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La Pastoral obrera de toda la Iglesia

Publicado: 01/05/2005: 868

Carta pastoral de Mons. Dorado Soto con motivo de la celebración del 1º de mayo

La Pastoral obrera de toda la Iglesia


1. Cada año, el día primero del mes de mayo, festividad de San José Obrero, celebramos la jornada diocesana dedicada al mundo obrero. En esta jornada recordamos a tantos hombres y mujeres trabajadores, a tantas familias y a tantos esfuerzos a favor del reconocimiento de la dignidad de los trabajadores. A la vez esta jornada nos invita a orar por el mundo obrero, a celebrar el patronazgo de San José Obrero, el fiel custodio del Redentor, y a subrayar la importancia de la evangelización y de la atención pastoral al mundo del trabajo. Con este motivo quiero unirme a este acontecimiento eclesial y social y a la vez compartir con vosotros algunas consideraciones con el deseo de animaros en la hermosa tarea de ser testigos de la fe y evangelizadores de vuestros compañeros y amigos en vuestros respectivos ambientes de trabajo.

Hoy es todavía más necesario que en años anteriores intensificar la evangelización del mundo del trabajo, porque se encuentra sometido a la presión de la nueva cultura secularista, hedonista  y consumista que nos invade; porque surgen nuevas formas de explotación, precariedad, pobreza y marginación y porque arrecian las descalificaciones de la Iglesia por parte de ideologías que se autocalifican de progresistas. Este año, en el que se cumplen diez de la publicación del documento de la Conferencia Episcopal Española titulado “La Pastoral obrera de toda la Iglesia”, espero y deseo que los agentes de la Pastoral Obrera renovéis el empeño por hacer llegar el Evangelio con nuevo vigor a los compañeros de trabajo.

Los trabajadores cristianos han de afrontar con valentía evangélica una situación nueva y cambiante, compleja y comprometida, en el contexto de la globalización y de la posmodernidad. La Iglesia, escuchando la «llamada» a la nueva evangelización, nos invita de muchos modos a reavivar en nosotros el impulso de los orígenes, dejándonos impregnar por el ardor de la predicación apostólica después de Pentecostés. Hemos de revivir en nosotros el sentimiento apremiante de Pablo, que exclamaba: « ¡Ay de mí si no predicara el Evangelio! » (1 Co 9,16; cf. NMI, 40).


Pastoral de la santidad: unión personal con Jesucristo

2. El mundo del trabajo, como la sociedad en general, necesita hoy de esta nueva evangelización. Esto es, necesita escuchar de nuevo el Mensaje cristiano, el anuncio de Jesucristo, nuestro Salvador y Redentor. La carta apostólica “Novo Millennio Ineunte”, en la que se inspira nuestro Proyecto Pastoral Diocesano, afirma con contundencia que “la perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral es el de la santidad” (cf. NMI 30). Poner nuestro camino pastoral bajo el signo de la santidad implica subrayar en nuestra vida personal y en nuestra actividad pastoral la unión vital con Cristo, la espiritualidad de comunión y la entrega misionera.
Para poder ofrecer a los demás la experiencia salvadora de Jesucristo hemos de vivir unidos personalmente con Él. Sabemos que sin Él no podemos hacer nada (cf. Jn 15,5), ya que toda la novedad y la fuerza del cristianismo brota de Jesucristo Resucitado. La santidad es inseparable de la vida de oración a través de la cual, escuchando la Palabra de Dios, aprendemos en la escuela del evangelio a pensar como Cristo, a sentir como Cristo, a actuar como Cristo, en definitiva a vivir como Cristo dejándonos conducir por su Espíritu. Sólo así podemos ser testigos convincentes y audaces del Evangelio en el mundo del trabajo, como lo fue Guillermo Rovirosa, el promotor de la Hermandad Obrera de Acción Católica cuyo proceso de beatificación ya ha comenzado y como, en general, lo han sido todos los santos.

El nuevo ardor apostólico que necesitamos para una nueva evangelización  sólo puede nacer de una más honda conversión al Señor y de una más atenta escucha de su Palabra, mediante la práctica asidua de la oración y la participación en los sacramentos, especialmente la Eucaristía y la Penitencia. La oración es el ámito privilegiado en el que se desarrolla ese diálogo con Cristo que nos convierte en sus amigos íntimos: «Permaneced en mí, como yo en vosotros» (Jn 15,4). Esta amistad personal con Cristo es el fundamento mismo, el alma de la vida cristiana y una condición indispensable para toda vida pastoral auténtica. La experiencia de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo que hacemos particularmente intensa en la liturgia, “cumbre y fuente de la vida eclesial”, es el secreto de un cristianismo realmente vital, que no tiene motivos para temer el futuro, porque vuelve continuamente a las fuentes y se regenera en ellas.

Santidad y comunión

3. Reafirmando la vocación universal a la santidad el Concilio Vaticano II (cf. LG cap V) nos ayudó a descubrir a la Iglesia como misterio, es decir, como pueblo «congregado en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo».  Descubrir a la Iglesia como «misterio», nos lleva  descubrir también su «santidad», entendida en su sentido fundamental de pertenecer a Aquél que por excelencia es el Santo, el «tres veces Santo» (cf. Is 6,3; NMI 31). Confesar a la Iglesia como santa significa mostrar su rostro de Esposa de Cristo, por la cual él se entregó, precisamente para santificarla (cf. Ef 5,25-26). Hemos de confesar esta santidad de la Iglesia, como hacemos cada domingo al profesar el Credo, precisamente en unos momentos en que nos son pocos los que la desprestigian y atacan de muchas maneras.

Este don de santidad se da a cada bautizado. Pero el don de Dios exige a su vez un compromiso con la santidad que ha de configurar toda la vida: «Ésta es la voluntad de Dios: vuestra santificación» (1 Ts 4,3). Es un compromiso que no afecta sólo a algunos cristianos ya que todos los cristianos, de cualquier clase o condición, estamos llamados por el Bautismo a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor.

Es de nuevo la Carta Apostólica “Novo Millennio Ineunte” la que nos dice que “si el Bautismo es una verdadera entrada en la santidad de Dios por medio de la inserción en Cristo y la inhabitación de su Espíritu, sería un contrasentido contentarse con una vida mediocre, vivida según una ética minimalista y una religiosidad superficial. Preguntar a un catecúmeno, «¿quieres recibir el Bautismo?», significa al mismo tiempo preguntarle, «¿quieres ser santo?» Significa ponerle en el camino del Sermón de la Montaña: «Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial»”(Mt 5,48 cf. NMI 31).

Para no ser prisioneros de posiciones ideológicas que se presentan como liberadoras, los trabajadores tienen derecho a que se les presente a Jesucristo Vivo, el Señor y único Salvador.  Esto demanda de nosotros una más viva conciencia de que sólo desde el testimonio de unión con Cristo y de la santidad de nuestras vidas puede ser anunciado convincentemente el Evangelio.

El nuevo papa, Benedicto XVI, nos ha dicho que no tengamos miedo de abrir nuestra vida a Cristo, porque Cristo no nos quita nada de auténticamente humano sino que, por el contrario, nos los da todo. Él lleva a plenitud la dignidad humana que anhela el mundo del trabajo al otorgarnos la Vida Eterna de la que Él goza Resucitado junto al Padre.


+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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