DiócesisCartas Pastorales Mons. Buxarrais

«Orar, confiar y comprometerse»

Publicado: 00/02/1978: 623

Carta Pastoral sobre las vocaciones (1978)

 Queridos diocesanos:

Cada año por estas fechas os escribo para manifestaros una de las preocupaciones pastorales más acuciantes que, estoy seguro, compartís conmigo. Me refiero a la misma preocupación que Jesús sintió ante el pueblo, porque andaba maltrecho y abatido como rebaño sin pastor al ver, por un lado, su extenso campo de necesidades y, por otro, el escaso número de apóstoles dispuestos a trabajar en él.

El Señor, siempre presente en su Iglesia, continúa diciéndonos:

“La mies es mucha y los obreros son pocos;

por eso, rogad al dueño de la mies

que mande obreros a su mies”( 9,38).

Tiempo de oración confiada y comprometida

La realidad vocacional es preocupante. De una parte decrece el número de los que atienden a la llamada del Señor, a la vocación; por otra, se nos hace difícil encontrar el estilo de vida sacerdotal y religiosa que responda a las necesidades de un mundo que cambia de manera acelerada, manteniendo la fidelidad a las esencias del Evangelio, tal y como lo proclama la Iglesia.

En aras de la sinceridad debo recordaros que el futuro próximo, en cuanto a este aspecto de la Iglesia se refiere, no es nada halagüeño; y el futuro remoto es simplemente alarmante.

Ante esta realidad, que supera cualquier esfuerzo humano, este año pido a todos los diocesanos un interés especial a la invitación de Jesús, hecho mandato:

¡Rogad al Dueño de la Mies que envíe obreros a su mies!

Se trata de una oración insistente, confiada y comprometida.

Primacía de la oración

La oración, entendida como acto y como actitud, es anterior a cual­quiera de las exigencias que dimanan de ella misma.

Nos podemos equivocar al intentar recorrer el camino evangélico, olvidando la oración personal y comunitaria. Ningún cristiano puede se­guir a Jesús apoyándose sólo en sus propias fuerzas. La oración nos ayuda a comprender y a aceptar que la salvación, en cualquiera de sus aspectos, parte siempre primero de Dios; al hombre le cabe, sin embargo, una apertura libre y total a la acción salvífica, que supone siempre un reco­nocimiento de su pobreza radical y una voluntad decidida de colaborar con todo lo poco que tiene.

El binomio oración-acción son los pies con que debemos recorrer el camino de Jesús. Pero, la oración tiene primacía en el orden; la acción apostólica nace consecuentemente de ella. No se puede dar la una sin la otra. Tampoco podemos alterar su origen.

Exigencias de la oración

La oración por las vocaciones nos esclarece la mente y dinamiza la voluntad para que seamos capaces de crear unos marcos y ambientes nuevos, evangélicamente actualizados, donde se puedan desarrollar las vocaciones sacerdotales y religiosas.

La oración por las vocaciones nos obliga, desde la Palabra de Dios y los signos de los tiempos, a buscar formas y expresiones nuevas de voca­ción, que correspondan mejor a las necesidades de un mundo que anhe­la de una manera explícita o implícita la salvación de Jesús.

La oración por las vocaciones nos impele, ante un mundo encerra­do en el círculo de sus egoísmos, a proclamar y vivir osadamente el al­truismo cristiano capaz de transformar a los hombres y su historia, pro­yectándolos hacia Dios.

En la medida que los creyentes seamos capaces de crear espacios de trascendencia y de amor, en esta misma medida hacemos posible que la invitación a seguir a Jesús “dejándolo todo” ( 19,27) sea más fácilmen­te escuchada y seguida por aquellos a quienes el Señor ha escogido (Jn 15,16).

“Dios te ha creado para una misión…Tu deber es descubrirla”

Este slogan de la Jornada nos debe interpelar a todos.

Todos hemos sido llamados por Dios a vivir en el Amor, y para que ese Amor se haga realidad en el mundo, cada cual debe escoger su cami­no, debe conocer su misión o vocación concreta. Encontrarla produce en quien la descubre la misma alegría que la del que encuentra un tesoro escondido o una perla de gran valor.

