Publicado: 29/05/2005: 1390

CARTA PASTORAL DE MONS. DORADO SOTO CON MOTIVO DE LA SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI

Queridos sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas y seglares.

1. El motivo de la Carta Pastoral.

Desde pequeños hemos descubierto con motivo de la preparación para la Primera Comunión,  con la misma celebración anual del Día del Corpus Christi, con la importancia del domingo y con el respeto y la invitación a rezar que se nos ha inculcado cuando nos acercamos al Sagrario de nuestras Parroquias y de los otros templos, que la Eucaristía es realidad sacramental que está presente en la fe de los cristianos y de todas las asociaciones, cofradías, movimientos y comunidades, sin distinción alguna.

La solemnidad del Corpus Christi, celebrada en este año especialmente dedicado a la Eucaristía, es el motivo de que os dirija la presente Carta Pastoral que tiene la finalidad de ayudar a la comunidad cristiana de Málaga a profundizar en la importancia central de la Eucaristía y en su significación en la vida personal, eclesial y social.

En estos tiempos de tanto intercambio cultural, de secularización de la vida, de presencia de otras  religiones, debemos reafirmar nuestra fe en el Sacramento de la Eucaristía que Jesús nos ha entregado, “Haced esto en memoria mía”, y conocer  su significación porque es la fuente de nuestra vida cristiana y nuestros comportamientos deben ser coherentes con el Sacramento celebrado y adorado.

El venerado Papa Juan Pablo II, escribe en su Encíclica “La Iglesia vive de la Eucaristía”:

“La Iglesia vive de la Eucaristía. Esta verdad no expresa solamente una experiencia cotidiana de fe, sino que encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia. Ésta experimenta con alegría cómo sea realiza continuamente, en múltiples formas, la promesa del Señor: “He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt. 28,20)... Desde que, en Pentecostés, la Iglesia, Pueblo de la Nueva Alianza, ha empezado su peregrinación hacia la patria celeste, este divino sacramento ha marcado sus días, llenándolos de confiada esperanza.” (n.1)

Deseaba el Papa que la comunidad cristiana suscitara “el asombro eucarístico”. Acostumbrados a celebrar y a participar la Eucaristía con frecuencia, tenemos el riesgo de perder esa frescura interior que nos ayuda a admirar todo lo que ha hecho Dios en favor nuestro. La entrega de la Eucaristía a la Iglesia debe hacer crecer en cada uno de los creyentes cristianos el “asombro”, “la admiración” porque nadie puede imaginar que el designio salvador de Dios llegue a tanto.

Y es que la Eucaristía es el Mysterium Fidei, el misterio de la fe. Como se dijo en el Congreso Eucarístico de Sevilla,

“Podemos decir que la Eucaristía es una fiesta, que es un encuentro, que es una etapa del camino, etc. Pero con todo esto todavía no hemos entrado en la identidad propia de la Eucaristía y sería apresurado, y pronto resultaría pernicioso, organizar una pastoral eucarística a partir de estas aproximaciones que no llegan siquiera a tocar el misterio.”

“El punto de partida de la reflexión sobre la Eucaristía está en el misterio del que  ella es sacramento... el acercamiento verdadero a la Eucaristía sólo se promueve a través de la fe en Jesucristo y en el don que Él nos ha hecho de su misterio.”
(P.Tena, “Este es el Sacramento de nuestra Fe”, en La Eucaristía, alimento del pueblo peregrino, Edice, Madrid, 2000, 105-106

Al mismo tiempo recordamos que el PPD nos invita en una de sus líneas a “apostar por la caridad”, que tiene su fuente en la celebración de la Eucaristía, como os ayudaré a reflexionar más adelante.


2. La Eucaristía, entrega de Cristo en favor nuestro.

¿Cuál es el centro de la fe eucarística?

Celebrar la Eucaristía es hacer presente la vida entregada de Cristo “por nosotros y por nuestra salvación” que culmina en su Pasión, Muerte y Resurrección. Toda la discusión  sobre el carácter sacrificial de la Misa reside en haber desdibujado la realidad sacramental de la existencia entregada de Jesucristo. Con cuánta claridad nos enseña la carta a los Hebreos:

“No has querido sacrificio ni ofrenda, pero me has formado un cuerpo; no has aceptado holocaustos ni sacrificios expiatorios. Entonces yo dije: Aquí vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad.” (10, 5-7)

Queridos diocesanos, la historia de la salvación es la realización del inmenso amor de Dios a nosotros. Etapas de la historia que están encaminadas a su plenitud en y por Jesucristo. A partir de Dios que nos contempla como Padre misericordioso es como podemos acercarnos a la comprensión de los acontecimientos salvadores y, muy especialmente, a Nuestro Señor Jesucristo, que sólo ha buscado hacer la voluntad del Padre que es la salvación del hombre.

