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Santa María Madre de Dios (Catedral-Málaga)

Publicado: 01/01/2016: 28424

SANTA MARÍA MADRE DE DIOS

(Catedral-Málaga, 1 enero 2016)

Lecturas: Nm 6, 22-27; Sal 66, 22-27; Gal 4, 4-7; Lc 2, 16-21.

María, Madre de todos los hombres

1. En este primer día del año natural la liturgia nos propone contemplar a María Santísima como “Madre de Dios”. La Iglesia definió que María es verdadera Madre de Dios, la Theotokos, en el concilio de Éfeso en el 431.

San Cirilo de Alejandría, que presidió este Concilio, escribía a sus fieles lo ocurrido allí: “Sabéis que se reunió el santo sínodo en la gran iglesia de María, Madre de Dios. Pasamos allí el día entero... Había allí unos doscientos obispos reunidos. Todo el pueblo esperaba con ansiedad, aguardando desde el amanecer hasta el crepúsculo la decisión del santo Sínodo... Cuando salimos de la iglesia, nos acompañaron con antorchas hasta nuestros domicilios, porque era de noche. Se respiraba alegría en el ambiente; la ciudad estaba salpicada de luces; incluso las mujeres nos precedían con incensarios y abrían la marcha" (Epístola 24). Una gran fiesta para toda la Iglesia, que seguimos celebrando después de tantos años: la definición de la Virgen María como Madre de Jesucristo, como Madre de Dios (Theotokos).

El Verbo eterno de Dios quiso encarnarse en el seno de una mujer: «Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley» (Gal 4, 4). La maternidad divina de María se amplía también a quienes somos adoptados como hijos de Dios.

2. San Ignacio de Antioquía llama a Jesús “el hijo de Dios y de María”. La Virgen está al mismo tiempo muy unida a Dios, por ser la Madre del Hijo unigénito; y muy cercana a los hombres, por ser nuestra madre.

La Virgen María desempeña su misión de Madre como toda madre: engendra a su hijo con amor, lo da a luz, lo cuida y lo acompaña durante su vida; así hizo María con su Hijo Jesús. María es madre de todos los hombres en el orden de la gracia. Al dar a luz a su Primogénito, alumbró también espiritualmente a quienes serían incorporados a él y serían sus discípulos; a todos y cada uno de nosotros.

Una madre respeta la libertad de su hijo; le acompaña en los momentos de alegría y también en los momentos difíciles. María desde el cielo intercede por todos nosotros, nos consuela, nos anima y nos aconseja diciéndonos: «Haced lo que Él os diga» (cf. Jn 2, 5); ¡haced lo que mi hijo Jesús os diga!, como les aconsejó a los sirvientes en las Bodas de Caná.

3. ¿Qué aprendemos de María, nuestra Madre? El evangelio nos ofrece dos actitudes de la Virgen: «guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19).

Ella nos invita a ser personas que saben guardar las cosas de Dios en nuestra vida; que saben hacer tesoro de la Palabra de Dios y de sus gracias; que saben agradecer las maravillas que Dios obra en cada uno. Hay que saber guardar las cosas de Dios para mantenerlas vivas y que den fruto; la semilla, cuando cae en tierra, debe dar fruto. La Palabra de Dios, cuando llega a nosotros, debe dar fruto. Hay que saber guardar esa Palabra.

María, además, meditaba las cosas de Dios y contemplaba su rostro. Ella nos anima a contemplar el rostro de Dios en su Hijo encarnado; a meditar sus lecciones de humildad y de amor entregado.

Como decía san Agustín, dado que no podemos imitar a la Virgen en la primera Encarnación física, imitémosla en la segunda encarnación espiritual: “concibiendo el Verbo con la mente”; acogiendo la Palabra en el corazón.

Acojamos, como la Virgen María, la Palabra de Dios; custodiémosla en nuestro corazón; y dejemos que ilumine nuestros pasos, siendo testigos de la misma ante los hombres.

Vivamos la Navidad como los pastores que «se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto» (Lc 2, 20). Seamos testigos alegres de la Encarnación del Hijo de Dios y de la Maternidad divina de María.

4. Hoy celebra la Iglesia la Jornada Mundial de la Paz, cuyo lema, elegido por el papa Francisco, dice: “Vence la indiferencia y conquista la paz”. La paz debe ser conquistada: no es un bien que se obtiene sin esfuerzo, sin conversión y sin creatividad. La paz es un don que el Señor nos concede.

El Papa dice: “La primera forma de indiferencia en la sociedad humana es la indiferencia ante Dios, de la cual brota también la indiferencia ante el prójimo y ante lo creado. Esto es uno de los graves efectos de un falso humanismo y del materialismo práctico, combinados con un pensamiento relativista y nihilista” (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz-2016, 3).

Como afirmaba Benedicto XVI, “existe un vínculo íntimo entre la glorificación de Dios y la paz de los hombres sobre la tierra” (Discurso a los miembros del Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, Vaticano, 7.01.2013). Prescindir de Dios lleva a prescindir del otro. Al hombre que no cree en Dios le resulta muy difícil trabajar por la justicia y la paz.

5. Tampoco podemos permanecer indiferentes ante tantas cuestiones graves, que afligen a la familia humana, como dice el papa Francisco en su Mensaje: “Las guerras y los atentados terroristas, con sus trágicas consecuencias, los secuestros de personas, las persecuciones por motivos étnicos o religiosos, las prevaricaciones” (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz-2016, 2).

Tampoco debemos quedar indiferentes ante el fundamentalismo y sus masacres, las violaciones de la libertad y de los derechos de los pueblos, el abuso y la esclavitud de las personas, la corrupción y el crimen organizado, el drama de los refugiados y de los emigrantes forzados. A todas estas personas las hemos de tener presentes en nuestra oración y en nuestra acción.

6. Jesús nos enseña a ser misericordiosos como el Padre (cf. Lc 6,36); así lo estamos celebrando en este Año de la Misericordia. Nos invita a descubrir los sufrimientos de las personas para aliviarlos y a curar las heridas de nuestros contemporáneos.

Como dice el papa Francisco: “La misericordia es el corazón de Dios. Por ello debe ser también el corazón de todos los que se reconocen miembros de la única gran familia de sus hijos; un corazón que bate fuerte allí donde la dignidad humana -reflejo del rostro de Dios en sus creaturas- esté en juego” (Ibid., 5).

La credibilidad de la Iglesia y de los cristianos radica en el testimonio de su entrega y de la expresión de la misericordia divina. “Su lenguaje y sus gestos deben transmitir misericordia para penetrar en el corazón de las personas y motivarlas a reencontrar el camino de vuelta al Padre” (Papa Francisco, Misericordiae vultus, 12). La Iglesia debe hacer presente la misericordia y el amor de Dios.

Hemos de afinar nuestra sensibilidad y profundizar en la corresponsabilidad ante las gravísimas cuestiones que afligen nuestro mundo.

Pedimos a la Santísima Virgen María, Madre de Dios-Hijo y madre nuestra, que nos acompañe en este nuevo Año 2016, que hoy comienza, y nos ayude a ser constructores de la paz. Queridos fieles: ¡Feliz Año Nuevo! Amén.

Diócesis Málaga

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