DiócesisHomilías Colación de Ministerios de Lector y Acólito (Seminario-Málaga) Publicado: 16/12/2012: 5064 Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la Eucaristía celebrada con motivo de la dedicación la Colación de Ministerios de Lector y Acólito, en el seminario de Málaga el 16 de diciembre de 2012 COLACIÓN DE MINISTERIOS DE LECTOR Y ACÓLITO (Seminario-Málaga, 16 diciembre 2012) Lecturas: Sof 3, 14-18; Sal (Is 12, 2-6); Flp 4, 4-7; Lc 3, 10-18. (Domingo de Adviento III- C) 1.- Alegría por la llegada del Señor Estamos celebrando en este tercer domingo que se llama “de la alegría” (gaudete). Desde la antífona de entrada hasta la poscomunión, toda la liturgia de este domingo es una invitación a la alegría y a la fiesta. Este año, en este ciclo C, leemos la Carta de San Pablo a los Filipenses que es donde toma el nombre de alegría este domingo. Pablo dice: «gaudete in Domino» (Flp 4, 4), “alegraos en el Señor”. Y hoy, por este motivo, llamamos así a este domingo. Las tres lecturas primeras, tanto el profeta Sofonías como el Salmo interleccional, que esta vez está tomado de Isaías, y San Pablo, nos hablan desbordantemente del tema gozo y alegría. a) Sofonías dice: «¡Lanza gritos de gozo, hija de Sión, lanza clamores, Israel, alégrate y exulta de todo corazón, hija de Jerusalén!» (Sof 3, 14). En una frase hay cuatro términos que expresan alegría, gozo. La liturgia quiere que nosotros nos empapemos de esto y nos invita a hacerlo. Este domingo viene a ser como una especie de oasis en medio del desierto. El Adviento, la Cuaresma también, tendrá un domingo de alegría. Aquel se le llamará “laetare”. Imaginad que vamos caminando por el desierto con hambre, sed, sudor, fatiga y encontramos un oasis donde nos espera alguien que nos ama y a quien amamos. Un oasis de paz, de alegría, de descanso, de luz. Eso es un poco la liturgia de hoy, un oasis. Porque quien está entre nosotros es el Señor. b) Isaías, en el texto que hace de Salmo responsorial, dice: «He aquí a Dios mi Salvador: estoy seguro y sin miedo, pues el Señor es mi fuerza y mi canción, él es mi salvación» (Is 12, 2). Rememora en nosotros este ambiente que decimos y que crea la liturgia de hoy. «Dad gritos de gozo y de júbilo, moradores de Sión, que grande es en medio de ti el Santo de Israel» (Is 12, 6). c) San Pablo dice una frase preciosa: «Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres» (Flp 4, 4). Pero fijaros, nosotros tenemos la tentación de unas veces estar alegres cuando las cosas nos salen bien, pero cuando no nos salen bien la alegría no asoma a nuestro rostro. Entonces hacemos caras largas, lloramos, estamos apenados por dentro. Pablo es muy atrevido y no dice: “reíd cuando estéis bien y llorad cuando estéis mal”. Sino que nos dice: «Estad siempre alegres en el Señor». Dos cosas muy importantes: estar alegres siempre, en las alegrías humanas y en las penas, en las dificultades, en la salud y en la enfermedad, cuando salen las cosas bien y cuando no salen tan bien, siempre. ¿Por qué? Nos dice el Señor: “en el Señor”. Quien está con el Señor lo que vive no es tan importante si aparentemente es bueno o malo, una situación de dificultad o de bienestar, de riqueza o de pobreza, de salud o enfermedad. Puede que una enfermedad sea más importante, más purificadora y más humanizadora, y más salvadora que una actitud de vitalidad y de sentirse sano. A lo mejor el sentido de sentirse bien y sano nos impele a olvidarnos del Señor. Y a lo mejor una situación de enfermedad nos vincula de una manera más realista de que somos criaturas y de que dependemos del Señor. Por tanto, “en el Señor”, es la gran enseñanza, pase lo que pase podemos estar alegres. 2.