Por eso Cristo reitera que ha venido a hacer lo que el Padre quiere y no su voluntad. Pero la identificación de esa voluntad supone en Jesús el olvido de sí mismo y la entrega, permitid la reiteración, de sí mismo.

Con qué claridad lo expresó Jesús  en el Huerto de los Olivos:

“Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa de amargura; pero que no sea como yo quiero, sino como quieres tu” (Mt. 26,39)

Él ha venido para que “tengamos vida y vida abundante”. Su existencia es don para nosotros. Él ha hecho posible con su entrega verdaderamente sacrificial que seamos hijos de Dios, hermanos de todos y que caminemos con la esperanza de la vida eterna.

Y es que la vida de Jesús es descenso continuo, donación de sí mismo. Como Pablo cita en su carta a los Filipenses,

“... se despojó de su grandeza, tomó la condición de esclavo y se hizo semejante a los hombres. Y en su condición de hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz.” (Filip. 2,7-8).

Esa entrega total de Jesucristo -su Pasión, Muerte y Resurrección- anticipada en la Cena queda manifestada en sus propias palabras:

“Esto es mi Cuerpo que es entregado por vosotros... Esta es mi sangre que será derramada por vosotros y por todos los hombres...”

El gesto de Jesús de tomar el pan y después el cáliz con el vino, al mismo tiempo que las palabras que pronuncia, dan  a entender que son a manera de testamento de alguien que está próximo a morir. Sentido y explicación que descubrimos a partir de los acontecimientos que tienen lugar desde el viernes que conocemos como santo, hasta la madrugada del domingo de resurrección.

El “Cuerpo entregado” y la “sangre derramada” se refieren al sacrificio de la cruz. Recordemos las palabras de Jesús en el Sermón del Pan de Vida: “mi carne por la vida del mundo”.

A este respecto la Didajé denomina a la eucaristía en dos ocasiones, “sacrificio”. Justino, explica la eucaristía como “memorial de la pasión”. Hipólito enseña el carácter de ofrenda sacrificial que es cada celebración de la Eucaristía.

Cuando celebramos la Eucaristía hacemos memorial de esta entrega de su vida y lo proclamamos: “Este es el Sacramento de nuestra Fe... Anunciamos tu muerte, proclamamos tu Resurrección, Ven, Señor Jesús.”

San Juan Crisóstomo lo enseñó así:

“Siempre ofrecemos al mismo Cristo, no hay hoy un cordero y mañana otro, sino siempre el mismo. Y por tanto es uno solo el sacrificio... Nuestro pontífice ofreció el sacrificio, purificándonos a nosotros y ahora nosotros ofrecemos ese sacrificio que entonces el ofreció, que es incesable”

Entrega por la que damos gracias a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Entrega al Señor que se “da” en favor nuestro de tal manera que celebrar la Eucaristía es convertirnos en “hostia” como tantas veces enseñó el Beato Manuel González, queriendo manifestar no sólo la vida sacrificial de Jesús, sino nuestra propia vida, que se olvida de sí para darse como oblación, como entrega, en favor del prójimo.

La Eucaristía lleva consigo el dinamismo de la vida oferente de Jesucristo y la asunción de nuestra propia existencia a una forma de vida que, como el apóstol Pablo, se gasta y desgasta en favor de los demás.


3. El estilo de la entrega.

Jesús, en la última Cena, de forma inesperada, lavó los pies de los apóstoles que era tarea encomendada a los esclavos. Pedro reacciona oponiéndose al deseo de Jesús, que le contesta con aquellas palabras que no podemos olvidar.

“Si no te lavo los pies, no podrás contarte entre los míos” (Jn. 13, 8)

Jesús no sólo quería purificar con el perdón a los apóstoles y darles a comer de su Cuerpo y a beber de su Sangre. Todo el misterio también está contenido en la forma de hacerlo, situándose a los pies de los apóstoles, como un servidor.

