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Los niños también son misioneros

Publicado: 23/01/2005: 1016

Carta Pastoral de Mons. Dorado Soto Jornada de la Infancia Misionera

Ante la Jornada de la Infancia Misionera, que celebra hoy la Iglesia, es posible que algunos se pregunten qué pueden hacer los niños para llevar el Evangelio a las personas que viven en lugares lejanos. Es una pregunta muy oportuna, que nos puede ayudar a los adultos a reflexionar sobre nuestro propio compromiso evangelizador. En particular, cuando descubrimos que, gracias a las aportaciones económicas de los niños, se mantienen abiertos miles de guarderías, colegios y hospitales para niños en los países más empobrecidos de la tierra.

La generosidad y la imaginación que derrochan los pequeños es una espléndida proclamación del Evangelio, que nos enseña a todos a compartir con los necesitados, los hijos de Dios. Mediante su aportación económica, los niños no sólo evangelizan con sus obras a las personas que se benefician de esta ayuda, sino que nos están provocando a todos para que hagamos un examen de conciencia sobre nuestra capacidad de compartir.

Por otra parte, el hecho de que tomen conciencia del fenómeno de la pobreza y de sus causas en un mundo inmensamente rico constituye una dimensión muy valiosa, dentro del proceso de iniciación cristiana de la catequesis. El Papa Pablo VI nos dijo que la defensa de los derechos humanos es un elemento integrante del Evangelio, y así se lo debemos inculcar a todos según su capacidad de comprensión. Los niños tienen una sensibilidad especial para la justicia y es bueno que descubran desde sus primeros pasos en la vida de fe esta conexión entre el Evangelio y la defensa de los derechos humanos. Su amor será más realista y su comprensión y valoración del trabajo de los misioneros, más profunda y más evangélica.

Pero no podemos olvidar que esta dimensión de la Infancia Misionera perdería su fuerza provocadora y educativa si no ayudáramos a los niños a descubrir que dichos esfuerzos no se realizan por simple altruismo, sino por amor a Dios y al hombre. O lo que es igual, que proceden de la fe en Jesucristo y son una hermosa expresión de nuestra fe en la encarnación del Señor. Igual que les inculcamos su presencia real en el sagrario, debemos recordarles que Jesús nos sale al encuentro también, aunque de otro modo, en todos los pobres, especialmente en los niños sin comida, sin escuela, sin medicinas y sin un hogar digno.

Es entonces cuando cobra más sentido la proclamación del Evangelio, según el cual Dios nos ama a todos los hombres por igual y nos ha hecho hermanos en Jesucristo. Por eso, los misioneros no sólo los enseñan que Dios existe y que nos ha redimido por medio de su Hijo Jesucristo; no sólo enseñan a amarle, a rezar y a vivir de acuerdo con las Bienaventuranzas, sino que allí donde llegan comparten cuanto son y cuanto tienen, porque creen de verdad que Dios está presente en todas las personas. De manera muy especial, en las más humildes y en las más débiles.

Finalmente, un elemento esencial de esta Jornada es la oración; esa oración de los niños, que se toman en serio cuanto pronuncian sus labios. La oración sencilla y limpia que brota de su corazón y se dirige a Dios llena de confianza. Pues como nos ha recordado Juan Pablo II, “la oración debe acompañar el camino de los misioneros, para que el anuncio de la Palabra resulte eficaz por medio de la gracia divina. (Por eso), San Pablo, en sus cartas, pide a menudo a los fieles que recen por él, para que pueda anunciar el Evangelio con confianza y franqueza” (RM 78).

✝ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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