DiócesisHomilías Día del Seminario (Catedral-Málaga) Publicado: 18/03/2018: 1549 Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, Jesús Catalá, en la celebración eucarística que tuvo lugar en la Catedral de Málaga, el 18 de febrero de 2018, Día del Seminario. DÍA DEL SEMINARIO (Catedral-Málaga, 18 marzo 2018) Lecturas: Jer 31, 31-34; Sal 50, 3-4.12-15; Hb 5, 7-9; Jn 12, 20-33. (Domingo de Cuaresma V-B) 1.- En este domingo quinto de Cuaresma las lecturas bíblicas se centran en la alianza que Dios ha establecido con su pueblo Israel. Dios quiere llevar a la humanidad, a través de los distintos momentos históricos, hacia la realización definitiva de su alianza eterna por la muerte y resurrección de Cristo, el Hijo de Dios. El tema de fondo es el misterio pascual de Jesucristo, que celebraremos de modo especial en la gran fiesta de la Pascua. A los cristianos se nos anima a participar en él por la celebración de los sacramentos y con nuestra propia vida. En la oración colecta de la misa se pide a Dios «que, con tu ayuda, avancemos animosamente hacia aquel mismo amor que movió a tu Hijo a entregarse a la muerte por la salvación del mundo». Las palabras clave son: amor, entrega y salvación del mundo. El amor y la entrega no son ideas abstractas, sino que a lo largo de la historia salvífica se han hecho realidad, de modo especial en Cristo; y también en personas concretas mediante las cuales Dios ha mostrado cómo es posible avanzar animosamente por este camino. A nosotros, en este momento de la historia en pleno siglo XXI, Dios-Padre nos anima también a vivir este amor y entrega al estilo de su Hijo. 2.- El profeta Jeremías anuncia por primera vez en el Antiguo Testamento que habrá una nueva alianza (cf. Jer 31, 31), tras el fracaso de las anteriores, porque el pueblo no cumplió lo prometido (cf. Jer 31, 32). Hay distintas alianzas que Dios va haciendo con su pueblo y que van siendo “quebradas” por este pueblo. Dios expresa su amor por su pueblo de manera muy concreta. Pero el pueblo no siempre responde adecuadamente al amor recibido de Dios. Queridos hermanos, también nos sucede a nosotros lo mismo: recibimos todo de Dios, pero no siempre correspondemos a su amor. Por eso necesitamos pedirle perdón; por eso el Señor instituyó el sacramento de la penitencia o reconciliación. Esta nueva alianza, que lleva a cabo el Hijo de Dios con la humanidad, será profunda e interior; no será externa, ni estará escrita en tablas de piedra. Conllevará un conocimiento íntimo entre Dios y su pueblo, entre el fiel y su Dios. Como dice Jeremías: «Pondré mi ley en su interior y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo» (Jer 31, 33). 3.- La promesa de Jeremías llegará a su verdadero y definitivo cumplimiento en Jesucristo, mediador y sacerdote de la nueva alianza, que, obedeciendo hasta la muerte, se convierte en autor de salvación eterna, como nos recuerda la carta Hebreos (cf. Hb 5, 9). Del mismo modo que la antigua alianza es anticipo de la entrega total y definitiva de Cristo en la nueva alianza, el amor y la entrega radical para la salvación del mundo se sigue realizando hoy en la vida de la Iglesia. Todos los cristianos estamos llamados, tal como nos recuerda la oración colecta, a avanzar hacia el mismo amor que impulsó a Cristo a entregar su vida y salvar el mundo. Nadie queda excluido de esta invitación y de esta tarea, que inicia en el bautismo; el camino bautismal es camino pascual. 4.- El amor total hasta la muerte tiene un gran sentido positivo. El Evangelio de hoy nos ofrece la actitud oblativa de Jesús, consciente de que ha llegado su hora y de que va a ser glorificado el Hijo del hombre (cf. Jn 12, 23). Las palabras del evangelio nos permiten descubrir cómo el mismo Jesús es consciente de la necesidad de morir a sí mismo, para tener nueva vida. Jesús nos ha presentado una imagen muy expresiva: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12, 24). Es una imagen muy plástica: el trigo tiene que pudrirse antes que reverdecer; nosotros necesitamos darnos en Cristo, entregarnos a Él, para poder dar fruto. Por medio de esta imagen el Señor nos revela no solo su propio destino, sino el de todos los que se unen a él. Éste es el camino de la salvación que Cristo nos ofrece; éste es el camino de todas las cosas que valen la pena; porque lo que vale poco, exige poco. Y ésta su invitación: ofrecer nuestra vida para hacerla fructificar: «El que quiera servirme, que me siga y donde esté yo, allí también estará mi servidor» (Jn 12, 26). Contemplamos a Cristo caminando hacia la cruz y nos disponemos a incorporarnos nosotros con Él al mismo mo¬vimiento de su Pascua, que es muerte y vida, renuncia y novedad. 5.