DiócesisCartas Pastorales Mons. Dorado

La vocación es un don que la Iglesia implora al Espíritu

Publicado: 13/04/2008: 1117

Jesús de Nazaret fue un gran orante. Según los evangelistas, se pasaba en oración noches enteras, cuando tenía que tomar alguna decisión grave. Enseñó a sus discípulos a orar y les dijo que lo hicieran con humildad y confianza, porque Él mismo iba a interceder por ellos ante el Padre. Aprendieron de Jesús a suplicar cuando les embargaban el miedo y la angustia, y a pedir todo lo necesario. Fue Él quien nos recomendó pedir al dueño de la mies que envíe nuevos trabajadores a recoger la cosecha.

Esta práctica caló profundamente en las primeras comunidades cristianas y continúa hoy entre nosotros. Porque la oración no es una manera simplista y cómoda de afrontar los problemas, a la espera que Dios los resuelva. Para nosotros, es un acto de  total confianza en su cercanía y en su amor entrañable, a la vez que el reconocimiento humilde de nuestra condición humana. Por eso, esta oración va siempre acompañada del deseo sincero de que se cumpla la voluntad divina y del compromiso personal de acogerla y de secundarla. 

Cuando el Papa Pablo VI estableció dedicar una jornada a orar por las vocaciones religiosas, lo hacía convencido de que la oración es el clima adecuado para escuchar la voz de Dios y de que esa oración que pone en las manos de Dios los anhelos de su Pueblo, es al mismo tiempo una invitación a las comunidades cristianas, a los padres y a los educadores a que planteen a los jóvenes la vocación religiosa. No es fácil valorar el trabajo abnegado de los miles de hombres y mujeres que entregan su vida, también hoy, a predicar el Evangelio con obras y palabras. Lo normal es que su vida transcurra en el anonimato y constituya una bendición de Dios para aquellos a quienes sirven. Aunque se habla muy poco de ellos, casi exclusivamente cuando cometen un error o sufren algún atropello, su imaginación creadora, su constancia y su audacia han escrito páginas inolvidables de la historia de la Iglesia y de la humanidad.

A nosotros nos corresponde proclamar el Evangelio al hombre de hoy, mediante la Palabra y mediante el servicio a todos, de manera especial a aquellos a los que la sociedad de la abundancia considera un desecho sin derecho a nacer ni a seguir viviendo. Cuando, cegados por el materialismo y el olvido de Dios, muchos llaman “calidad de vida” sólo a la que se basa preferentemente en las cualidades físicas, el evangelizador nos recuerda que la calidad de vida mejor es la constituida por los bienes del espíritu, que es lo característico del ser humano. De ahí la necesidad de contar con testigos de Jesucristo que evangelicen a los pobres y que entreguen totalmente su vida a los preferidos de Dios.

Sabemos, como dice en su Mensaje para esta ocasión Benedicto XVI, que la Iglesia “es misionera en su conjunto y en cada uno de sus miembros” y que “el don de la fe llama a todos los cristianos a cooperar en la evangelización”, pero también es verdad que “siempre ha habido en la Iglesia muchos hombres y mujeres que, movidos por la acción del Espíritu Santo, han escogido vivir el Evangelio con radicalidad” y han tenido una participación muy significativa en la evangelización del mundo. Entre ellos el Papa menciona a los sacerdotes, “entregados al servicio de los más pequeños, de los enfermos, de los que sufren, de los pobres y de cuantos pasan por momentos difíciles en regiones de la tierra donde hay tal vez multitudes que aún hoy no han tenido un encuentro con Jesucristo”.

La oración ayuda a las comunidades y a las personas a escuchar la Palabra, a crecer en vida evangélica y a recibir el don de la vocación religiosa como un auténtico regalo. Y si se ora por las vocaciones es porque se valora esa forma de vida, se la fomenta activamente y se la cuida. De ahí la importancia de alentar esta oración en todo el Pueblo de Dios.

+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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