Cuando Pablo VI fue elegido Papa, al comenzar la segunda sesión del Concilio Vaticano II, dijo: “El mundo ha de saber que la Iglesia lo mira con gran amor,... no para dominarlo sino para servirlo.”  Porque no se trata de hacer el bien, que es mucho, sino de hacerlo con el estilo de Jesús, que se hace presente en la primera Eucaristía celebrada y que debe señalar todas las Eucaristías que celebremos.

Nos lo dejó encargado el Señor:

“¿Comprendéis lo que acabo de hacer con vosotros? Vosotros me llamáis “Maestro y Señor” y tenéis razón, porque efectivamente lo soy. Pues bien, si yo, que soy el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, vosotros debéis hacer lo mismo unos con otros.” (Jn. 13, 12)

Es la reiteración de una enseñanza. Jesús no ha venido a ser servido, sino a “servir y dar su vida como rescate por muchos” (Mc. 10,45)

En este sentido, cada vez que celebramos la Eucaristía somos invitados a asumir la condición de “siervo”, que es algo más que “hacer el bien”. También el estilo de Jesús, “siervo de los siervos” nos arrebata de nuestras propias maneras de querer ayudar a otros. Sólo una forma se hace presente en la Eucaristía, la que asumió Jesús en la Ultima Cena, la del siervo.

Por eso cada vez que celebramos la Eucaristía somos invitados no sólo a trabajar en la misión que Cristo ha encargado a su Iglesia, sino a configurarnos con Cristo que se arrodilla ante los apóstoles. Si así lo hacemos no encontraremos competidores porque éstos sólo se encuentran en la disputa de los primeros lugares.

La Eucaristía hace de la Iglesia,  hace de cada uno de nosotros, discípulos que quieren vivir y servir la misión evangélica “en pobreza y humildad” que es la fórmula de los Ejercicios de San Ignacio, tan densa y tan de acuerdo con lo acontecido y enseñado en la tarde de la Ultima Cena.

Todo lo dicho por Jesús, todo lo hecho por Jesús, se expresa en  la frase evangélica que tanto debe señalar nuestra vida: “nos amó hasta el extremo”. Sólo desde el amor de Jesús podemos entender la entrega hasta el sacrificio total de Jesús y el sentido de su ejemplo que decide lavar los pies a los que han sido llamados por El a compartir vida, estilo y enseñanza.

Celebrar la Eucaristía es hacer presente de forma sacramental la entrega total de Jesucristo. Celebrar la Eucaristía es dejarnos conducir por el Espíritu para que nuestra vida sea cada vez más “en Cristo” y, por tanto, también sea existencia entregada, oblación unida a la del Señor.


4. Celebrar-Adorar la Eucaristía es crecer en COMUNIÓN.

¿Qué sucede cuando celebramos la Eucaristía? Que el Señor Resucitado nos incorpora a la Santísima Trinidad y a todos los hermanos que son miembros de su Cuerpo.

Una es la fe, uno es el bautismo, una es la Eucaristía. Y, sin embargo, debemos  reconocer humillados que no somos UNO, que la COMUNIÓN está debilitada, porque hay rupturas entre los que hemos sido bautizados “por el agua y el Espíritu Santo”. Por eso Benedicto XVI desde el día de su elección ha reiterado en varias ocasiones la prioridad de trabajar por la unidad entre los cristianos.

Doy gracias a Dios porque se ha publicado el documento conjunto de teólogos de la Iglesia Anglicana y de las Iglesia Católica a propósito de la Virgen María. Es una gracia que hace unos años podía parecernos imposible. Ha sido un signo de la Gracia del Señor y de la acción del Espíritu Santo.

La fuente de la UNIDAD entre las diversas familias cristianas es la Eucaristía. Con cuánta esperanza debemos esperar el día que podamos celebrar el Memorial de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo unidos en única Asamblea.

Mas la  Eucaristía nos lleva a vivir en COMUNIÓN entre nosotros. Entre los católicos, tanto individualmente como asociativamente. El riesgo de vivir encerrados en nosotros  mismos es la negación de la verdadera fe en la Eucaristía.

Reconocemos la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía y profesamos: “un solo Señor, una sola fe, un solo Dios y Padre...”  Pero debemos reconocer la presencia del Resucitado en la Iglesia, en la comunidad de los bautizados. El Cuerpo de Cristo Eucarístico y el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, están íntimamente relacionados.

La Eucaristía “mysterium unitatis” se ha convertido en ocasiones en “escándalo”. Siempre que no trabajamos por fortalecer la unidad sino que consolidamos la desunión, no somos fieles al Señor y a lo que es la Eucaristía y dificultamos la evangelización.

