«Cuidar la salud» Publicado: 14/08/2012: 2415 • Carta de Verano (1984) Queridos sacerdotes: Vuelvo este año a la costumbre de dirigiros una carta con motivo del verano, época de descanso y disminución de tareas pastorales; época que tiene sentido como acopio de fuerzas para reiniciar nuestro servicio ministerial y pastoral con mayor fuerza e ilusión al comienzo del curso próximo. Y antes de que iniciéis los días de merecido descanso, deseo comunicaros un doble sentimiento: mi gratitud y mi petición de que os cuidéis más. Mi gratitud Os he manifestado en distintas ocasiones mi gratitud, pero quizás nunca de forma suficiente. Es verdad que todos somos co-responsables en la misión recibida. La Diócesis no es mía, ni tampoco soy el único que intenta servir a los creyentes en nombre del Señor. Pero también es cierto que, como obispo, hago presente a Jesucristo de una manera especial. Como recuerda el Concilio, «en la persona de los obispos, a quienes asisten los presbíteros, el Señor Jesucristo está presente en medio de los fieles» (LG., 21). Por eso siento el deber y la alegría de daros las gracias, de mostraros mi reconocimiento por vuestra entrega generosa y constante en vuestro trabajo ministerial. En algún caso este quehacer puede brillar y ser aplaudido. Pero, en la mayoría de las ocasiones la vida de los sacerdotes se desarrolla en una cierta «oscuridad», que rara vez recibe el halago de la comprensión afectuosa. Y, sin embargo, ahí estáis la inmensa mayoría de vosotros viviendo las virtudes cristianas y las específicas de la misión sacerdotal de forma casi heroica. Trabajo duro No siempre encontramos una respuesta positiva por parte de los fieles. Las condiciones de vida, especialmente los que vivís en pueblos, son duras. La economía es muy justa para una gran parte de nuestro clero. La ignorancia y a veces aun la agresividad de personas que desean incluso una vida cristiana más intensa, es causa de críticas negativas e infundadas que hacen sufrir a más de uno de entre nosotros. Doy gracias al Señor por todo lo bueno que como presbiterio se vive en la Diócesis, y que no aparece ni se mostrará en ninguna estadística, ni en las referencias de prensa. A todos vosotros, como padre, pastor y hermano mayor, os reitero mi gratitud más sincera. Más cerca de vosotros El mucho trabajo hace que los encuentros en Málaga o en las respectivas zonas tengan cierto ambiente de funcionalidad, de agenda sobrecargada, que dificulta o no crea la posibilidad de una conversación serena, relajante, desde la cual os exprese este sentimiento mío de gratitud. Por eso quiero hacerlo hoy a través de estas líneas. Y no sólo en mi propio nombre, sino en el de la inmensa mayoría de los cristianos de la Diócesis. Hace años se escribió un pequeño libro titulado: “Querido y lejano Sr. Obispo”. Creo que estos dos adjetivos se me pueden aplicar. Me siento querido por la inmensa mayoría de vosotros; pero, quizás también «lejano» por culpa mía o por la extensión, magnitud y problemática de la Diócesis que me exige estar presente en tantos sitios y acontecimientos distintos a la vez. Sea como fuera, no quisiera ser para nadie, pero menos para vosotros, un obispo distante. Quiero vivir vuestras alegrías y dificultades, vuestros éxitos pastorales y vuestros fracasos, vuestros días en paz y las jornadas con sinsabores. Deseo compartir todo lo vuestro aunque sólo sea desde el silencio respetuoso, pero entrañable y cercano; porque sé todo lo que os esforzáis para vivir en fidelidad, todo el entusiasmo de vuestra entrega y toda la capacidad de serenidad para soportar lo que no sale bien. Cuidar la persona San Ignacio de Loyola insiste en la necesidad de que se cuide la persona, de que «no se corrompa el sujeto». La persona es lo más importante de toda la creación; y si la persona se inutiliza, no podremos llevar a cabo debidamente la misión de colaborar en la construcción del Reino de Dios. El sujeto se «corrompe» si no se potencia o se cuida mal. Oración y Formación Permanente En la base del cuidado de nuestra persona está ser fiel a la oración y a la formación permanente. Sólo desde la experiencia interior de Dios, la vida y el ministerio sacerdotal tienen sentido. La actividad, imprescindible en nuestra vida de pastores, puede y de hecho tiene altibajos. Depende, como vosotros sabéis por propia experiencia, de circunstancias de lugares, personas, épocas. Lo que realmente mantiene nuestra identidad sacerdotal es, en primer lugar, el cuidado y la vivencia de la oración como encuentro personal con Dios. Y, en segundo lugar, la permanente reflexión teológica, en todo el amplio abanico que la constituye y que no sólo facilita una respuesta apostólica más adecuada, sino el reforzamiento del