NoticiaPapa Francisco La Santidad: transitar por el camino de Dios Publicado: 23/04/2018: 10815 Cuando se cumplen cinco años del pontificado de Francisco, el Papa ha hecho pública su tercera exhortación apostólica Gaudete et exsultate. Un documento que aborda la llamada a la santidad en el mundo contemporáneo. Tras Evangelii gaudium y Amoris laetitia llega esta tercera exhortación en la que trata la vocación específica de todo bautizado a la santidad. La Exhortación Apostólica Gaudete et exsultate se estructura en cinco partes y aterriza de manera sencilla y práctica, profunda y espiritual, en la llamada a la santidad. Una santidad no exenta de dificultad a la hora de hacerla carne. Por eso el papa Francisco muestra el horizonte que estamos llamados a alcanzar con la gracia de Dios, alerta sobre los riesgos que en el mundo actual pueden entorpecer la respuesta a la llamada, concreta el camino y propone un ejercicio de discernimiento para vivir como creyentes el don de ser santos. La santidad El Señor lo pide todo. Él nos quiere santos. A cada uno de nosotros el Señor nos eligió «para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor» (Ef 1,4). La santidad es el rostro más bello de la Iglesia. Muchas veces tenemos la tentación de pensar que la santidad está reservada solo a quienes tienen la posibilidad de tomar distancia de las ocupaciones ordinarias, para dedicar mucho tiempo a la oración. No es así. Todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra. No tengas miedo de la santidad. No te quitará fuerzas, vida o alegría. La santidad no te hace menos humano, porque es el encuentro de tu debilidad con la fuerza de la gracia. Decía León Bloy, en la vida «existe una sola tristeza, la de no ser santos». Dios, misterio y don Dios nos supera infinitamente, siempre es una sorpresa y no somos nosotros los que decidimos en qué circunstancia histórica encontrarlo, ya que no depende de nosotros determinar el tiempo y el lugar del encuentro. Quien lo quiere todo claro y seguro pretende dominar la trascendencia de Dios. Tampoco se puede pretender definir dónde no está Dios, porque él está misteriosamente en la vida de toda persona, está en la vida de cada uno como él quiere, y no podemos negarlo con nuestras supuestas certezas. Si nos dejamos guiar por el Espíritu más que por nuestros razonamientos, podemos y debemos buscar al Señor en toda vida humana. Esto es parte del misterio. La gracia actúa históricamente y, de ordinario, nos toma y transforma de una forma progresiva. Solamente a partir del don de Dios, libremente acogido y humildemente recibido, podemos cooperar con nuestros esfuerzos para dejarnos transformar más y más. Lo primero es pertenecer a Dios. Bienaventuranzas y juicio final Las bienaventuranzas son como el carnet de identidad del cristiano. Así, si alguno de nosotros se plantea la pregunta: «¿Cómo se hace para llegar a ser un buen cristiano?», la respuesta es sencilla: es necesario hacer, cada uno a su modo, lo que dice Jesús en el sermón de las bienaventuranzas. En el capítulo 25 de Mateo, Jesús vuelve a detenerse en una de estas bienaventuranzas, la que declara felices a los misericordiosos. Si buscamos esa santidad que agrada a los ojos de Dios, en este texto hallamos precisamente un protocolo sobre el cual seremos juzgados. El Señor nos dejó bien claro que la santidad no puede entenderse ni vivirse al margen de estas exigencias suyas, porque la misericordia es «el corazón palpitante del Evangelio» ¿Acaso puede entenderse la santidad al margen de este reconocimiento vivo de la dignidad de todo ser humano? El santo y la santidad La santidad es parresía: es audacia, es empuje evangelizador que deja una marca en este mundo. Estar centrado, firme en torno a Dios que ama y que sostiene. El santo es capaz de vivir con alegría y sentido del humor. Sin perder el realismo, ilumina a los demás con un espíritu positivo y esperanzado. ¡Dios no tiene miedo! ¡No tiene miedo! Él va siempre más allá de nuestros esquemas y no le teme a las periferias. Los santos sorprenden, desinstalan, porque sus vidas nos invitan a salir de la mediocridad tranquila y anestesiante. La santidad está hecha de una apertura habitual a la trascendencia, que se expresa en la oración y en la adoración. La lectura orante de la Palabra de Dios, nos permite detenernos a escuchar al Maestro para que sea lámpara para nuestros pasos, luz en nuestro camino. Combate y discernimiento La vida cristiana es un combate permanente. Se requieren fuerza y valentía para resistir las tentaciones del diablo y anunciar el Evangelio. Esta lucha es muy bella, porque nos permite celebrar cada vez que el Señor vence en nuestra vida. De hecho, cuando Jesús nos dejó el Padrenuestro quiso que termináramos pidiendo al Padre que nos libere del Malo. La expresión utilizada allí no se refiere al mal en abstracto y su traducción más precisa es «el Malo». Indica un ser personal que nos acosa. Jesús nos enseñó a pedir cotidianamente esa liberación. El discernimiento no solo es necesario en momentos extraordinarios, o cuando hay que resolver problemas graves, o cuando hay que tomar una decisión crucial. Es un instrumento de lucha para seguir mejor al Señor. Nos hace falta siempre, para estar dispuestos a reconocer los tiempos de Dios y de su gracia. El discernimiento es una gracia. Tal actitud de escucha implica, por cierto, obediencia al Evangelio como último criterio, pero también al Magisterio que lo custodia, intentando encontrar en el tesoro de la Iglesia lo que sea más fecundo para el hoy de la salvación. El discernimiento de espíritus nos libera de la rigidez, que no tiene lugar ante el perenne hoy del Resucitado.