Noticia Diario de una adicta (IV). DESPERTANDO A OTRA REALIDAD Publicado: 25/03/2016: 5357 El doctor José Rosado, experto en drogodependencias, nos acerca cada semana un fragmento del diario de una de sus pacientes, víctima de la droga. El deseo de su autora es que su experiencia sirva de ayuda a otros jóvenes y familias que pasen por una situación similar. Cuando ya tenía aproximadamente 15 ó 16 años, empecé a notar que las relaciones de mis padres eran raras. Durante la semana apenas teníamos contacto con mi padre, pues cuando no estaba de viaje, llegaba muy tarde a casa y mi hermano y yo, estábamos acostados. En ocasiones, su carácter no le permitía estas demostraciones, venía a mi habitación y me besaba en la cabeza: eran besos que siempre deseaba, y sigo deseando. Las salidas con mi hermano y conmigo los fines de semana, empezaban a encontrar una excusa relacionaba con su trabajo, para acortarlas en el tiempo, y se pasaba el día en pijama viendo la televisión o en su despacho. Las discusiones con mi madre aumentaron de frecuencia e intensidad y la convivencia familiar se deterioraba. Las voces y discusiones fueron disminuyendo, pero también sus diálogos y los silencios se imponían. Empezaron a vivir prácticamente separados. Yo hacía tiempo que estaba desviando la atención hacia mis amigas y abriendo brecha con respecto a mis padres, en especial con mi madre. Ella pensaba que era algo suya y no soportaba mi progresiva autonomía. Ya le contaba poco o casi nada, y mis confidencias fueron desapareciendo. Pero no dejaba de vigilarme mi ropa, mi peinado, la manera de andar o de mirar, y a todo le encontraba falta y peros. Yo creo que era una manera de impedir dejarme libre y tenerme bajo sus órdenes, porque sabía que yo me estaba escapando. Las discusiones fueron tomando protagonismo por lo que, cada vez me refugiaba más en mí misma. La realidad es que mi madre descargaba sus miedos y frustraciones conmigo, o así lo vivía yo. Su objetivo era claro: me tenía que someter a su voluntad. - Paula, no puedes hacer lo que te dé la gana, me repetía. -¿Por qué, mamá?- Y las respuestas eran contundentes. Era mi madre y tenía que hacer lo que ella me ordenara. Se obsesionaba en controlar mis salidas y entradas, hora de dormir y levantarme e intensificó las tareas que me tenía asignadas en la casa, igual que el orden en mi habitación, que nunca estaba a su gusto. Mi hermano, con su carácter taciturno y silencioso reforzaba mi aislamiento y, desde luego, mi padre no era precisamente el que aliviaba la situación.