NoticiaColaboración Un Don Bosco rondeño Publicado: 28/05/2021: 8086 Adicciones En los primeros pasos del primer Plan Andaluz de Drogas estuvo presente un cura de Ronda: Antonio Gamboa López. Lo cuenta el Dr. José Rosado Ruiz, médico acreditado en adicciones. Como responsable provincial del 1º Plan andaluz de drogas (1985) en Málaga y provincia, las visitas periódicas a Ronda eran obligadas por la urgencia de consolidar el equipo de profesionales e iniciar los programas de atención y prevención a los enfermos de la droga; el edifico cedido por Cáritas estaba perfectamente equipado en espera de ser utilizado. El objetivo principal se centraba en la asistencia directa a los consumidores de heroína intravenosa que estaban creando una gran alarma social. En estas visitas de coordinación me informaron de la existencia de un Centro Obrero Católico creado y organizado por un cura, que congregaba un grupo más que significativo de la juventud de Ronda. Como los recursos eran escasos, la asistencia estaba desbordada y la prevención apenas se contemplaba, fui a conocer al cura (D. Antonio Gamboa López) y le informé del plan andaluz de drogas que un grupo de profesionales convocados por la Junta de Andalucía habíamos elaborado: objetivos, actividades, etcétera. Para esta labor necesitábamos la colaboración social, pero sobre todo la de los movimientos juveniles, pues la diana de la droga era los adolescentes. Se ofreció de manera animada, rápida y sin reservas como sacerdote y como voluntario y las reuniones periódicas de planificación me consolidaron una amistad enriquecedora y con matices de admiración, cariño y devoción hacia su persona. El Centro Obrero empezó decididamente a participar de manera incondicional y activa en todas las campañas de información en los pueblos de la serranía y en su sede de Ronda se orientaba sobre las medidas preventivas y el protocolo de los tratamientos. Era una labor terapéutica de especial importancia pues ofrecía un lugar con unas ocupaciones, recreos y actividades en un clima de solidaridad, amistad y orientados por un D. Antonio que tenía una atracción singular. Y es que este cura ungía a las personas con la acogida cariñosa, el respeto a sus opiniones, el reconocimiento de su dignidad, un tiempo ancho y reposado de escucha selectiva -como buen músico, tenía el oído en el corazón- y un optimismo argumentado, que conformaban factores suficientes para que cualquier terapia pudiera tener la valoración de meritíssimus cum laude: y es que donde no llega la ciencia llega el corazón. Pequeño de cuerpo, gigante por dentro, parco en palabras y silencios sonoros, manifestaba una bondad que salía de su mirada limpia y que demostraba que las palabras más sinceras salen de los ojos. Edificaba con su presencia humilde y ausente de protagonismos, pues valoraba la humildad como el más eficaz remedio terapéutico que le garantizaba un estado interior de paz, armonía, equilibrio y serenidad que le llenaba de plenitudes y que transmitía a todos los que le conocían y por eso su figura era un “refugio donde ponerse a salvo”. En esta composición de lugar y con este maestro, los jóvenes quedaban seducidos por su entrega e interés por los demás… y era imitado por muchos de sus “hijos” que también descubrieron que hay más dicha en dar que en recibir y, motivados por este discernimiento, algunos voluntarios del centro obrero se convirtieron en figuras de referencias para los enfermos de la droga y puntales especiales para el seguimiento y acompañamiento en los tratamientos y, de forma específica, para fortalecer la prevención y controlar las recaídas, pues se hacían muy cercanos a las familias que eran y siguen siendo el escenario donde se localizan la mayoría de los factores de riesgos que generan las drogodependencias. El tema del Seminario se presentaba con frecuencia en nuestras conversaciones y su añoranza le iluminaba los ojos y alegraba el corazón. La fidelidad al puesto asignado y la obediencia rápida, “sin cras”, estaba marcada por el mensaje de san Manuel González con piedrecitas entre las ondulaciones de una serpiente en la galería del Seminario Menor (“pasillo de las tentaciones”): “Si-no-pero-yo-cuco-cras” que avisaba de los trucos de nuestra mente para contaminar la virtud de la obediencia. En el corredor de entrada a la sala de visita de la portería, también estaba señalada con piedrecitas otro mensaje del mismo autor: “No ganar panes sino ganar almas” que le hacía sublimar sus intervenciones humanizando lo divino y divinizando lo humano… y trabajando de manera incasable de “balde y con todo lo nuestro”. Cuando llegó el tiempo de “la enfermedad, el deterioro y la necesidad de ser mejor cuidado” es acogido en el asilo de Arriate que atienden las Madres de Desamparados y San José de la Montaña. Durante este último periodo existencial, permaneció con la lámpara encendida para gozo y alegría de la comunidad de monjas, ancianos residentes, vecinos del pueblo y de todos los que le teníamos querencia. José Rosado Ruiz