DiócesisCartas Pastorales Mons. Buxarrais

«Unas monjas que pierden el tiempo»

Publicado: 00/05/1991: 1151

Carta Pastoral con motivo del Día Pro Orantibus (1991)

 ¡Con tanto que hay que hacer!... y, he aquí, unas monjas que pare­cen perder el tiempo.

La mayor parte de ellas viven en casas viejas, pero limpias y orde­nadas con sencillez y buen gusto. Son conventos. No salen de ellos a no ser por verdadera necesidad: ir al médico, por ejemplo.

Se levantan temprano para alabar a Dios y darle gracias por todos nosotros y también por aquellos que no creen.

Se alimentan sobriamente; y a veces, de lo que a otros les sobra. Pero comen a gusto, como los pobres cuando pueden hacerlo.

En lo que a su vestir se refiere, les basta un hábito que zurcen una y otra vez, y un delantal para sus labores.

Trabajan en pequeños menesteres con los que hacen felices a mu­chas personas: bordan primorosamente; preparan dulces de sabor origi­nal y los venden a precio asequible aun a los más pobres. Algunas monjas trabajan en la encuadernación de libros, haciendo de cada tomo una ver­dadera obra de arte. Hay empresas que les ofrecen “trabajo a domicilio”, y que hacen con gran responsabilidad.

Mientras trabajan, guardan silencio; así se concentran más y mejor en lo que hacen y en el por qué y para quién lo hacen.

Tienen pequeñas bibliotecas. Leen bastante. Se les nota en el hablar y en el escribir. Tienen una profundidad de pensamiento poco común.

Cualquier cosa las hace feliz: escuchar el canto de un pájaro, con­templar una pequeña flor, leer las cartas de sus padres o parientes...

Las he visto sonreír y reír a “carcajada suelta” como pocas veces se escucha en corros de jóvenes o adultos que intentan divertirse.

Y también sufren. Sufren cuando la Priora (que es como la madre y servidora de todas) les informa sobre un accidente, o un acto terrorista, o una guerra persistente, o unos niños que mueren de hambre, o una fami­lia deshecha... Y, ¡las pobres!, intentan arreglarlo todo con su oración. En ellas se cumple el elogio de Jesús: porque se hacen “pequeñas” entrarán en el reino de los cielos. Y por eso Dios las escucha con frecuencia y les concede lo que piden. Hay muchos cristianos (los que creen en la fuerza y eficacia de la oración) que las escriben o visitan pidiéndoles la “limosna de su plegaria”; y ellas se la dan con alegría y fidelidad.

Para muchos, estas mujeres pierden el tiempo. Y, en cierto sentido, es verdad: pierden su tiempo y aun sus vidas para que a otros les llegue el tiempo de gracia y salvación.

La oración les da aquella divina agilidad que posibilita estar presen­te en todas partes: en escuelas y universidades; en hospitales, residencias de ancianos y sanatorios; en ciudades y pueblos; en seminarios y centros de estudios teológicos; en curias episcopales, cardenalicias y papales; en delegaciones administrativas y ministerios... Pero, sobre todo, están al lado de los tristes y deprimidos, de los emigrantes y enfermos, de los perseguidos y presos, de los que se han alejado de Dios y buscan equivo­cadamente la felicidad donde jamás podrán encontrarla... Y así, por la misteriosa eficacia de la oración, de la virginidad, de la pobreza y de la obediencia proclaman la Buena Noticia: Dios nos perdona, nos ama y nos quiere felices.

Siendo esta la maravillosa vida de las monjas contemplativas, hay dos cosas que no comprendo:

La primera es que si es cierto que nuestra juventud es generosa, abnegada y sensible a todas las necesidades ajenas, ¿cómo es que sean tan pocas las chicas cristianas que descubran, entiendan y se comprometan a recibir y vivir el carisma de la contemplación por el que podrían ser las primeras y más importantes evangelizadoras? Las monjas evangelizan orando.

La otra cosa que se me hace también difícil de comprender es el por qué los cristianos, que tanto debemos a las monjas contemplativas, seamos tan poco generosos para con ellas. Algunas comunidades de nues­tra Diócesis adeudan importantes cantidades a la Seguridad Social que no pueden pagar porque sus trabajos son escasamente remunerados.

¿Seremos capaces de reaccionar o seguiremos insensibles a las ne­cesidades de quienes, a mi manera de ver, son las grandes bienhechoras de la humanidad?

Por lo menos hoy, con motivo del Día “Pro Orantibus”, exprese­mos nuestra gratitud y ofrezcámosles nuestra ayuda.

Málaga, Mayo de 1991. 

Autor: Mons. Ramón Buxarrais

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