NoticiaHistoria de la Iglesia Renovación de las órdenes Publicado: 19/09/2016: 3567 El deseo de una reforma eficaz en el seno de la Iglesia condujo inevitablemente a una renovación de las órdenes religiosas ya existentes. Este fenómeno no era nuevo. Ocurrió con frecuencia en la época medieval, como bien lo ilustran las diversas reformas benedictinas. Y es que, en el origen y desarrollo de las órdenes religiosas aparecen dos elementos bien definidos: el carismático (la inspiración divina en el fundador) y el jurídico (el que da forma estable y legal al anterior). Con el paso del tiempo, ambos elementos tienden a desvirtuarse. De aquí la necesidad de una continua renovación, para retornar al espíritu de los fundadores, teniendo en cuenta las exigencias de los nuevos momentos históricos. En el siglo XVI, las órdenes religiosas sintieron la necesidad de renovarse y las reformas prácticamente afectaron a todas. Señalamos dos de las más importantes: la reforma de los franciscanos y la de los carmelitas. Desde sus orígenes, en la orden franciscana coexistieron dos tendencias: la rigorista y la moderada, a veces enfrentadas entre sí. Con el tiempo, la tempestad se fue calmando y surgieron dos ramas distintas en el franciscanismo: la de los frailes menores observantes y la de los conventuales. Los frailes menores fueron olvidando sus antiguos ideales. Necesitaban una nueva reforma. Fue la de los capuchinos. Muy estimados por el pueblo, por su entrega a los enfermos, por su vida pobre, a veces heroica y porque predicaban el Evangelio de una forma sencilla y asequible. Fueron grandes misioneros. La reforma carmelitana tiene dos nombres: Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz. Teresa de Cepeda (1515-82), carmelita desde muy joven, después de 30 años de vida religiosa, se sintió llamada a retornar a la primitiva regla eremítico-contemplativa en total pobreza y austeridad. Con grandes dificultades logró fundar una serie de conventos y, con la ayuda de san Juan de la Cruz (1542-91), extendió la reforma a la rama masculina carmelita. Ambos renovaron, con sus excelentes escritos, no sólo la vida religiosa de la orden, sino que contribuyeron a enriquecer la literatura española del Siglo de Oro y al mejor conocimiento de la vía ascético-mística, como caminos en nuestro peregrinar hacia Dios.