DiócesisCartas Pastorales Mons. Dorado

El acompañamiento espiritual

Publicado: 12/10/2008: 1521

Siguiendo el Proyecto Pastoral Diocesano, este curso nos corresponde centrar los mejores esfuerzos en “Vivir la fe”. Ello me ha movido a presentar, mediante algunos rasgos, qué se entiende por vida de fe; y a insistir en uno de sus elementos decisivos, el acompañamiento espiritual. Empezaré diciendo que la vida de fe es un proceso interior del creyente que no termina nunca, pues se va desarrollando con los años, a lo largo de la existencia. El objetivo último es la santidad, que consiste en lo que nuestros mayores denominaban “configurarse con Jesucristo”. O lo que es equivalente, en identificarse con Él de tal manera que podamos repetir con san Pablo: “Vivo, pero no yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Ga 2, 20). A lo largo de este proceso, van cambiando nuestras ideas y nuestra forma de entender la existencia, hasta tener una visión evangélica de la vida y mirar con los ojos de Dios a las personas que nos rodean. También transforma Dios nuestros sentimientos más profundos, hasta el punto de que se puede decir que tenemos los sentimientos de Jesucristo que denominamos “frutos del Espíritu”. Y por supuesto, cambian nuestras actitudes y nuestra manera de comportarnos con Dios, con los demás, con las cosas y consigo mismo. En eso consiste la vida espiritual, en vivir todas las dimensiones de la propia existencia de acuerdo con el Espíritu de Jesucristo.

A lo largo de este proceso, hay muchos momentos de cansancio, de perplejidad, de oscuridad y de desaliento. A veces nos encontramos perdidos, no sabemos bien qué camino tomar o nos parece haber seguido la senda equivocada. Además, la tentación y el pecado nos desaniman y turban, ya que a medida que nos acercamos a Dios resultan más patentes nuestra debilidad y nuestras miserias. Hasta que vamos descubriendo que el Evangelio es la Buena Noticia de que Dios sí existe y nos ama, de que la fe es un don divino y de que todo es gracia, pues sólo entonces la conciencia de la propia debilidad nos lleva a una entrega y a una confianza mayor en Él. Pues como dice san Pablo, Dios y su gloria resplandecen en nuestra debilidad. Estas dificultades, y otras muchas que van surgiendo al hilo de la existencia, son el motivo por el que resulta necesaria la figura del acompañante en la fe. Basta con que sea una persona muy experimentada que, con sus preguntas, sus observaciones y consejos nos ayude a descubrir la voluntad de Dios y a tomar la decisión adecuada en cada caso. Jamás debe sustituir nuestra conciencia ni tomar decisiones por nosotros. Es suficiente con que, mediante preguntas sencillas y provocadoras, nos permita aceptar nuestra situación presente, descubrir el sendero por el que Dios nos llama y vivir el hoy de Dios.

Con frecuencia, ese hoy de Dios está transido de aridez y de tentaciones, como ha revelado en sus cartas, que se han publicado recientemente, la Beata Madre Teresa de Calcuta. O por experiencias de alegría y confianza en Dios, como nos cuenta el Beato Juan XXIII. O de oscuridad profunda, como le sucedió a Santa Teresa del Niño Jesús en vísperas de su muerte. De todo hay en nuestra vida, y por eso alguien tan experto como san Ignacio de Loyola nos habla de la existencia de consolaciones y desolaciones.

El cometido del acompañante espiritual, que no tiene por qué ser un sacerdote, es el de ayudarnos a caminar sin tirar la toalla, ni siquiera en las condiciones difíciles. Mediante conversaciones frecuentes, según las necesidades y las posibilidades de cada uno, nos invita a seguir buscando el rostro de Dios, a perseverar en la oración, a vivir de la Palabra y a avanzar hacia la santidad. Es un acompañamiento que necesitamos todos, también los seglares, para que no erremos el camino y para que no se estanque nuestra vida de fe.


+ Antonio Dorado Soto,
Obispo Administrador Apostólico de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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