DiócesisCartas Pastorales Mons. Dorado

Preparad el camino del Señor

Publicado: 10/12/2006: 1458

En medio de las prisas con que discurren nuestros días, resuena insinuante la voz de san Juan Bautista, que nos dice: “Preparad los caminos del Señor”. Confío en que las preocupaciones domésticas, la insistencia agobiante de la publicidad, los adornos de los escaparates y las preocupaciones que generan la preparación de estas fiestas no ahoguen la voz apremiante del Precursor, cuando nos invita a preparar los caminos del Señor. Porque vamos a celebrar con fe el mayor acontecimiento que han contemplado los siglos, el nacimiento del Hijo de Dios.

Una manera eminente de disponer el espíritu para celebrar la Navidad consiste en acercarse al sacramento de la penitencia. Por eso es digno de encomio que numerosas parroquias, además de ofrecer cada día a los fieles la posibilidad de confesar, organicen celebraciones comunitarias de la penitencia. Estas celebraciones ponen en evidencia que la fe se vive en comunidad y que nuestros pecados, incluso los más secretos, perjudican también a los demás de manera semejante a como los benefician nuestras buenas obras, por “la comunión de los santos”.

Sin embargo, no nos deben llevar a la idea errónea de que ya no es necesaria la confesión personal, pues como enseña el Catecismo de la Iglesia, “cuando los penitentes se preparan a la confesión (comunitariamente) y juntos dan gracias a Dios por el perdón recibido”, “la confesión personal de los pecados y la absolución individual están insertadas en una Liturgia de la Palabra de Dios”, pero, en las circunstancias ordinarias, siguen siendo obligatorias para quien tiene conciencia clara de haber cometido pecados graves. ¡Es la enseñanza de la Iglesia que nadie debe modificar por su cuenta!

Esta confesión, para que no se reduzca a un acto escasamente relevante, debe ir precedida de una reflexión profunda sobre nuestra condición de bautizados y nuestra sintonía con las Bienaventuranzas, pues el seguimiento de Jesucristo no se reduce sólo a evitar lo que es contrario al Evangelio, sino que consiste positivamente en pasar por la vida haciendo el bien: en amar con obras y con palabras Y sólo conseguiremos vivir con amor las diversas situaciones de la existencia en la medida en que busquemos sin cesar el rostro de Dios, mantengamos el deseo ardiente de vivir como hijos suyos y tratemos de actuar siempre según su voluntad, como nos recuerda el “Padre nuestro”.

A veces, personas que desconocen la profundidad del arrepentimiento cristiano y la grandeza de este sacramento, comentan que es muy fácil pedir perdón a Dios después de haber causado un daño grave al otro. Desconocen que la persona que se acerca a pedir perdón no sólo tiene que hacer firme propósito de rectificar su conducta, sino que ha de reparar, en la medida posible, todos los daños que ha causado. Si se ha apropiado de algo que no es suyo, tiene que devolver lo robado; si ha calumniado a alguien, ha de confesar la falsedad de sus palabras; y si ha perjudicado en algo a otra persona, necesita hallar el modo de reparar las consecuencias y reconciliarse con ella, pues sólo entonces se hace real el perdón divino.

La grandeza del sacramento del perdón consiste en que nos ponemos en manos de la misericordia divina para que nuestro querido Padre nos perdone por Jesucristo, su Hijo, y nos conceda la fuerza del Espíritu Santo, para vivir en sintonía con el Evangelio, pues la confesión no es un punto de llegada, sino el comienzo de una etapa nueva.

+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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