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Peregrinación a Tierra Santa (Tabor)

Publicado: 07/04/2013: 631

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la peregrinación diocesana a Tierra Santa (Tabor) el 7 de abril de 2013.

PEREGRINACIÓN A TIERRA SANTA

(Tabor, 7 abril 2013)

 

Lecturas: Dan 7,9-10.13-14; Sal 96; Mt 17,1-9.

1.- Antes me preguntaban si era aquí donde el Señor se transfiguró. El Evangelio no dice que fuera el monte Tabor, dice que «subió a un monte alto» (Mt 17, 1). Lo más normal es que la tradición oral, que es la que se traspasa de boca en boca, (forma popular de transmisión de los judíos y pueblos de aquel tiempo), por ello, era normal que los primeros discípulos preguntaran a los que habían estado, -Pedro, Santiago y Juan-, por los lugares en los que acompañaban al Señor. Y ellos indicarían que en este monte aconteció la Transfiguración. De ahí viene la tradición que aconteció en este monte, el Tabor, donde el Señor se transfiguró.

La transfiguración tiene un sentido pedagógico. Jesús iba a morir pronto y pidió a sus tres más íntimos que le acompañaran. Quería darles fuerza ante lo que se les aproximaba. Ya que lo iban a ver azotado, maltratado y crucificado. Y esa era una manera de decirles que Él, Jesús, el Hijo de Dios, tenía una fuerza y una virtualidad por la que no iba a sucumbir a la cruz. Así quiso prepararlos y comunicarles fortaleza ante lo que se les aproximaba.

2.- Después del Tabor se baja a la cruz. Hay que volver a la vida cotidiana y hay que seguir luchando. Nosotros vamos a tener un momento de Tabor, de estar con el Señor, de contemplarlo, de verle deslumbrante, luminoso. Y va a iluminar nuestro corazón. Lo haremos en silencio, a modo de meditación.

Pero ahora, deseo compartir con vosotros una regla mnemotécnica de lo que es la transfiguración. Primero vamos a jugar con la palabra figura. Mirad, cuando nos bautizan el Espíritu marca en nosotros la figura de Cristo. El cristiano recibe la figura de Cristo en su alma y queda marcado para siempre. Esa imagen no se borra jamás. Lo que es Jesús queda marcado en el alma del cristiano. El Espíritu Santo, con su unción, graba en el corazón a fuego, ya imborrable, la figura de Cristo.

En ese sentido, quedamos con la figura de Cristo marcada en el corazón, configurados. El bautismo me configura. Estamos jugando con la palabra figura. El Espíritu me configura, me hace a imagen de Cristo. La persona de Cristo queda marcada en nosotros y al cristiano lo configura con su persona. Al cristiano le da la luz, le perdona el pecado, le da la gracia, le otorga los dones del Espíritu. Y, de ese modo, el alma queda configurada.

3.- Después, nosotros emborronamos esa figura con el pecado. Cristo se reviste de humanidad, se abaja y se hace uno de nosotros para transformarnos. Nosotros con el pecado ensuciamos esa vestidura de Cristo. Con lo que queda desfigurada. Hemos sido configurados con Cristo, pero nosotros hemos desfigurado esa imagen porque la hemos emborronado, la hemos traicionado, nos hemos olvidado de Él, hemos ensuciado esa vestidura blanca que nos configuró.

¿Qué hace Cristo una vez que le hemos desfigurado? Nos perdona los pecados, nos invita a su mesa, nos devuelve la gracia y, en ese caso, nos transfigura. Qué proceso más bonito: somos cristianos porque hemos sido configurados con Cristo, y cuando nosotros lo hemos desfigurado, entonces, el Espíritu nos transfigura. Mas esta transfiguración que nos hace día a día, nos la hará de un modo definitivo, después de nuestra muerte temporal. Esta transfiguración temporal la hará completa una vez que alcancemos la muerte; pues una vez muertos ya no podremos desfigurar más la figura de Cristo, ya la tendremos para siempre.

Pensad en esos tres momentos. Con la figura de Cristo en el bautismo, nosotros somos… (Respuesta de los fieles: configurados). Con el pecado, somos… (Respuesta de los fieles: desfigurados). Y, después el Espíritu, nos… (Respuesta de los fieles: transfigura).

Pues ahora estamos para ser transfigurados. Dejémonos transfigurar, transformar. Ese es el núcleo de lo que ahora podemos contemplar y agradecer al Señor. Recordemos y agradezcamos todo lo que nos ha regalado con su vida, con su gracia, con su estilo, con su figura que nos ha marcado para siempre. Amén.

 

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