En el nombre del Señor os reitero la llamada de Jesús a ser UNIDAD que es el principal argumento de credibilidad que estableció Jesús: “Que sean uno para que el mundo crea”

Cuando presido la Eucaristía en la Catedral en especiales solemnidades y contemplo los cientos de cristianos de diferentes parroquias, de distintos carismas, que pertenecen al amplio mundo de las asociaciones, cofradías, comunidades y movimientos, doy gracias a Dios y al mismo tiempo pido al Señor “que cada día sean más uno”, que vivan en la unidad, que sean un solo Cuerpo de Cristo Resucitado.

Al pensar en las muchas dificultades para vivir la COMUNIÓN, me llega la respuesta. Es posible el milagro moral de la COMUNIÓN porque celebran la Eucaristía que es la fuente principal de la unidad, de la fraternidad por encima de cualquier legítima diferencia.

Al celebrar la Solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo debe resonar en nosotros las palabras de San Pablo:

“El cáliz de bendición que bendecimos, ¿no nos hace entrar en comunión con la sangre de Cristo?. Y el pan que partimos, ¿no nos hace entrar en comunión con el cuerpo de Cristo? Pues si el pan es uno solo y todos participamos de ese único pan, todos formamos un solo cuerpo” (1 Cor. 10,16-17)

En Cristo todos formamos una sola familia, somos “su pueblo” y es Él quien crea los más hondos vínculos fraternos que nos lleva a compartir la misma fe, la misma celebración y los mismos bienes, tanto espirituales, como morales y materiales.

Al celebrar la Eucaristía, en este Día Solemne del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, os invito a pedir al Señor la gracia de vivir la comunión al interior de la Iglesia, porque somos el Cuerpo de Cristo Resucitado. Cada día debemos valorar más lo que es común a todos los bautizados y que se renueva cada vez que celebramos la Eucaristía. Las diferencias son siempre más adjetivas, aunque sean importantes, que lo que nos une, lo que es igual,  al incorporarnos a Cristo por los Sacramentos de la Iniciación Cristiana.

El Papa Benedicto XVI ha escrito:

“La Iglesia será tanto más la patria del corazón para los hombres, cuanto más le prestemos nosotros atención, y su columna central sea sólo lo que nos viene de Él: la palabra y los sacramentos que Él nos dió” (J. Ratzinger, La Iglesia, Paulinas, Madrid, 1992)

En esa obra suya, Benedicto XVI, denomina las reformas necesarias en la Iglesia como un quehacer de  “ablatio”, esto es, un eliminar para que se haga visible “la nobilis forma”, el rostro de la Esposa y con él también el rostro del mismo Esposo, del Señor vivo” (ib. 85)

Y que mejor forma que una Iglesia que se reconoce toda ella como “sacramento de Cristo”, como “Cuerpo de Cristo”, como “Templo del Espíritu”. Ese don de vivir el “Misterio” nos es dado por la Eucaristía que significa y hace la Iglesia que es UNA. junto a otras propiedades o notas. que confesamos en el Credo, Santa, Católica, Apostólica.  Que bellamente lo recordó Juan Pablo II:

“La Iglesia vive de la Eucaristía. Esta verdad no expresa solamente una experiencia cotidiana de fe, sino que encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia” (Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia, n.1)

Y más adelante:

“El don de Cristo y de su Espíritu que recibimos en la comunión eucarística colma con sobrada plenitud los anhelos de unidad fraterna que alberga el corazón humano y, al mismo tiempo, eleva la experiencia de fraternidad, propia de la participación común en la misma mesa eucarística, a niveles que están muy por encima de la simple experiencia convival humana.” (Ib.24)


5. La Eucaristía y el amor a los pobres.

Desde el principio la Eucaristía es vivida como memorial de la entrega del Señor, como fuente de nuestra entrega a El y a los hermanos y, tal como he indicado anteriormente, como experiencia de COMUNIÓN.

Esta COMUNIÓN incluye de forma preferente compartir los bienes, toda clase bienes. Por eso San Pablo no alaba la  celebración de la Eucaristía a la comunidad de Corinto, porque ha olvidado “compartir”.