Hoy tenemos que reconocer con dolor que esta sociedad consumista en la que estamos inmersos está impidiendo que la persona desarrolle su vocación esencial al amor, dentro de una solidaridad fraternal en la co­munión de todos los bienes; está impidiendo que encuentre su vocación concreta para servir mejor a la comunidad humana y a la comunidad de fe.

La vocación es siempre un servicio

Hay que constatar que el problema no es sólo la falta de vocaciones a la vida religiosa, sino también (tal vez aquí estén las raíces del mal), la falta de hombres y mujeres que se estén realizando como tales por enci­ma del dinero, del prestigio personal y del poder. Falta de personas que desarrollen sus cualidades y carismas con el fin primario de ponerlos al servicio de la comunidad.

Por eso ante la deshumanización de los servicios sociales, hay que buscar cauces de diálogo para reflexionar sobre esta realidad, ver las res­puestas que se están dando y las muchas que quedarán por dar, y actuar para poder salir de esta situación deshumanizadora y despersonalizante.

Los que ya hemos sido llamados

Orad, queridos diocesanos, por los que un día fuimos llamados. Orad para que, en medio de una sociedad de consumo y erótica, donde sólo se tiene en cuenta la inmediatez, seamos los testigos de progreso y plenitud, siguiendo con la mano firme en el arado, sin volver la vista atrás (Lc 9,62) por duro que sea el campo que nos corresponda labrar.

Orad para que vivamos de tal manera la vocación sacerdotal o reli­giosa, que jamás ahoguemos todo lo de bueno y noble que hay en el hombre. Que nuestra vocación de consagrados nos ayude a vivir con mayor plenitud los valores humanos, a los que no hemos jamás renun­ciado, sino que intentamos, con la ayuda del Señor, dignificar y ennoble­cer.

La juventud

Si los que hemos sido llamados por Dios somos capaces de vivir tan plenamente lo humano, que le demos una proyección hacia el Infinito, la juventud, siempre ávida de superación, se sentirá interpelada y atraída por nuestro testimonio. Podremos ser para ellos, a pesar de nuestras limi­taciones, aquel modelo de identidad que sólo ofrece Cristo Jesús, pero que se debe reflejar en cada uno de nosotros.

El grito de libertad

Hoy el grito de libertad va creciendo. Crece en la proporción en que el hombre toma conciencia de sí mismo. Porque decir libertad es decir hombre.

Pero lo curioso es que en las sociedades llamadas democráticas, como quiere ser la nuestra, donde la libertad tiene primacía, el grito angustioso de muchos encadenados moral, política y físicamente sigue creciendo. En las sociedades democráticas siguen fabricándose cadenas de ideolo­gías impuestas, de necesidades creadas falsamente, de erotismos denigrantes y egoísmos endiosados. Por este camino podemos llegar a convertir el mundo en una inmensa cárcel.

La Buena Noticia de la liberación

Ante un mundo que no llega a encontrar los caminos de la verda­dera libertad, una libertad que haga posible la paz cimentada en la justi­cia, los cristianos ofrecemos la Buena Noticia de la liberación integral, que nos ha merecido Cristo.

Y esta es la misión especial de los llamados al sacerdocio o a la vida religiosa: proclamar la libertad de palabra y con la vida, de tal manera que deje de ser utopía para convertirse en una realidad al alcance de to­dos, mientras estemos dispuestos a pagarla con el precio del amor evan­gélico.

¿Puede haber vocación más grande entre los hombres?

Constancia en la oración

Termino, queridos diocesanos, insistiéndoos reiterativamente que oréis por las vocaciones de una manera especial, en esta Jornada que les dedicamos.

Orad cada uno de vosotros, orad en familia, orad en vuestras co­munidades. Estableced aun a nivel de comunidad un día en el que todos juntos eleváis vuestra plegaria insistente:

¡Señor, envía obreros a tu mies!

Y Dios atenderá nuestra oración, si aceptamos de antemano que se haga su voluntad, aunque sean totalmente imprevisibles el cómo y cuán­do atenderá nuestra petición.

Málaga, Febrero de 1978. 

Autor: Mons. Ramón Buxarrais

Más artículos de: Cartas Pastorales Mons. Buxarrais
Compartir artículo