Publicado: 14/10/2007: 807

Día de la Catequesis 2007

En nuestra Diócesis sois miles los seguidores de Jesús que dedicáis una parte de vuestro tiempo a iniciar a otros hermanos en los misterios del Reino. Unos trabajáis con los novios que han solicitado casarse por la Iglesia; otros, con los padres que han pedido el bautismo para sus hijos; muchos, con los adultos que desean actualizar y reavivar su fe para vivirla en el hoy de Dios; y la mayoría, con los adolescentes y los niños.

Si eres uno de ellos, un catequista, te felicito. Estoy seguro de que los primeros que os beneficiáis de esta tarea sois tú mismo y las personas más cercanas. Seguramente te has vuelto a encontrar con la alegría de la fe y con la cercanía de Dios, que te ayudan a profundizar en el Evangelio.

Lo que más le suele preocupar al catequista es cómo hablar de Dios a los demás, para que comprendan y acojan el “Credo” que se nos dio en el bautismo. De ahí brota su inquietud inmediata por conocer con mayor profundidad la fe. Una inquietud que le llevará a plantear muchas preguntas, a buscar respuestas en el Catecismo de la Iglesia y a escuchar a los que le pueden ayudar en su búsqueda.

Además, el catequista descubre que sólo se puede hablar de Jesucristo de modo convincente y “con autoridad” en la medida en que se es un testigo: Alguien que “ha visto y oído”. Cuando piensa en la misión recibida, se ve pobre, pero esta pobreza espiritual, lejos de retraerle le suele llevar a la oración, a buscar su fuerza en el Señor y en su poder invencible. Es así como descubre que la oración no sólo le da luz y fortaleza para hablar a otros de Dios, sino que transforma poco a poco su mente y su corazón, y le hace más humano.

Con frecuencia se siente incapaz de transmitir la fe e indigno de la misión que le ha encomendado la comunidad, pero dicha sensación le enseña a poner su confianza en el Señor y a abandonarse en sus manos. Sobre todo, cuando comprende que, a través de la Iglesia, es el Señor quien le ha confiado la tarea más importante que puede recibir una persona: iniciar a otros, especialmente a los niños, en la oración y en el seguimiento de Jesús, en el trato con Él y en la búsqueda apasionada de la verdad.

A través de los encuentros semanales, la escucha, el diálogo y la oración, no sólo va inculcando en la mente y en el corazón de sus hermanos las actitudes evangélicas y las verdades de la fe, sino que acompaña su proceso en el desarrollo de la libertad, de la capacidad de comprender las cosas de Dios, de la armonía de sus sentimientos cristianos o frutos del Espíritu, del fortalecimiento de su voluntad y de sus relaciones con Dios y con los demás. ¡Es fantástico!

Aunque no se vean los resultados, hay que sembrar la Palabra a manos llenas, pues, como dice San Pablo, es Dios quien hace fructificar la Palabra. Y si alguna vez surgen dificultades, conviene recordar aquellas sabias enseñanzas de San Juan Bosco a sus hermanos: En el trato con los niños (y con los adultos, añado) “mantengamos sereno nuestro espíritu, evitemos el desprecio en la mirada, las palabras hirientes; tengamos comprensión en el presente y esperanza en el futuro (...) En los casos más graves, es mejor rogar a Dios con humildad que arrojar un torrente de palabras, ya que éstas ofenden a los que las escuchan sin que sirvan de provecho”.

 

+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
Más artículos de: Cartas Pastorales Mons. Dorado
Compartir artículo