“El caso es que, cuando os reunís en asamblea, ya no es para comer la cena del Señor, pues cada cual empieza comiendo su propia cena y así resulta que, mientras uno pasa hambre, otro se emborracha. Pero, ¿es que no tenéis vuestras casas para comer y beber? ¿En tan poco tenéis la Iglesia de Dios, que no os importa avergonzar a los que no tienen nada? ¿Qué voy a deciros? ¿Esperáis que os felicite? Pues no es como para felicitaros.” (1 Cor. 11,20-22)

El Papa Juan Pablo II hizo referencia al anterior texto de San Pablo en la homilía de clausura del Congreso Eucarístico de Sevilla:

“Como exhortaba San Pablo a los fieles de Corinto, es una contradicción inaceptable comer indignamente el Cuerpo de Cristo desde la división y la discriminación. El sacramento de la Eucaristía no se puede separar del mandamiento de la caridad. No se puede recibir el Cuerpo de Cristo y sentirse alejado de los que tienen hambre y sed, son explotados o extranjeros, están encarcelados o se encuentran enfermos. Como afirma el Catecismo de la Iglesia Católica, la Eucaristía entraña un compromiso en favor de los pobres.”

En la homilía pronunciada por Benedicto XVI al comienzo de su ministerio como Sucesor de Pedro y Obispo de Roma, al hablar de su misión como “pastor” indicó que no era indiferente para él que muchas personas vaguen por el desierto. Y señalaba formas de desierto que son maneras de pobreza fuertes en la sociedad de hoy.

“Hay muchas formas de desierto: el desierto de la pobreza, el desierto del hambre y de la sed, el desierto del abandono, de la soledad, del amor quebrantado.”

Sentido de comunión de bienes que se manifiesta en las “colectas” que San Pablo ordena en favor de las comunidades más pobres y que es praxis de la comunidad desde los primeros tiempos.

“Con relación a la colecta en favor de los hermanos de Judea, haced vosotros también lo que ordené a las iglesias de Galacia. Que los domingos aporte cada uno lo que haya podido ahorrar, para que no se hagan las colectas cuando yo vaya. Una vez que esté ahí, proveeré de las correspondientes cartas de recomendación a los que hayáis elegido y los enviaré a Jerusalén para que lleven vuestro obsequio.” (1 Cor. 16, 1-3)

Esta vivencia es tan arraigada que las iglesias la viven como una realidad inherente a la fe que se celebra en la Eucaristía. La gran riqueza de la enseñanza de los Santos Padres nos conmueve después de tantos siglos de distancia y constituye fuente de la reflexión teológica.

Deseo recordar algunas de las vivencias y de las enseñanzas de aquellas comunidades cristianas y de aquellos obispos de los primeros siglos:

Así San Justino nos relata la práctica de la Iglesia. Según el santo, al terminar la Eucaristía, después de la celebración del Bautismo, comenta:

“Nosotros, después de esto, recordamos siempre estas cosas entre nosotros. Y los que tenemos, socorremos a todos los abandonados y siempre estamos unidos los unos a los otros”

Enseñanza que en San Juan Crisóstomo adquiere forma de denuncia y de prevenir posibles desviaciones de la vivencia del amor fraterno, tan fundamental en la vida cristiana.

“Sería un escándalo honrar el Cuerpo de Cristo en la iglesia con materiales de seda y permitir que él mismo casi muera de frío por la desnudez. El que ha dicho: esto es mi Cuerpo, ha dicho también: me visteis con hambre y me habéis dado de comer. ¿Qué provecho puede tener Cristo si su mesa está cubierta de casos de oro, mientras el mismo muere hambre en la persona de los pobres? Da primer de comer al hambriento y, luego, con lo que te sobre, adornarás la mesa de Cristo”

“¿Quieres honrar el Cuerpo de Cristo? No desprecies al mismo Cristo en el desnudo, ni quieras honrarlo aquí con vestidos elegantes, mientras fuera desprecias al que sufre de frío y desnudez.”

Doctrina que ha permanecido en la Iglesia y que estuvo muy presente en las reflexiones de Juan Pablo II sobre la Eucaristía y el Sacerdocio como tema de sus Cartas del Jueves Santo, En la del año 1991 hizo referencia al anterior texto de San Juan Crisóstomo:

“Es aquí, en el sacramento en el que la Iglesia celebra la profundidad de su fe donde debemos tomar conciencia de la condición de Cristo, pobre, sufriente, perseguido. Jesucristo... que se nos da en la Eucaristía como alimento de vida eterna, es el mismo que nos invita a reconocerlo en la persona y en la vida de aquellos pobres con los cuales El ha mostrado su plena solidaridad. San Juan Crisóstomo ha expresado magistralmente esta identificación al afirmar: si quieres honrar el Cuerpo de Cristo, no lo desprecies cuando está desnudo.”


