«La profesión civil del consagrado»

Publicado: 14/08/2012: 2090

•   Carta de Verano (1978)

 Queridos amigos:

Os escribo esta III Carta de Verano bajo la impresión de la muerte de Pablo VI y el interés por la elección del nuevo Papa.

La muerte y la elección del Obispo de Roma tienen siempre gran repercusión en la Iglesia. Por eso rezamos. Nuestra oración nace, no de la simple curiosidad ante estos hechos extraordinarios, sino del amor por el Reino, del que la Iglesia es instrumento preferencial, querido por Cristo.

A partir de estos acontecimientos y estimulado por ellos, quiero deciros algo sobre la marcha «ordinaria» de nuestra comunidad diocesana, tal y como yo la veo.

Para ello, os recuerdo el discutido capítulo sexto de la Carta a los Sacerdotes, de los Obispos del Sur: el desplazamiento a profesiones ci­viles.

No pretendo, porque no puedo ni debo, zanjar definitivamente el problema. Sólo deseo verter un poco más de luz, esperando que vosotros también me ayudaréis. Al fin y al cabo, el deber de «hacer Iglesia», se­cundando la acción del Espíritu, corresponde a todos.

La queja de los seglares

Más de una vez escuchamos frases como éstas:

-“...todo lo hace don… No da lugar a sugerencias, ni a colabora­ción. El es la parroquia”.

-“Nuestro grupo se está disolviendo, porque el sacerdote que nos animó a iniciarlo, nos ha dejado solos”.

Los polos opuestos de un neo-clericalismo latente y de un abando­no de la misión por parte del presbítero motivaron uno de los puntos de reflexión que ofrecía a los organizadores del II Encuentro de Comunida­des Cristianas de Andalucía. Les escribí:

“...si los consagrados no se comprometen a un trabajo lento y profundo en la formación de verdaderos militantes,… siempre seremos los eternos dirigentes, suplantando a los seglares que deben serlo.

El quehacer de formar militantes cristianos requiere tiempo, oración, estudio, riesgo, pobreza...

En este aspecto temo que estemos perdiendo terreno. Hay demasiados consagrados que en la profesión civil buscan más una seguridad e independencia personal, económica (también de acción), que una verdadera dimensión misionera.

En este sentido, vosotros (los seglares) deberíais ayudarnos y exigirnos. Merecéis mucha más atención y tiempo, del que nor­malmente os dedicamos”.

La profesión civil del consagrado

De un tiempo a esta parte, entre nosotros se está imponiendo la profesión civil. En los religiosos no nos resulta extraño. La gran mayoría de ellos la vienen ejerciendo, como cauce exigido por su mismo carisma: enfermeros, maestros… Otros, en aras de una mayor fidelidad a su voca­ción misionera, trabajan en talleres, campo, hoteles...

En este sentido, el sentido misionero, creo que a la Iglesia de Mála­ga le queda mucho por hacer. La presencia de militantes cristianos y consa­grados en el mundo de las profesiones o del trabajo, en general, es muy escasa. Estar presentes es un deber de misión.

Si en el trabajo o profesión civil buscamos simplemente una indepen­dencia económica del Estado o un ofrecimiento gratuito de nuestra dedi­cación apostólica a la comunidad eclesial... la postura me parece legítima y evangélicamente válida. Pero, sólo lo será en la medida que haya una disposición generosa de dejar el trabajo o profesión civil, cuando la comu­nidad cristiana nos exija una dedicación total, sea que ella lo pida o que el consagrado lo entienda así.

Pero...

Por otra parte, temo que algunos presbíteros y religiosos se incor­poren a trabajos o profesiones civiles más que con intención misionera, con el afán, consciente o inconsciente, de liberarse del servicio a la comu­nidad, tal y como ella desea o necesita ser servida.

Cuando se busca una seguridad simplemente económica, más que liberarnos de situaciones sociales poco evangélicas, nos desplazamos ha­cia una independencia total de cara a las necesidades de la comunidad. Difícilmente se la puede servir.

Entonces se dan los francotiradores pastorales, más inclinados al sectarismo que a la construcción del Reino.

Se puede ser más pobre dependiendo de la comunidad, que del propio trabajo o profesión.

Un resultado negativo

Si el fenómeno de la profesionalización de los consagrados crece en sentido no-evangélico, dentro de pocos años Málaga no tendrá presbíte­ros y religiosos dispuestos a trabajar en las parcelas más duras o necesita­das de la Diócesis: mundo rural (montes, serranía...), mundo obrero (barriadas pobres, peones...).

Cada uno se convertirá en dueño y señor de su tiempo y de su persona. Así, el que pierde no es el obispo (al no poder disponer atinada

o desatinadamente de los consagrados), sino la comunidad cristiana.

En poco tiempo, entre todos podemos empobrecer apostólicamente la Iglesia de Málaga.

¿Campo abandonado?

Porque, por otro lado (y me cuesta decirlo), muchas de nuestras parroquias, comunidades, movimientos apostólicos, asociaciones cristia­nas... están poco o mal atendidas. Creo que se da el abandono.

