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«Que los niños cristianos se habitúen a compartir la fe con otros niños»

Publicado: 00/01/1979: 1353

Carta Pastoral Santa Infancia (1979)

 Queridos diocesanos:

Como todos los años, el último domingo de enero se celebra el Día Mundial de la Santa Infancia. Esta Jornada viene a llamar la atención de los católicos ante las graves necesidades que afectan a los niños en el mundo. Nos pide a todos una cooperación urgente y eficaz para que los niños reciban una educación capaz de llevarles a realizarse como hombres y como hijos de Dios.

Sin embargo, van surgiendo organismos internacionales que se preocupan de la infancia. Este año lo han declarado el “Año Internacional del Niño”. Hemos de alegrarnos por ello y pedir al Señor que todas las conclusiones y proyectos que formulen defiendan y protejan la vida y los derechos del niño desde su concepción en el seno materno hasta que, ya maduro, pueda valerse por sus propios medios.

Jesús y los niños

Parece que el mundo va entendiendo cada vez mejor el ejemplo y la doctrina de Jesús sobre el aprecio y el amor que se debe al niño. El amaba entrañablemente a los niños y quiere que también nosotros los amemos. Por eso dijo: “Dejad que los niños se acerquen a mí y no los estorbéis” (Mc 10,13); “El que recibe a un niño en mi nombre a mí me recibe” (Lc 9,48); “Mirad que no despreciéis a uno de esos pequeños” ( 18,10). Y hasta los pone como modelos de vida cristiana para entrar en el Reino (cfr. Lc 17,2 y 18,17).

Preocupación de la Iglesia por la suerte de la infancia

La Iglesia, fiel al ejemplo y a la enseñanza de Cristo, ha trabajado siempre con particular solicitud a favor y defensa de los niños. Por eso, las injusticias contra la infancia llegan a tocar y a lastimar las fibras más hondas de su corazón. Hoy, como siempre, le duelen profundamente las necesidades y miserias que padecen millones de niños, lo mismo del Ter­cer Mundo que de países más desarrollados.

No se le oculta que, víctimas de las injusticias de los mayores, están condenados endémicamente al hambre, la enfermedad, la mortalidad y la ignorancia. Se calcula que son más de cuatro millones los que mueren de hambre todos los años.

Y no menos preocupación siente la Iglesia por los niños de pueblos de más posibilidades económicas y culturales. No sentirán hambre de pan material, pero sí de justicia, de verdad, de bondad y de amor. ¿Qué alimento les está dando nuestra sociedad permisiva y de consumo? Pen­semos en lo que el niño ve, en lo que oye, en lo que vive diariamente. ¿Qué le ofrecen nuestros medios de comunicación social: prensa, radio, televisión, cine…? Oye que se habla en defensa del divorcio y del aborto. Se entera diariamente de asesinatos, robos, asaltos y secuestros. A torren­tes están cayendo sobre él imágenes, ejemplos, ideas y criterios de violen­cia como fórmula normal de la vida humana.

Hemos de reconocer con dolor que la forma de conducirse nuestra sociedad no es precisamente la más apta para educar al niño de tal mane­ra que llegue a ser ese hombre nuevo, revestido de justicia y de santidad, que sea capaz de construir un mundo mejor.

El creyente no puede cruzarse de brazos

Ante esta situación de injusticia y de violencia que oprime a la in­fancia, el creyente no puede cruzarse de brazos; tiene que levantar su voz y ha de actuar en ayuda y defensa del niño. Es un deber suyo presentar iniciativas y cooperar en la creación de espacios de amistad, de diálogos, de comprensión, de reconciliación, de perdón, de verdad, de paz que favorezcan al niño para su educación integral.

Valor de la Obra de la Santa Infancia

Esta ha sido siempre la labor que la Obra de la Santa Infancia ha venido desarrollando durante cerca de siglo y medio. No es, por tanto, una obra limosnera para ayudar solamente a unos niños necesitados de países subdesarrollados; se trata de un movimiento de los niños y para los niños, de extraordinario valor educativo, en el que no puede faltar la ayuda de los educadores.

“Esta Obra –según sus Estatutos- es un servicio de las Iglesias parti­culares que trata de ayudar a los educadores a despertar progresivamen­te en los niños (los jóvenes) una conciencia misionera universal y mover­los a compartir su fe y los medios materiales con los niños de las regiones y de las Iglesias más desprovistas a este respecto”.

Se trata, por consiguiente, de suscitar y educar en los niños un amor tan fuerte, firme y comprometido que les lleve a compartir su pan y su fe con todos los niños del mundo. Hemos de convencernos de que sólo educando a nuestros niños en el amor universal es como llegaremos a construir ese mundo más justo y fraterno que todos anhelamos.

La Jornada Mundial de la Obra

En el contexto de esta permanente labor educativa de la Obra se inscribe la Jornada anual de la Infancia Misionera, que hace un llama­miento especial a los educadores de la fe y a los niños católicos en general. A los educadores, para recordarles que “la formación cristiana misma, desde la primera Catequesis Sacramental hasta el estudio de la Teología, debe insertarse en una perspectiva misionera universal…, porque ésta es dimensión constitutiva de la fe católica” (Pablo VI, Domund 77).

Y por lo que respecta a los niños, para que ellos realicen estas pala­bras de los Estatutos de la Obra: “Con ocasión de esta Jornada, ha de orientarse la atención de los niños hacia las necesidades espirituales y materiales de los niños del mundo, animándoles a correr en su ayuda con las propias oraciones, sacrificios, ofrendas y ayudándoles a descubrir la imagen de Jesucristo. Los niños de todos los países aprenderán de este modo a conocerse, a amarse y a ayudarse mutuamente”.

Esperanza en los educadores

Tratándose de una obra tan importante para la sociedad y para la Iglesia, quiero decir a todos los educadores –padres, maestros, sacerdo­tes, catequistas- que tienen en sus manos un instrumento de extraordi­nario valor pedagógico y un medio educativo de profundo sentido hu­mano, social y cristiano. Por eso hago mías las palabras del Papa Pablo

VI: “deseamos vivamente que esta Obra se establezca en el marco de la familia, de los centros docentes y de las instituciones infantiles”. Ya sé que la Obra –o Movimiento Infantil Misionero, como le llamamos hoy-está establecida en muchos centros de la Diócesis, gracias a la formación cristiana y al celo apostólico de los educadores, pero pienso que sería una buena aportación al Año Internacional del Niño el que se mantenga e incremente donde está y el que se establezca donde aún no existe.

Dios bendecirá los esfuerzos de todos y pueden estar seguros que de esta forma ya han empezado a construir ese mundo mejor de hijos de Dios y de hermanos que tanto deseamos.

Málaga, Enero de 1979. 

Autor: Mons. Ramón Buxarrais

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