Publicado: 01/04/2007: 2249

Durante cuarenta días, nos hemos preparado con la oración, el amor fraterno y la penitencia para celebrar la Pascua. La Iglesia nos ha invitado a convertirnos, consciente de que la vida de fe es un proceso por el que, impulsados por la gracia, nos despojamos de las actitudes contrarias al Evangelio y nos entregamos a Dios, hasta que sea el centro de nuestra vida y nos enseñe a amar a todos con su corazón de Padre. Es natural que un hito de este proceso haya sido la celebración del sacramento de la penitencia, que nos reconcilia con Dios y con los demás.

Hoy, con la bendición y la procesión de los ramos, comienza la celebración de la Semana Santa, que culmina en el Triduo Pascual con sus ricas celebraciones litúrgicas. Os invito a participar en los cultos y a profundizar en el sentido de unos ritos que hemos recibido de nuestros padres en la fe. Especialmente, en la celebración del Jueves Santo, en los cultos sobrecogedores del Viernes y en ese estallido de vida y de alegría que es la Vigilia Pascual. Con palabras de San Ambrosio, es “el Triduo en el que ha sufrido, ha reposado y ha resucitado el que pudo decir destruid este templo y en tres días lo reedificaré”.

Este Triduo comienza el Jueves Santo por la tarde, con la celebración de la Cena del Señor. La Liturgia nos invita a dejarnos transformar por la Eucaristía, que actualiza la muerte y la resurrección de Jesucristo para nosotros hoy y nos capacita para amar, hasta dar la vida por el otro. Mediante el lavatorio de los pies y el mandato del amor fraterno, Jesús nos enseña que la entrega afectiva y efectiva es la actitud propia de los que se reúnen a celebrar la Eucaristía.

La Liturgia del Viernes comienza con un silencio prolongado, que nos prepara a adentrarnos y dejarnos afectar por la pasión y muerte del Señor. Las lecturas, que tienen su cumbre en la proclamación del evangelio, nos ayudan a comprender el gran misterio del Dios crucificado. Después, la oración universal nos lleva a descubrir el amor de Dios a los hombres y la eficacia redentora de la muerte de Jesús, para asociarnos a dicha misión. Este día, la Cruz lo llena todo, pero nosotros no la vemos como un elemento de tortura, sino como la expresión suprema del amor de Dios, que se deja matar por todos y por cada uno. Por eso, cuando adoramos la cruz no pretendemos glorificar los elementos turbios de la existencia, sino descubrir la fuerza redentora del amor que los transforma, y ponernos al lado de los crucificados de la tierra.
Durante el sábado no se celebra la Eucaristía y el altar está desnudo. Como dice un autor cristiano de los primeros siglos, un profundo silencio llena la tierra y la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión, pues “Dios hecho hombre se ha dormido y ha despertado a los que dormían desde siglos...”

El silencio sólo se romperá cuando llegue la noche y se enciendan luminarias en las puertas o en los atrios de los templos, para proclamar que Jesucristo ha resucitado y está vivo entre nosotros. Por eso es necesario que la Vigilia Pascual, “madre de todas las vigilias” según la expresión de San Agustín, vuelva a ser el punto de encuentro de todos los cristianos, pues en ella culmina el Triduo Pascual y dan comienzo los cincuenta días de la Pascua, fuente inagotable de alegría y esperanza también para el cristiano actual.

+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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