6. Cáritas y el servicio de la Caridad.

La liturgia eucarística tiene su especial momento de comunicación de bienes. Es la repetida petición que se hace a la comunidad que celebra la Eucaristía con el “cestillo” que se pasa por los bancos o por los sillas. Es una forma un tanto deteriorada cuyo sentido debíamos recuperar.

Porque es una parte del “rito”. Aquella que hace posible el compartir los bienes con la finalidad que los responsables de la atención de los pobres puedan solucionar los problemas de los hermanos. “Rito” que es una parte de la celebración y que debería ser más valorado por todos para, a continuación, ser presentado al obispo o presbítero que preside la Eucaristía junto al pan y al vino.

Dado que los problemas de nuestros hermanos son muchos, es necesario que la praxis de la comunión de bienes sea organizada para que así remedie más necesidades, especialmente las de más compleja solución.

En la Iglesia Católica este quehacer lo tiene encomendado CÁRITAS, que es el órgano oficial de la Iglesia para promover la caridad entre los cristianos y expresar la solicitud de la iglesia por los necesitados.

Su tarea es promover la fraternidad entre las personas y mostrar la Caridad de Cristo. Por eso está al servicio de toda la comunidad diocesana para estimular a todos los cristianos a dar testimonio de la caridad evangélica, ayudar a la promoción humana y al desarrollo integral de todas las personas, especialmente de los más desfavorecidos y para promover la comunicación cristiana de bienes. Para facilitarnos a los cristianos que crezcamos en la caridad.

Este año Cáritas pide la colaboración generosa de la comunidad cristiana, expresada en las parroquias, en las asociaciones, movimientos, hermandades y cofradías, comunidades, con un “slogan”: NADIE SIN FUTURO.

Cáritas ha experimentado un crecimiento de necesidades, debido, en gran parte, al fenómeno de la inmigración. Son hermanos que han llegado hasta nosotros y a los que debemos acoger y ayudar, muchos de ellos cristianos católicos a los que hay que acompañar para que se integren en sus parroquias, en comunidades cristianas donde se les ayude a vivir la fe y el amor de Jesucristo y a que se sientan queridos, acogidos. A que encuentren la vivencia fuerte de la fraternidad.

Pero, recordemos la reflexión que he querido haceros presente. La Eucaristía, sacramento de la fe, lleva consigo esta  vivencia de la solidaridad fraterna, hijos de Dios, salvados por Jesucristo, hermanos por encima de razas, clases, ideologías.

Cristo que se entrega por nosotros, nos invita a asumir esta misma actitud de vida. El gozo de la celebración del Corpus Christi en las respectivas parroquias, en la capital, en las ciudades y pueblos, cantando al Amor de los amores, nos lleva a descubrir la riqueza y amplitud del Misterio celebrado. Cristo presente realmente en el Pan y en el Vino consagrado, le adoramos. Cristo presente en el hermano pobre, le servimos por el ejercicio de la caridad.


7. Agradezco a las comunidades cristianas mantengan la centralidad de la Eucaristía en la vida de fe de los bautizados, tanto en la celebración como en la adoración del Santísimo Sacramento.

La llamada del Papa Juan Pablo II en su Encíclica “Ecclesia de Eucharistía” debe encontrar la mejor respuesta en nuestra vida personal y comunitaria.

Pero nuestras comunidades no pueden olvidar que profundizar en el sentido eucarístico de la vida cristiana nos lleva al amor y servicio de los hermanos pobres, a la comunicación de bienes. Así ha sido desde los primeros siglos de vida cristiana y en esa coherencia de la vivencia de la fe debe caminar nuestro esfuerzo y nuestra praxis de vida.

Reitero mi gratitud a todos los que trabajan en Cáritas porque así la generosidad de los creyentes e incluso de los no creyentes encuentra el mejor cauce de comunicación de bienes que hace posible sea mejor la solución de los problemas de los hermanos. Se del trabajo, de la preocupación, de la generosidad de muchos cristianos que dedican días y horas al servicio de Cáritas. Ellos nos recuerdan la dimensión esencial del amor fraterno entre nosotros, a partir del amor de Dios que es gratuito y universal.

Con mi reiterada gratitud y con mi mejor deseo de que vivamos en toda su riqueza el misterio-sacramento de la Eucaristía entregado por Cristo a la Iglesia, os bendice,

✝ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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