DiócesisCartas Pastorales Mons. Dorado

Adoremos al Señor, nuestro Dios

Publicado: 24/06/2007: 786

En su reciente Exhortación Apostólica sobre la Eucaristía, el Papa Benedicto XVI nos dice: “Recomiendo ardientemente a los pastores de la Iglesia y al Pueblo de Dios la práctica de la adoración eucarística, tanto personal como comunitaria” (SC 67ª). En mi condición de Obispo de Málaga, no sólo hago mía esta recomendación del Santo Padre, como es pertinente, sino que considero que señala un aspecto muy importante y actual de la vida de fe de nuestras comunidades. Cuando hablo con vosotros, percibo en la mayoría un interés creciente por la oración y por una experiencia personal de Dios. Y le doy gracias al Señor, porque la tierra está preparada a recibir la lluvia de su gracia.

Por otra parte, la siembra eucarística del Beato Manuel González continúa dando frutos en nuestro seminario y en los sacerdotes que se han formado en él. Gracias a estas raíces profundas, no he percibido aquí la contraposición de algunos entre la celebración de la santa misa y la adoración eucarística, con el argumento inconsistente de que el Pan de Vida se nos dio para ser comido, no para ser contemplado. Como podéis ver cada uno, el Papa da hasta cuatro razones para no aceptar esta contraposición sin fundamento (Cf SC n. 66-68).

La primera es que la Eucaristía establece una relación personal del cristiano con Jesucristo, que le inserta en la comunión eclesial, pues cuando comulgamos, nos unimos al Señor: a la Persona del Señor y a su Cuerpo místico. Pero esta unión no se limita al tiempo de comulgar, sino que se prolonga en la oración ante el Santísimo Sacramento.

La segunda razón consiste en que la adoración eucarística fuera de la misa –que es el acto de adoración principal- prolonga y da su máxima calidad de acogida al acto de comulgar y a lo que se ha realizado en la celebración. Es decir, amplia las disposiciones del sujeto humano. Fue San Agustín quien lo insinuó, cuando dijo que “nadie come de esta carne, sin antes adorarla...(pues) pecaríamos si no la adoráramos”.

La tercera razón es que la adoración contemplativa nos da la oportunidad de traer ante la mirada de Dios la vida en la que estamos inmersos y a las personas con las que convivimos y nos relacionados. “Y, como sigue diciendo el Papa, precisamente en este acto personal de encuentro con el Señor madura luego también la misión social contenida en la Eucaristía y que quiere romper las barreras no sólo entre el Señor y nosotros, sino también y sobre todo las barreras que nos separan a los unos de los otros” (SC 66).

La cuarta razón, por fin, está en que la contemplación eucarística nos ayuda a recordar la centralidad de la persona de Jesucristo en la vida de fe. Como humanos que somos, tenemos una tendencia innata a poner la esencia del Evangelio en lo que hay que hacer, y a reducir la vida espiritual al primer mandamiento: a amar a Dios y al hombre. Pero la gran novedad del Evangelio, como ya insistió San Pablo y siglos más tarde San Agustín con toda la Iglesia, es que Dios nos ha amado primero y de manera gratuita, siendo nosotros pecadores. Y si olvidamos esta centralidad de la gracia, caemos en una actitud semipelagiana, que produce un estilo de creyentes sin alegría y sin paz interior, volcados en el activismo estresante y en el hacer cosas.

Como es natural, para que la adoración eucarística no degenere en una actividad más que se realiza en la parroquia, tiene que ir acompañada de una catequesis seria y de una iniciación jugosa en el arte de orar. Me refiero a los primeros pasos, pues el único maestro de oración es el Espíritu Santo.

+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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