San Lucas cuida especialmente el retrato de un Jesús que ora en toda ocasión. De él se desprende también una imagen de sus discípulos: somos llamados y capacitados para orar con Jesús, como Él y en su nombre. Jesús enseña que, para quien sigue sus pasos por el camino, orar es algo necesario. Como se decía antes, “con necesidad de medio”. Es decir, no puede uno ser cristiano y no ser orante. Orar es expresión y ejercicio principal de la fe en Dios.

Jesús subraya una de las características de esta oración: “siempre, sin desfallecer”. Orar siempre para no cansarnos y mantener la esperanza, para no caer en las pruebas y salir de la tentación... Cuando no quede nada que podamos hacer, nos queda orar. Orar tiene que ser, para el cristiano, como el respirar. Es “la respiración del alma” (San Agustín).

No se trata, pues, de una obligación que añadir a lalistadetareas.Es,encambio, manifestaciónde nuestra condición de hijos y de nuestra indigencia. Dios desea darnos lo que necesitamos, pero no como al resto de criaturas, sino en el ámbito de la relación vital entre un Padre y sus hijos, en un diálogo ininterrumpido entre su misericordia y nuestra confianza.

Para afianzar nuestra fe, Jesús compara a Dios con un juez que, lleno de cinismo, accede a la petición de una pobre viuda, simplemente por que deje de molestarlo. De esta manera, subraya Jesús la eficacia de la oración a un Dios que, lleno de misericordia, está siempre atento a nuestra necesidad. Dios siempre acude, pero ¿estamos nosotros aguardando?