Comprendamos que no se puede servir a nuestra gente si no es a base de tiempo dedicado a la oración, al estudio, a la acogida de personas y búsqueda de los que se alejan.

En esto deberíamos aprender (aunque no hay parangón) de los partidos políticos bien organizados. Todos, por escasos medios económi­cos que disfruten, tienen militantes liberados.

La salvación de Jesús que anunciamos vale infinitamente más que un partido político; merece una dedicación total.

Pienso que si nuestra Diócesis tuviera la seriedad de una cooperati­va o empresa de trabajo, a muchos de nosotros (quizás, a mí el primero) se nos echaría por falta de rendimiento mínimo. Porque, a fuer de ser sinceros, la vida de muchos de nosotros no resistiría la más leve y simple confrontación con el Evangelio, en lo que a los apóstoles se refiere.

Os pido a vosotros. Me exijo a mí mismo

Revisemos seriamente nuestra entrega a la misión que se nos encomendó y que aceptamos. Revisemos nuestro tiempo, nuestra dedi­cación a la comunidad, nuestra dimensión misionera. Dejémonos cues­tionar por el Evangelio sobre las motivaciones de nuestro trabajo pastoral y sobre nuestras profesiones o estudios.

El resultado de nuestra revisión sincera pongámoslo junto a las nece­sidades de los malagueños: obreros, jóvenes, campesinos, profesionales, intelectuales, enfermos...

Creo que el sentimiento dolorido de Cristo al contemplar al pueblo judío, puede tener hoy en Málaga la misma fuerza y sentido que enton­ces:

«Viendo al gentío, le dio lástima de ellos porque andaban

maltrechos y derrangados como ovejas sin pastor...» ( 9,36).

Yo soy el primero en bajar la cabeza, confundido y avergonzado.

“Viendo el gentío…”

Es necesario que nos dediquemos a la formación de militantes cristianos. Es un trabajo arduo y difícil. Pero, todo lo que hagamos en este sentido, es poco.

Sin embargo, esto no implica el olvido del “gentío”: los que partici­pan en nuestras misas dominicales, los que piden recibir sacramentos, los que van a nuestras procesiones y romerías, los que prenden velas a un santo; sobre todo, los que no piden nada.

Comprendo y comparto el desgarro interior de muchos de voso­tros al tener que administrar unos sacramentos o animar unos actos reli­giosos que nos parecen tan desconectados de la vida cristiana. ¡Cómo nos duele sentirnos simples funcionarios en la celebración de sacramentos!

Una pastoral profunda y amplia

Con todo, por la experiencia de muchos de vosotros y la mía pro­pia, debo deciros que, en la medida que pongamos fe, convicción pro­funda y respeto a los sacramentos administrados y a quienes los piden, nuestra gente se convierte en terreno abonado.

Los cursillos pre-sacramentales, las homilías bien preparadas, la aten­ción delicada y paciente hacia los que se nos acercan,... hecho todo con amor y constancia, pueden cambiar gran parte de nuestro pueblo.

En este aspecto de la pastoral, debemos cambiar nuestro nerviosis­mo por la serenidad, nuestra inconstancia por la tenacidad, nuestro inmediatismo por la esperanza evangélica. Las generaciones no cambian de la noche a la mañana. La unidad pastoral de tiempo creo que va más allá de los cinco y diez años. Por tanto, sólo es profunda y válida una línea pastoral, cuando está cimentada en un largo período de tiempo.

No olvidéis, pues, el gentío por el que Jesús sentía compasión. Formemos militantes cristianos que estén en función servicial de los de­más y atendamos pastoralmente al pueblo.

La generosa entrega de muchos

Al releer la carta, veo que tal vez he sido demasiado duro y exigen­te. Os pido perdón.

En la Diócesis podríamos contar un buen número de pequeñas o grandes realidades pastorales. Junto a ellas, vuestros nombres.

Sé que muchos trabajáis fiel y constantemente en el silencio de un trabajo duro y poco brillante. Tal vez nunca tuve para con vosotros una palabra o gesto de gratitud.

Sabed que, aunque el obispo, los compañeros o los mismos feligre­ses no se den cuenta de vuestro trabajo fiel, “el que ve lo secreto, os lo recompensará” ( 6,4).

Centro Diocesano de Teología

Termino ofreciéndoos, una vez más, el Centro Diocesano de Teolo­gía. El curso pasado tuvo unos 75 alumnos. Algunos en calidad de oyen­tes.

De entre ellos, siete hombres casados esperan que un día la comu­nidad les llame al ministerio del diaconado; otros dieciocho esperan reci­bir el presbiterado.

Además de un grupo de profesores del clero secular y algunos de la Universidad Civil, los alumnos se ven especialmente atendidos por F. Parrilla, J. Miranda y S. Montes.

Ahora que de nuevo el Centro abrirá sus puertas, os lo ofrezco para todos aquellos cristianos que quieran profundizar en su fe o esperan que un día la comunidad diocesana les pueda llamar a servirla en los distintos ministerios.

Málaga, Agosto de 1978. 

Autor: Mons. Ramón Buxarrais

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