DiócesisCartas Pastorales Mons. Dorado

Jesucristo, origen y meta del mundo y de la historia

Publicado: 26/11/2006: 1463

Hoy termina el Año Litúrgico, el recorrido que hacemos los católicos a lo largo de los días y de los meses, siguiendo en nuestras celebraciones los pasos de Jesucristo. Por eso es natural que lo que empieza cuatro semanas antes de Navidad con la espera de la venida del Señor, concluya con la presentación de Jesucristo como origen y meta del mundo y de la historia.

Porque nosotros creemos y confesamos que el universo no es fruto del azar, sino que ha sido creado libremente por Dios para manifestarnos su amor. Desde la eternidad, Dios tenía decidido enviar a su Hijo para que compartiera la existencia humana y para que nos hiciera partícipes de la vida divina. Como dice San Pablo en su Carta a los colosenses, “en Él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra”, pues “todo fue creado por Él y para Él”. Es más, añadirá en su Carta a los cristianos de Éfeso: Nos ha elegido a cada uno antes de la creación del mundo, para hacernos hijos suyos y para que seamos santos por el amor.

En este sentido, la creación del mundo es el primer gesto del amor entrañable de Dios al hombre, su primer paso hacia cada uno de nosotros y el comienzo de la historia de la salvación. Esa historia que culmina en Jesucristo, y tiene su centro vital y su plena irradiación en la Pascua, cuando el Señor resucitado nos encamina definitivamente hacia el Padre, más allá de la muerte y de todos los avatares del tiempo.

  Al recordar hoy que Jesucristo es Rey del universo, no pretendemos exigir para la Iglesia ningún tipo de dominio o poder. Pero sí que reivindicamos, ante todo el que tenga el interés o la curiosidad de escucharnos, que la historia humana no camina hacia la nada ni hacia una catástrofe final. Porque es fruto del amor divino y tiene como meta el retorno a sus brazos de Padre. La libertad nos permite alejarnos de Dios y sembrar en el mundo muchas lágrimas con nuestros pecados, como la insolidaridad, la violencia, la injusticia y, en ocasiones, el asesinato frío y planificado de poblaciones enteras, al estilo de lo que hicieron algunos a lo largo del siglo XX. Pero esa misma libertad es también la que nos permite amar a Dios y pasar por el mundo haciendo el bien, si nos dejamos guiar y transformar por Jesucristo. Ciertamente cada uno tendremos que dar cuenta a Dios de nuestras acciones y omisiones, pero la última palabra de la historia será una palabra de vida: la venida final de Cristo resucitado.

Cuando decimos que es Rey, estamos proclamando que Él es el centro de la vida y de la historia, el único Maestro, la energía capaz de sanar y transformar el corazón, la meta hacia la que caminamos y la Palabra definitiva de Dios a los hombres. Pues como dijo San Juan de la Cruz, en Él, Dios nos dijo su última Palabra, y luego enmudeció.

Por eso culmina la plegaria eucarística con esa impresionante invitación de que tenemos que vivir cada momento del día “por Cristo, con Él y en Él”, pues sólo así nos encontraremos a nosotros mismos, desarrollaremos nuestras mejores energías al servicio de todos y amaremos al otro con obras y palabras, una manera muy hermosa de alabar y de glorificar a Dios.

 

+ Antonio Dorado

Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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