DiócesisCartas Pastorales Mons. Buxarrais

«Los misioneros como servidores de la vida»

Publicado: 00/10/1990: 1041

Carta Pastoral Domund (1990)

Queridos diocesanos:

Hoy, los católicos del mundo entero nos unimos por la oración, el interés y la ayuda económica a favor de tantos hombres y mujeres que, en la vanguardia de la misión, hacen realidad de un modo singular el mandamiento de Jesús: “Id y haced discípulos míos a todas las gentes” ( 28,19).

Nuestro recuerdo afectivo y efectivo a favor de los misioneros en este Domingo Mundial de la Propagación de la Fe, lo hacemos desde una perspectiva concreta de su responsabilidad pastoral; es decir, desde la reflexión sobre el servicio a la vida, que ellos llevan a cabo.

El profeta Isaías, en la primera lectura de hoy, nos dice: “…Yo soy Yahvé; no hay ningún otro dios”, “…fuera de mí, todo es nada”. En otras palabras: nuestro Dios, el único, es la fuente de la vida; fuera de El no hay vida, nada puede existir.

Por otra parte, San Pablo, en la segunda lectura, alaba a los prime­ros cristianos de Tesalónica, y con ellos a todos los que actualmente viven la fe como ellos, por la perseverancia en seguir a Jesús, fuente de vida, a pesar de las tribulaciones y persecuciones que sufren. Recordemos aque­llos hombres y mujeres que, coherentes con su fe, han sido asesinados (verdaderos mártires) por defender la vida física, social y espiritual de muchos pobres y marginados.

Pero, donde aparece más clara la idea de la fe como fuente de vida es en el Evangelio de San Juan de hoy: …quien crea en mí “de su interior correrán ríos de agua viva”, para que otros beban la vida.

En nuestros días crece el interés por la vida: se lucha contra el ham­bre; se organizan campañas contra la pena de muerte y la tortura; se llevan a cabo amplios programas de sanidad y de educación entre noso­tros y entre aquellos hermanos nuestros pertenecientes al llamado tercer mundo, es decir, las naciones subdesarrolladas que forman más de los dos tercios de la humanidad.

A pesar de todo, continúan existiendo situaciones de muerte. Juan Pablo II en su Encíclica “Sollicitudo Rei Sociales” nos dice que el panora­ma mundial es negativo. La muerte por el hambre, las guerras, las tortu­ras, la ignorancia, la falta de fe… domina a muchos pueblos que claman y apenas son oídos. Quizás el egoísmo ha endurecido nuestra sensibili­dad y sólo somos capaces de preocuparnos de lo que afecta a nuestro propio bienestar.

Pero, gracias a Dios, no todos reaccionan en sentido negativo. Hay miles de hombres y mujeres, nuestros misioneros, que renunciando al bienestar de sus propios hogares y ambientes, lo dejan todo, como bue­nos discípulos de Jesús, y le siguen para hacerle presente entre los más amenazados por la muerte. Trabajando y exponiéndose por defender la justicia social; abriendo y manteniendo dispensarios y hospitales; fun­dando escuelas y universidades; abriendo iglesias… proclaman, defien­den y exigen los medios justos que hagan posible la vida física, la vida social, la vida intelectual y, como fuente y fuerza de todas ellas, la vida espiritual. Porque es cierto que en la medida que se descubre y se vive la vida divina en cada uno, comprendemos y nos esforzamos para que la vida en todos sus aspectos sea posible a cada persona.

Nuestros misioneros son, ciertamente, los servidores de la vida. Es necesario apoyarles. Más aún: es nuestra obligación.

No se trata de dar una limosna de lo que nos sobra para las misio­nes: se trata de dar algo de lo nuestro, renunciando, si fuera necesario, a tantas comodidades en el vestir, en el comer, en la diversión… para que muchos hermanos nuestros, amenazados de muerte, tengan posibilidad de una vida digna.

Hagamos que todos puedan escuchar y aceptar la invitación que Jesús hacía a los judíos de su tiempo y que continúa haciendo a cada uno de nosotros.

“Si alguno tiene sed (sed de vida), venga a mí”. El que cree en Jesús tiene la vida.

Seamos justos, más que generosos, a favor de nuestros misioneros.

Agradezco vuestro interés, vuestra oración y vuestro apoyo econó­mico, en nombre de tantas personas a quienes se niega el primer y más fundamental de los derechos: el derecho a vivir.

Málaga, Octubre de 1990. 

Autor: Mons. Ramón Buxarrais

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