Día 9: María, eres bendita entre las mujeres

Publicado: 08/09/2012: 1889

Leemos en el Apocalipsis que, en referencia clara a la Madre de Cristo, que la mujer dio a luz un hijo varón, destinado a regir todas las naciones.

Santa María de la Victoria es Reina del Universo porque es la madre del Rey del Universo. Ella, Santa Madre de Dios, es Reina de los ángeles, reina de los patriarcas, reina de los profetas, reina de los apóstoles, reina de los mártires, reina de los que confiesan su fe, reina de las vírgenes, reina de los santos, reina concebida sin pecado original, reina asunta al cielo, reina de la familia, y reina de la paz porque es Madre de un Rey que instaura un reino distinto: el de Dios.  La Virgen María es la discípula más perfecta, la flor más bella surgida de la creación aparecida en la plenitud del tiempo, cuando Dios, mandando a su Hijo, entregó al mundo una nueva primavera.

De esta manera es lógico que de su corazón brote un cántico de alabanza como leemos en el Evangelio de San Lucas: “Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humildad de su sierva.”  Este canto podría haber sido reconstruido sobre los recuerdos de María de Nazaret.   Nada tiene de extraño que ella improvisara este canto si se tiene en cuenta la facilidad improvisadora propia de las mujeres orientales, como la de las mujeres de los pueblos de nuestra Andalucía, sobre todo si se trata, como es el caso, de un cañamazo de textos del Antiguo Testamento muy próximo al canto de Ana, la madre de Samuel.  

Contemplando el Magnificat, estamos frente a un espejo del alma de María, de María Santísima de la Victoria, una mujer que albergó en su seno al mismísimo Dios. Ella vaso espiritual, vaso digno de honor, vaso insigne de devoción, emerge ante propios y extraños con la belleza que aporta la humildad de los grandes: ella es Torre de marfil, Torre de David, Casa de Oro, Arca de la Alianza.  

El filósofo alemán Peter Wust dijo a sus alumnos en su última clase: ¿Queréis mi última palabra? Rezad.  El mismo consejo que el  Nuncio del Papa en España, Monseñor Monteiro dio a José Luis Rodríguez Zapatero.  Y yo añadiría: rezadle a María que os llevará a Jesús.   Sé que cada uno de vosotros tiene su particular historia con la Madre de Cristo.  Esa historia que está grabada a fuego en vuestros corazones y que se gestó probablemente ya en vuestra infancia, que se ha consolidado con el paso del tiempo y que pasó su prueba de fuego en los momentos más emotivos de vuestras vidas.  Una experiencia materno filial que os ha hecho reconocer a Santa María de la Victoria como Espejo de justicia, trono de sabiduría, causa de nuestra alegría o rosa mística.  A ella la encontraremos en la puerta del cielo cuando finalizados los días por esta bendita tierra disfrutemos de la gloria reservada por Dios a sus hijos.  Y entonces cara a cara la contemplarás, la abrazarás, te la comerás a besos; te fundirás definitivamente con ella en el amor.  Y entonces ya no habrá palabras solo amor y agradecimiento porque fue salud para tu enfermedad y la de los tuyos; porque fue refugio cuando te reconociste pecador; porque fue consuelo para ti afligido a causa del desprecio o la indiferencia; porque fue para ti auxilio en tu vida cristiana que pretendías vivir con fidelidad.  

El poeta uruguayo, Mario Benedetti, escribió que: “los años corren, simulan que se detienen y vuelven a correr, pero siempre hay alguien que en medio de la oscura perspectiva alza una antorcha que nos obliga a ver el lado íntimo de las horas.”   Esa es María: ella la antorcha que ilumina nuestras horas y nuestra vida.  Ella es estrella de la mañana. Basta acercarse a su forma de vivir y comprobarlo: cree en Dios y confía en su acción, siendo virgen afirma: “Aquí está la esclava del Señor”.  Ella Santa Virgen de las vírgenes, es virgen prudentísima, virgen digna de veneración, virgen digna de alabanza, virgen poderosa, virgen clemente y virgen fiel, sencilla y pobre.  Contó durante años con el amor de José, de aquel jovenzuelo que bebía los vientos por ella y que creía profundamente en Dios.  Se apoyaban uno a otro en esta excursión que es la vida.  Al lado de José, en aquella Iglesia doméstica, que era la familia de Nazaret, se sentía bien acompañada, se sentía casi con respuestas.  José podría haber hecho suyas, en un arrebato, las palabras del poeta Ángel González: “Yo sé que existo porque tú me imaginas.  Soy alto porque tú me crees alto y limpio porque tú me miras con buenos ojos, con mirada limpia.  Tu pensamiento me hace inteligente y en tu sencilla ternura, yo soy también sencillo y bondadoso.”  Ella la perfecta madre y esposa, vivía en Nazaret, una pequeña población que nos recuerda el deber de reconocer y respetar la dignidad y misión concedidas por Dios a las mujeres.    María andaba por allí, por Nazaret,  alumbrando el mundo con su inagotable vocación de trabajo, descubriendo toda la gama de alegrías humanas, con su gusto por las palabras, con sus ojos abiertos desde temprano y sus pies caminando el polvo y las calles de la ciudad que resistía con el ánimo intacto hasta el anochecer.   Unos pies que le llevarían más tarde al Gólgota. ¿Puede haber un dolor más grande que el de una Madre que ve cómo el hijo de sus entrañas es cruelmente maltratado y ejecutado?   Ella Santa María de la Victoria es Madre de Dios, Madre de Cristo, Madre de la Iglesia, Madre de la divina gracia, Madre purísima, Madre castísima, Madre virginal, Madre sin mancha de pecado, Madre inmaculada, Madre amable, Madre admirable, Madre del buen consejo, Madre del Creador, es la Madre del Salvador que en todo momento actúa como mujer de fe.  Con el corazón en el cielo y los pies en la tierra.

Y es que como señala Pablo VI en la Exhortación Apostólica Marialis cultus “se comprueba que María de Nazaret fue ciertamente una mujer fuerte que conoció de cerca la pobreza y el sufrimiento, la huida y el destierro, situaciones éstas que no pueden escapar a la atención de los que quieran secundar con espíritu evangélico las energías liberadoras del hombre y la sociedad.”

Quisiera terminar la predicación de esta novena con una felicitación a María Reina que hace suya toda la Iglesia en el tiempo pascual: “Reina del cielo, alégrate, porque el Señor a quien mereciste llevar en tu seno resucitó según dijo.”

Autor: diocesismalaga.es

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