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La beatificación de los mártires un canto de esperanza

Publicado: 23/09/2007: 883

La Iglesia no se alegra de la existencia de mártires, porque todo martirio es signo de que se ha torturado y asesinado a personas inocentes, a quienes han arrebatado la vida por creer en Jesucristo y por dedicar su existencia a amar a Dios y a los hombres. Además, con frecuencia, los mártires son personas jóvenes o en plena madurez, a las que la violencia homicida impidió seguir dando frutos de vida evangélica. Tal es el caso de esos 21 sacerdotes y religiosos que sufrieron el martirio en Málaga, en el siglo XX. Dos de ellos, D. Enrique Vidaurreta y D. Juan Duarte, están relacionados con nuestro Seminario: el primero era el Rector; y el segundo, un joven seminarista que había sido ordenado de Diácono. Aunque entre los 498 mártires que van a ser beatificados hay también otros relacionados con nuestra diócesis, nos ha parecido oportuno centrar la atención en los 21 que sufrieron martirio en la diócesis y que nuestro semanario ha dado a conocer.

Para los católicos malagueños, y para la Iglesia en general, los mártires cumplen a la perfección el significado del vocablo que los designa: son testigos, que eso significa «mártir». En primer lugar, de la grandeza de Dios, que ha hecho de la debilidad humana un signo elocuente de la fidelidad de sus hijos. En medio de una cultura que presenta la falta de fidelidad a la palabra dada como una expresión de inteligencia práctica y de progreso, los mártires nos recuerdan la grandeza de quienes, a imagen de Dios Padre, saben mantener su sí hasta las últimas consecuencias. En este sentido, son un ejemplo formidable para los sacerdotes y los que se preparan al sacerdocio.

También son testigos del amor y de la ternura de Dios. A pesar de los tormentos que sufrieron, no se dejaron arrastrar por la desesperación ni por el odio. Ellos se sabían en las manos de Dios y, como Jesucristo en la cruz, murieron perdonando y rogando por los mismos que los habían condenado y los torturaban. En un mundo de violencia, en el que rige la ley del más fuerte, nos enseñan a ser mansos, a construir el futuro sobre la paz de los seguidores del Crucificado. Finalmente, son un espejo espléndido de fe, en el que nos podemos mirar. Cada uno a su manera, hicieron suyas estas impresionantes palabras del Obispo de Esmirna, san Policarpo, cuando se consumía en medio de las llamas: «Señor, Dios todopoderoso, Padre de nuestro amado y bendito Jesucristo, Hijo tuyo, por quien te hemos conocido (...): te bendigo porque en este día y en esta hora me has concedido ser contado entre el número de los mártires, participar del cáliz de Cristo y, por el Espíritu Santo, ser destinado a la resurrección de la vida eterna en la incorruptibilidad del alma y del cuerpo». Cuando tantos abandonan la fe sin ningún motivo, o dicen que tienen fe pero no son practicantes, los mártires nos dan la talla del verdadero discípulo del S e ñ o r, que está siempre preparado para dar la vida por Dios y por el hombre en el día a día tal vez gris de una existencia enraizada en Dios.

De ahí la importancia de vivir este encuentro verdaderamente único de la Iglesia, la beatificación de 498 mártires, en compañía de los miles de hermanos que acudirán de todas partes de España a los pies de los Apóstoles Pedro y Pablo, para alabar a Dios y rezar unidos el Credo que nos guía y nos salva también en el siglo XXI. Como Obispo, os invito a compartir junto a la tumba de Pedro este acontecimiento excepcional.


+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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