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Los accidentes laborales

Publicado: 08/07/2007: 931

Durante la semana anterior se produjeron en la provincia de Málaga dos muertes por accidentes laborales: un joven de 22 y un hombre de 50. Con ellos, son ya cinco las víctimas mortales que se han producido en nuestra diócesis por dichos accidentes. Aparte de que toda vida humana es única, cinco trabajadores muertos, casi uno por mes,  mientras desarrollaban su actividad, constituyen una cifra muy preocupante. Y lo más grave es que este tipo de muertes se vienen repitiendo con dolorosa frecuencia durante los últimos años, hasta el punto de que comienzan a dejar de ser noticia.

Desconozco las causas de estos hechos desgraciados y, por consiguiente, no me corresponde analizarlas ni denunciarlas, pero deseo hacer un llamamiento a todos, y de modo especial a los miembros del Pueblo de Dios,  para que cuidemos y extrememos las medidas de seguridad en el trabajo y detengamos esta sangría de vidas jóvenes, que golpean casi siempre a los miembros más modestos e indefensos de la sociedad.

En primer lugar, a las autoridades y a los sindicatos, para que mejoren todos los mecanismos de control necesarios que se les deben exigir a las empresas. Cuando está en juego la vida y la integridad física de las personas, hay que evitar todos los riesgos, por pequeños que parezcan.

Por otra parte, se dice que los trabajadores mismos no siempre aceptan de buen grado y con diligencia el cumplimiento de las normas establecidas. Hay que ayudarles a concienciarse de que los primeros perjudicados de sus posibles negligencias son ellos y sus familias.

Sin embargo, tengo la firme convicción de que una parte de la responsabilidad de estos accidentes procede de la precaria situación laboral en la que se encuentran la mayoría de los trabajadores. No me refiero a esa situación inhumana e injusta de los que se aprovechan de los inmigrantes que no tienen su documentación en regla, sino a otros aspectos también reales como la precariedad en el trabajo, la gran dureza de los horarios laborales, el tener que trabajar contra reloj y la indefensión en la que se encuentran los obreros, que los lleva a asumir condiciones de trabajo peligrosas, cuando no indignas. Es verdad que las doctrinas neoliberales, tal como se aplican entre nosotros, han creado mucha riqueza, pero no se ha conseguido que avance razonablemente su reparto justo ni que las condiciones del trabajo alcancen el nivel que exigen la dignidad y los derechos de los trabajadores. Especialmente, el derecho a su integridad física y a la misma vida.

Al abordar este tema, lo hago consciente de que la defensa y la promoción de los derechos humanos es parte integrante del Evangelio, y me limito a recordar los aspectos nucleares de la doctrina social de la Iglesia, que afirma: “La actividad económica es generalmente fruto del trabajo de los hombres. Por ello, es inicuo en inhumano organizarla y regularla de tal modo que vaya en detrimento de cualquier trabajador. Sucede con mucha frecuencia, aún en nuestros días, que los que realizan un trabajo resultan de alguna manera esclavos de su propio trabajo. Esto no se justifica nunca con las llamadas leyes económicas” (GS 67). Es decir, que la fe nos enseña que la persona del trabajador, su vida y su integridad, han de prevalecer sobre los restantes intereses.

+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga


Málaga, 8 de julio de 2007

Diócesis Málaga

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