DiócesisCartas Pastorales Mons. Dorado

No lloréis, como las personas que no tienen esperanza

Publicado: 02/11/2004: 2229

Festividad de Fieles Difuntos

La cultura actual intenta por todos los medios que nos olvidemos de la muerte y, para lograrlo, trata de borrar cualquier indicio de su presencia inquietante. Sin embargo, ese fondo oscuro de la existencia humana que es la muerte nos hace pensar y afrontar con realismo la belleza y la grandeza de la vida. Pues el enigma de la condición humana alcanza toda su fuerza provocadora en presencia de la muerte, que relativiza nuestros logros más brillantes y pone en tela de juicio nuestras aspiraciones más hondas.

A lo largo del mes de Noviembre, el Pueblo cristiano, y muchos que han perdido la fe, suelen conmemorar a los seres queridos que nos dejaron ya. Numerosas personas acuden a los cementerios y a los templos a rezar por sus difuntos. Y ante la melancolía y tristeza de algunas miradas, la Iglesia les anuncia que Jesucristo ha resucitado y que sus seguidores resucitaremos con ÉL, porque el hombre ha sido creado por el Dios de la vida, que nos espera en la otra orilla con los brazos abiertos.

De esta forma, lejos de amargar la existencia diaria, el recuerdo de la muerte a la luz de la fe en Jesucristo da profundidad y grandeza a nuestra existencia humana. Pues como dice el Vaticano II, ÉL ilumina el misterio del hombre y le enseña que lleva en su corazón una semilla indeleble de eternidad. Y cuando olvidamos este horizonte luminoso, todos nuestros logros humanos más brillantes y nuestros más nobles anhelos carecen de valor y se diluyen en la nada.

La Iglesia no pretende demostrar con la razón lo que sólo conoce por la fe. Pero cuando la persona se encuentra con el Señor resucitado y se deja iluminar por el Espíritu Santo, advierte enseguida que su vida se transforma para bien. La fe abre su inteligencia a la Verdad de Dios, el amor convierte su existencia en un sucederse de compromisos solidarios y la esperanza le lleva a seguir confiando que hay en su interior posibilidades de plenitud humana que jamás había soñado.

Es natural que recemos por los difuntos, pues por esa verdad consoladora que se llama "la comunión de los santos" sabemos que nos pueden necesitar, igual que los necesitamos nosotros para dar grandeza y hondura a nuestra vida. Pero la realidad inexorable de la muerte no debe llevarnos a caer en la desesperanza ni en el miedo, sino a vislumbrar la fuerza indestructible de la vida, que ha vencido a la muerte en Jesucristo y que la vencerá también en cada uno de nosotros. Por eso decía San Pablo a los cristianos de su tiempo: "Hermanos, no queremos que estéis en la ignorancia respecto de los muertos, para que no os entristezcáis como los que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, de la misma manera Dios llevará consigo a quienes murieron en Jesús" (1 Ts 4, 13-14).

✝ Antonio Dorado Soto
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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