rutinarias por la creatividad y la sorpresa.

Sabemos que amar es la actitud que nos hace más humanos y más grandes, pero no es cometido fácil, porque nuestro corazón está tentado por el egoísmo, el orgullo y el ansia de dominar. Es cierto que el hombre puede convertirse en una fuente de agua viva, mas como también afirma Benedicto XVI, “para llegar a ser una fuente así, él mismo ha de beber siempre de nuevo de la primera y originaria fuente que es Jesucristo, de cuyo corazón traspasado brota el amor de Dios”.


+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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