NoticiaAño de la Misericordia "Enterrar a los difuntos" Cementerio de Alozaina · Autor: J.L. BELLÓN Publicado: 10/10/2016: 11986 José Luis Bellón, párroco de Alozaina, Casarabonela y Tolox, profundiza en el séptima obra de misericordia corporal: "Enterrar a los difuntos". Morir, semejante a dormir No enterramos solo un cuerpo. Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, no somos seres puramente de carne. Dentro del ser humano está el ansia, la aspiración de permanecer para siempre, el deseo de transcendencia, de eternidad. El sueño de la muerte es la esperanza de ver cumplido este deseo que no se deja al azar, ni a la suerte, es la promesa que el Señor ha sellado por su Pasión, Muerte y Resurrección. Por eso, morir es semejante a dormir: la muerte es Pascua, pasar del sueño de la muerte a la vida eterna. a Iglesia cree que la muerte murió el día que el Señor murió. Creemos en la Resurrección, sabemos que si morimos con Él también con Él resucitaremos. Esta obra de misericordia está inmersa no solo en la cultura universal de conservar la tumba de los seres queridos, llenarla de flores como aquel jardín, ofrecer para su eterno descanso la Misa por los difuntos. Sino que, además, es esencial a nuestra fe cristiana, porque la vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma. Jesucristo tiene poder para transformar la muerte en la nueva vida. Esta transformación la vivimos en cada Eucaristía: «Así como el pan que viene de la tierra, después de haber recibido la invocación de Dios, ya no es pan ordinario, sino Eucaristía, constituida por dos cosas, una terrenal y otra celestial, así nuestros cuerpos que participan en la Eucaristía ya no son corruptibles, ya que tienen la esperanza de la resurrección» (San Ireneo de Lyon). En efecto, la verdad de la resurrección de entre los muertos se hace presente en la muerte, pues somos miembros del cuerpo de Cristo: «El cuerpo es [...] para el Señor y el Señor para el cuerpo. Y Dios, que resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros mediante su poder. ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?» (San Pablo). La Iglesia entierra a sus difuntos porque es la primera respuesta a lo que más nos importa a los humanos: la soledad, la muerte y la inmortalidad; la lejanía y el amor; la gana y la desgana de vivir; la fe que llena la vida y el amor que la engrandece todavía más. La resurrección es la respuesta del amor de Dios a la muerte.