Publicado: 29/06/2008: 1185

En la fiesta de San Pedro y de San Pablo es costumbre, extendida en todo el mundo católico, realizar una colecta que se le envía al Santo Padre. Como sabéis los miembros del Pueblo de Dios, la proclamación el Evangelio se realiza con obras y palabras, íntimamente unidas entre sí. Por ello, no nos limitamos a anunciar que Dios es Amor y que el amor al otro, sin discriminación y sin límite alguno, es el distintivo de los seguidores de Jesucristo, sino que acompañamos el anuncio verbal con el lenguaje de los hechos. La Iglesia nunca puede entenderse a sí misma sin el ejercicio de la caridad; tanto de la caridad directa y espontánea de cada uno, como de la actividad caritativa de los creyentes organizada a través de las llamadas Cáritas. Esta práctica caritativa no es un complemento conveniente, sino una dimensión de la esencia misma del Evangelio, ya que éste no está allí donde falta la caridad.

Desde esta convicción de fondo, resulta fácil entender que también el Papa, que nos preside en la caridad y a quien apremia la preocupación por todas las Iglesias, pueda acudir en ayuda de los hermanos más necesitados de cualquier lugar del mundo y en cualquier circunstancia. Es lo que hace con los fondos que aportamos entre todos en esta colecta, a la que os invito a contribuir con alegría.

Su nombre encierra una catequesis, pues el óbolo era una moneda de plata de escaso valor. De ahí que pronto viniera a significar, en el lenguaje del pueblo, las pequeñas aportaciones de las personas más sencillas, en recuerdo de la moneda insignificante que echó en el cepillo del templo una viuda pobre y que mereció grandes elogios por parte de Jesús. En todo caso, conocéis la pauta que daba san Pablo a los cristianos de la comunidad de Corinto, cuando les presentaba la colecta organizada para enviar fondos a los fieles de Jerusalén, que atravesaban una situación difícil: “Cada cual dé según el dictamen de su corazón, no de mala gana ni forzado”.

Al mismo tiempo que signo de fraternidad universal, la aportación de cada uno es la mejor manera de expresar nuestro afecto al sucesor de San Pedro. Como dijo Benedicto XVI hace dos años, “el Óbolo de San Pedro es la expresión más típica de la participación de todos los fieles en las iniciativas del Obispo de Roma en beneficio de la Iglesia universal. Es un gesto que no sólo tiene valor práctico, sino también una gran fuerza simbólica, como signo de comunión con el Papa y de solicitud por las necesidades de los hermanos”.

Los principales beneficiarios de vuestra aportación van a ser las comunidades más necesitadas de todo tipo de ayuda. No sólo en los momentos 
de grave emergencia, debidos a catástrofes naturales de cualquier tipo, sino también las diócesis y los institutos religiosos de los países más pobres del planeta. Igual que ayudamos a las misiones mediante la colecta del Domund, colaboramos con Cáritas ante situaciones inesperadas de pobreza y ofrecemos nuestro apoyo humano y económico a Manos Unidas en sus proyectos de lucha contra la pobreza, también hoy ofrecemos nuestra ayuda a los más necesitados. Es otra forma de compartir con nuestros hermanos, y la realizamos a través del Santo Padre, conscientes de que él, y sólo él, conoce situaciones particularmente difíciles, que necesitan con urgencia el apoyo económico de todos.

+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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