- Hoy celebramos en España el “Día del Seminario”. El lema escogido para este año es: «Apóstoles para los jóvenes». Este tema está en consonancia con la Asamblea del Sínodo de los Obispos que el papa Francisco ha convocado para octubre de 2018 y cuyo tema es «Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional». El Papa y los pastores estamos preocupados por los jóvenes, por cómo viven su fe, por cómo ayudarles a ser mejores y a que respondan mejor a lo que el Señor les llama. Es necesario acompañar a los jóvenes, para que escuchen, reconozcan y acojan la llamada de Señor a la misión que confíe a cada uno. Hoy de modo especial pedimos por aquellos a los que el Señor llama al ministerio sacerdotal y para entregarse con amor a esta hermosa misión. El Papa nos invita a seguir el camino que nos señaló en su exhortación Evangelii gaudium, afrontando cómo llevar a cabo la misión de anunciar la alegría del Evangelio en el mundo de hoy. Dios quiere que la nueva Alianza siga siendo conocida y aceptada de manera concreta entre nosotros hoy. Por eso elige a sus ministros, para que continúen llevando la obra de salvación entre los hombres. No lo hacen con sus propias fuerzas, sino con la gracia divina de quien los ha elegido y confiado el ministerio. Queridos jóvenes y amados seminaristas, es el mismo Jesús quien invita a seguirle: «El que quiera servirme, que me siga y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre le honrará» (Jn 12, 26). Ser honrado por el Padre-Dios es una hermosa recompensa. 6.- Algunos fieles cristianos son llamados a ser ministros de Jesucristo: para actuar en su nombre, para continuar su misión de salvación del mundo, para enseñar a los hombres, para seguir guiando al nuevo pueblo de Dios, que es la Iglesia. Y todo ello mediante el anuncio de la Palabra y a la celebración de los sacramentos. Ante un mundo que a veces vive sinesperanza y donde no se valora el amor radical ni la entrega incondicional, es necesario que alguien sea testigo de que esto es posible y se encargue de anunciarlo y vivirlo. Podemos verificar esa falta de entrega incondicional en lo que nuestra sociedad llama “amor”, que no es más que simple sentimiento o gusto; falta vivir el amor definitivo. Cuando encuentro matrimonios casados por la Iglesia, no “parejas”, que viven alegres y celebran sus Bodas de plata o de oro, o incluso más años de vida familiar, les digo a los jóvenes matrimonios que es posible vivir en amor durante toda la vida. ¡No os dejéis engañar por las modas! ¡Es posible vivir toda la vida amándose fielmente hasta el final! Pero hacen falta testigos de ello; hacen falta sacerdotes que vivan con alegría su ministerio; y hacen falta matrimonios que viváis con amor y gozo vuestra entrega esponsal. La respuesta a la llamada del Señor implica un seguimiento radical e incondicional al Señor, como Él mismo dice: «El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna» (Jn 12, 25). Queridos seminaristas, habéis sido llamados a ejercer el ministerio sacerdotal de manera celibataria, dejándoos atraer por la fascinación de Cristo y dispuestos a darlo todo por Él. El Señor os pide una entrega total, no solo una pequeña parte de vuestra vida o de vuestro tiempo. Estáis llamados a ser apóstoles, como dice el lema de este año: «Apóstoles para los jóvenes». Ahora es tiempo para vosotros de preparación, de estudio, de formación. La comunidad eclesial reza por vosotros y os sostiene en vuestra tarea y misión. ¡Sed fieles a la llamada que el Señor os hace! No olvidéis nunca que no os llama el obispo, o un sacerdote; os llama el Señor; vuestra respuesta debe ser al Señor. La respuesta de los esposos es también al Señor mediante la entrega al otro: esposo, esposa, hijos, familia; pero siempre es una respuesta al Señor. 7.- En este “Día del Seminario” damos gracias a Dios por todos aquellos que han respondido con alegría y generosidad a la llamada del Señor; por los formadores que acompañan a los candidatos al sacerdocio en su etapa de preparación y formación. ¡Rezad por ellos, queridos seminaristas! Debéis agradecerles su tarea y quererles. Damos gracias a Dios por los sacerdotes que nos han acompañado a cada uno de nosotros en nuestro camino de fe, ofreciéndonos el pan de la Palabra y de la Eucaristía y la gracia de los sacramentos. Es bueno recordar a los sacerdotes: a quien me bautizó; al que me confesó por primera vez y muchas otras veces; al que me distribuyó el pan de la Eucaristía por primera vez y otras muchas veces; al que me acompaña y me da una palabra de aliento. Es bueno que nos acordemos y que recemos por ellos. Queridos hermanos y fieles todos, pidamos por las vocaciones sacerdotales, haciendo nuestras las últimas palabras que Jesús dijo a sus discípulos: «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vo¬sotros todos los días hasta el final de los tiempos» (Mt 28, 19-20). El Señor es quien nos acompaña, nos perdona, nos anima y nos ofrece su gracia. Él está y estará siempre con nosotros; no lo olvidemos. Nuestra tarea es una misión que Él nos encarga y nos da la fuerza para llevarla a cabo. ¡Que la Santísima Virgen María nos acompañe y nos ayude a ser fieles a la llamada que el Señor dirige a cada uno de nosotros! Amén. 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