DiócesisCartas Pastorales Mons. Dorado

La alegría de vivir como hijos de Dios

Publicado: 01/10/2006: 1125

Hoy os llega, con el semanario DIÓCESIS, otra catequesis sobre el nuevo Proyecto Pastoral Diocesano que estrenamos este curso. Este proyecto es una invitación apremiante a fortalecer la propia fe y a transmitírsela a todos. Y pienso que la fuerza impulsora de esta iniciativa depende, en medida muy notable, de la hondura y la alegría con las que vivamos el Evangelio. Seguramente todos hemos comprobado alguna vez que las alegrías profundas y las experiencias gratificantes nos impulsan a compartirlas con los demás.

Por eso es necesario comprender que Dios nos ha creado para la alegría y que la fuente más honda de este sentimiento brota del Evangelio. Como repite San Pablo en sus cartas, la alegría es un signo de la presencia del Espíritu, uno de sus frutos más preciados, junto con la paz interior, la bondad y la audacia.

Una fuente de alegría parcial, pero verdadera, consiste en el disfrute de las cosas de esta tierra: contemplar un paisaje, sumergirse en un atardecer, saborear una fruta, visitar un museo, jugar con los hijos, charlar con los amigos... Son otros tantos motivos de verdadera alegría, siempre que se realicen de acuerdo con los planes de Dios.

Sin embargo, hay un nivel más profundo y no menos auténtico, como la alegría de ser libres, de poner en práctica nuestras capacidades creativas, de buscar la verdad de manera apasionada. Ahí descubrimos la grandeza del hombre, que no sólo disfruta de lo que le dan hecho, sino que colabora con el Creador mediante la noble tarea de investigar y poner el mundo al servicio de todos. Es el gozo de colaborar con nuestro Padre.

Es mayor, aún, la alegría de amar y de sentirse amado. Cuando el amor llena el corazón de una persona, ésta vislumbra lo que puede constituir su plenitud humana. El amor entre los esposos, el amor de los hijos, el amor fraterno, el amor de los amigos y, lo que es más grandioso aún, el amor gratuito a los demás sin esperar nada a cambio. Miles de hombres y de mujeres viven esta experiencia en sus hogares, en las misiones, en la vida rutinaria de una parroquia y en el silencio los claustros.

Pero el manantial inagotable de la alegría cristiana consiste en saberse hijos de Dios, en descubrir la dignidad de ser persona y en experimentar que Dios nos ama. El que ha llegado a esta certeza, no es posible que la oculte. La persona que ha descubierto el amor y la belleza de Dios no puede por menos que proclamarla a tiempo y a destiempo, como hacía y recomendaba San Pablo.

Por eso considero que el éxito del Proyecto Pastoral, que nos hemos dado entre todos, depende de la experiencia del amor de Dios, de la alegría de saber que nos ama y de la paz que nos ha proporcionado la fe. En definitiva, de una profunda experiencia creyente, que nos manifiesta que Dios desea nuestra plenitud y nuestra búsqueda de la plenitud humana, que consiste en la búsqueda apasionada de Dios. ¡Pues sólo la bondad y la belleza de Dios tienen la fuerza necesaria para poner a nuestros corazones en actitud de servicio, de alabanza y entrega confiada!

+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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