propio «yo», sometido a tantos vaivenes en la civilización que nos ha tocado vivir y que es denominada, no sin acierto, «civilización del cambio». Cuidar la salud Es preciso no olvidar otro elemento principal y al que os invito a reflexionar. Cuidar la salud, tanto somática, como emocional y espiritual, tan profundamente inter-relacionadas. Os animo al necesario descanso, muy en especial en estos próximos meses de verano, pero también durante el curso. Estoy totalmente de acuerdo y alabo la costumbre de algunos grupos de sacerdotes que se reúnen cada semana para pasar un día de descanso. Pasean, comen juntos, visitan compañeros. Es también de alabar la actitud generosa de los sacerdotes que abren sus casas a los hermanos que les visitan. Esta manera habitual de comportarse me recuerda lo que he oído decir que se enseñaba en el Seminario de Don Manuel González: que ningún sacerdote tenga que hospedarse en establecimiento dedicado a estos fines, sino que siempre encuentre la acogida del sacerdote de cada pueblo o ciudad. Son de imitar también aquellos presbíteros que periódicamente se reúnen para orar juntos, reflexionar sobre la pastoral, programar su trabajo y pasar unas horas de distendida convivencia. Ojalá todos los sacerdotes de la Diócesis tuvieran la voluntad y la posibilidad de hacerlo. No se puede hacer todo El ritmo de vida actual es duro y exigente. Urge y es necesario el trabajo pastoral; pero, debemos hacerlo sin olvidar que existen limitaciones personales y ambientales. No podemos vivir en constante tensión. Por eso debemos revisar horarios de servicio en las parroquias; mejor distribución del día, repartiendo responsabilidades a los seglares; hacer un replanteamiento zonal de misas que es el motivo repetido por el que a veces no se encuentra la posibilidad de ese día de descanso, y brindarnos para sustituir al sacerdote vecino en los casos urgentes que puedan presentarse en su día libre. Si no hacemos esto, es muy fácil caer en un cierto desencanto. Es lo que hoy se dice con frecuencia: «se ha quemado». Hace falta aceptar con espíritu de pobreza evangélica, que no se puede llegar a todo, aunque se desee, y que es imposible un ritmo de vida vertiginoso en permanente y tenso servicio. Los interrogantes pastorales que el presente nos plantea deben ser asumidos con equilibrio y esperanza. El Evangelio nos presenta al Señor que repite a los suyos: «No tengáis miedo, soy yo» (Jn 6,20). El mismo caminar de la Iglesia es posible que nos desconcierte, nos haga sufrir y nos violente, porque debemos acomodar nuestro paso casi constantemente. Mirar ese «hoy» desde el «...estaré con vosotros siempre» ( 28,20), es motivo de esperanza y paz que no anulan el sufrimiento, pero sí lo reconduce de forma distinta. Conviene tener una jerarquía de valores y una clara visión del quehacer de nuestro presbiterado; y desde esta perspectiva, programar y ser fieles a un plan concreto de vida. La edad y el desgaste Pero, no sólo lo externo a nosotros supone desgaste; también la edad es componente de nuestra vida. La media de los sacerdotes de la Diócesis es mucho más alta que hace unos años, como sucede en todaslas diócesis del mundo occidental y en las Órdenes y Congregaciones religiosas, por causas conocidas. Es necesario saber aceptar las limitaciones que los años nos imponen a medida que nos vamos haciendo mayores. ¿Por qué, con frecuencia, somos vencidos en la salud? Quizás por no haber cuidado el equilibrio interior de nuestra persona; tal vez, por haber abarcado más de lo necesario o posible; en otro caso, por no haber sabido introducir en nuestra vida tiempos de descanso, de paréntesis en el vertiginoso desarrollo de nuestras responsabilidades; en ciertas ocasiones, no haber sabido distanciarnos del lugar de trabajo, para lograr relajarnos, y conseguir más serenidad, mayor paz, fe más confiada. Debemos convencernos de algo en lo que teóricamente todos estamos de acuerdo. No somos imprescindibles, considerados cada uno en particular. Y porque queremos ser «criados fieles», no dueños de la misión, debemos comenzar por aceptar las limitaciones, también las morales, que se presentan con fuerza. A partir de ahí, y con la gracia del Señor Jesús, cada día trabajar, con la esperanza que ofrece el convencimiento de la presencia del Espíritu de Dios sobre la Iglesia y sobre nosotros. Desde nuestra pobreza queremos ser fieles dispensadores de los «misterios de Dios», con la seguridad de que somos amados por El siempre y en cualquier situación. Es todo lo que quería deciros por ahora. Me siento, cada día más responsable de vuestro camino. Por eso os he manifestado y reitero, mi gratitud y mi deseo de que os cuidéis. Málaga, Junio de 1984. Autor: Mons. Ramón Buxarrais