NoticiaColaboración Autolisis social y cerebral Publicado: 15/07/2019: 6251 El Dr. José Rosado, acreditado en adicciones, aborda los retos de una sociedad llena de cosas y vacía de contenidos. En la actualidad, el ser humano ha conseguido una gran libertad que le ha proporcionado independencia y racionalidad, pero también lo ha aislado y lo ha tornado ansioso, estresado, angustiado y lleno de miedos y oscuridades, y del hombre de las cavernas estamos pasando a las cavernas del hombre, en la que una sociedad llena de cosas y vacía de contenidos, ofrece objetivos perversos que, por ser efímeros y superficiales, consolidan un relativismo que, erróneamente identificado con la tolerancia, origina el libre albedrio que es fuente de todo conflicto. Nace así el protagonismo de la nada -apaga tu mente y déjate llevar- que desencadena la neurosis del vacío. Pero la existencia posee un mecanismo íntimo que le es peculiar: tiende a expandirse o extenderse, a expresarse y a ser vivida. Si esta tendencia se frustra, la energía enraizada hacia la vida sufre un proceso de descomposición y se muda en una fuerza dirigida hacia la destrucción: se conforma una respuesta nihilista. Los impulsos de vida y de destrucción son universalmente proporcionales. Cuanto más impulso vital se ve frustrado, tanto más fuerte resulta el que se dirige a la destrucción; cuanto más plenamente se realiza la vida, tanto menor es la fuerza de la destructividad. La droga aparece como un mecanismo de evasión pues provoca estados gratificantes de conciencia al estimular el sistema de recompensa cerebral, pero lo hace como sustancia extraña, no fisiológicamente, y sin respetar el orden, equilibrio y armonía de toda la economía. Con un tiempo suficiente de consumo, las alegrías y contentos se transforman en frustraciones y fracasos. La droga deja como secuela zonas de necrópolis neuronales que señalan una mutilación bioquímica y la contaminación de los mecanismos que, con la disminución y desorganización significativa de los recursos cerebrales, le hace experimentar una situación de desorientación y la persona se queda sin rumbo y sin saber hacia que puerto dirigirse, es más, sin ni siquiera sospechar que existen puertos: “el único bien que descubren es aquello que le provoca el olvido de su existencia” La persona, ante esta sensación de insignificancia, de soledad, de disminución y empequeñecimiento ante el mundo exterior, puede renunciar a su integridad personal y social para que el mundo deje de ser tan amenazante, y se refugia en un aislamiento que, ofreciendo matices terapéuticos, también le llega a resultar insoportable y le conduce a nuevas forma de dependencia y sumisión que le conduce un escenario propicio a la desintegración mental, del mismo modo que la inanición conduce a la muerte. Claro que un individuo puede estar solo, en el sentido físico, durante muchos años y sin embargo estar relacionados con ideas, valores y normas sociales que le proporcionan sentimientos de comunión y pertenencia. Por otra parte, puede vivir entre la gente y no obstante dejarse vencer por un sentimiento de aislamiento total, cuyo resultado podría ser un estado mental parecido a la esquizofrenia. Esta falta de conexión con valores, símbolos o normas, que podemos definir como soledad moral, es tan insoportable como la soledad física, o mejor, la soledad física se vuelve intolerable, tan sólo, si implica también la soledad moral. Las religiones, creencias o nacionalismos, por más absurdos o degradantes que sean, siempre que logren unir al individuo con los demás, constituyen refugios contra los que el hombre teme con mayor intensidad: la soledad y el aislamiento. “Si yo encontrara una sustancia que no me hiciera daño y resolviera mi soledad y aislamiento, nunca dejaría de tomarla”, es una idea que argumenta el consumo de drogas. El escenario anterior fundamenta y justifica que el abordaje de la enfermedad de la droga se oriente de manera prioritaria a conseguir la normalidad funcional del cerebro que es el único instrumento terapéutico eficaz que tenemos para resolver el problema. Es el cerebro es órgano más perfecto jamás conocido y que siendo expresión de nuestro yo, se encuentra diseñado con los programas más selectivos para que, en su activación, conseguir una óptima supervivencia, y la persona pueda tomar conciencia de su ser y existir, como entidad única, original, irrepetible (ADN), autónoma, autosuficiente y con voluntad libre. Y de una manera singular mantiene la capacidad de, en el desarrollo de sus potencialidades, valorar y discernir todas las interrogantes, dudas e inquietudes que se le presentan y descubrir el significado, sentido y utilidad de la vida; es entonces cuando todos los vientos le serán favorables porque sabe hacia dónde dirigirse… y la experiencia humana se llenará de las plenitudes intrínsecas a su naturaleza. Más artículos de José Rosado.