- Presencia salvadora del Señor en medio de su pueblo Todos tenemos que escoger la presencia del Señor. La presencia del Señor en medio de su pueblo es salvadora. El profeta Sofonías dice sobre esa presencia que es perdón: «Ha retirado el Señor las sentencias contra ti, ha alejado a tu enemigo» (Sof 3, 15). Esa presencia además de ser perdón es una presencia sanante. Os invito a todos, y a vosotros, candidatos al lectorado y al acolitado a vivir esa presencia. «¡El Señor, Rey de Israel, está en medio de ti, no temerás ya ningún mal!» (Sof 3, 15). «El Señor tu Dios está en medio de ti, ¡un poderoso salvador! El exulta de gozo por ti, te renueva por su amor; danza por ti con gritos de júbilo» (Sof 3, 17). ¡Qué más queremos si lo vivimos! Recogiendo este texto del profeta Sofonías os invito a que, en este día en el que vais a recibir los ministerios, os pongáis en esta relación personal con el Señor, porque Él quiere esta en medio de vosotros: «El Señor tu Dios está en medio de ti, ¡un poderoso salvador!» (Sof 3, 17). Más aún quiere estar dentro de vosotros. Y eso es para todos, en cualquier condición y situación en la que nos encontremos. Él quiere venir, estamos en tiempo de preparación de su venida, el Señor viene, su presencia es sanante, abramos el corazón. «El Señor está cerca» (Flp 4, 5), ha dicho Pablo en su Carta a los Filipenses, “está cerca”. No hemos de dejarle pasar de largo, porque el que pasa y viene es Él. No nos hemos de apartar cuando pase. Cuando llegue aprovechemos la oportunidad de acercarnos a Él, porque Él quiere entrar en nuestra casa, quiere estar con nosotros, como invitó a Zaqueo (cf. Lc 18,5) y como invitó a tanta gente. Este domingo III de Adviento participa plenamente de la alegría que produjo la presencia de Cristo resucitado a cuantos le "vieron" resucitado, a cuantos se le apareció (cf. Mt 28,8; etc.). Tened en cuenta que el encuentro de Jesús con sus contemporáneos era a través de su cuerpo físico. El encuentro de Jesús con los cristianos, con nosotros es un encuentro del Cristo glorioso y resucitado, no lo vemos, no lo tocamos, no podemos estrechar la mano, ni darle un abrazo, no podemos verlo físicamente; pero su presencia es más profunda aún y más sanante, porque ahora Él ya murió y resucitó por nosotros. 3.- Bautismo de conversión de Juan Bautista En el Evangelio aparece la figura de Juan Bautista que es personaje central en el ámbito, en el que él imparte un bautismo de penitencia. El Bautista invita a convertirse y han pasado, según el texto de San Lucas, tres categorías, tres tipos de personas que se acercan al Bautista a preguntarle: “¿Nosotros qué tenemos que hacer? ¿Nosotros cómo podemos convertirnos?” Vamos a detenernos en cada uno de los tres grupos. a) Primero, la gente, ahí entramos todos: niños, jóvenes, adultos, todos. “¿Qué debemos hacer Juan?” «La gente le preguntaba: «Pues ¿qué debemos hacer?» (Lc 3, 10). Y él le responde: «El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que haga lo mismo» (Lc 3, 11). Primera invitación: compartir. ¿Qué tenemos que hacer? Compartir. Compartir lo que tenemos y lo que somos. De eso tenemos una larga experiencia siempre, sobre todo, más acuciante en estos años de tantísimas necesidades que todos tenemos que compartir. No vale decir ya resolverá este problema el párroco de la parroquia o mi vecino. Cada uno tiene que dar una respuesta personal de vuestros bienes propios; incluso de vosotros chavales, de lo que disponéis porque os lo dan vuestros padres, tenéis que compartir también. No es todo para vosotros, una parte ha de ser para otros más necesitados. b) Otro grupo que se acerca eran los publicanos. «Vinieron también publicanos a bautizarse, y le dijeron: «Maestro, ¿qué debemos hacer?» (Lc 3, 12). Los publicanos eran unos colaboracionistas con el poder extranjero romano y cobraban los impuestos. Probablemente, además de cobrar las tasas que los romanos le exigían, parece ser que cobraban un poco más. Entonces Juan que lo sabía les decía: «No exijáis más de lo que os está fijado» (Lc 3, 13). Aquí cada uno que se aplique el cuento, porque uno puede estar cobrando un sueldo y no llegar a rendir y a trabajar lo que debe, eso también tenemos que afinar nuestra conciencia. c) Y el tercer grupo eran unos soldados que también preguntan a Juan: «Le preguntaron también unos soldados: «Y nosotros ¿qué debemos hacer?» Él les dijo: «No hagáis extorsión a nadie, no hagáis denuncias falsas, y contentaos con vuestra paga de soldado» (Lc 3, 14). Quizás también nosotros tendremos que revisarnos si nos contentamos con lo que nos toca o si queremos aprovecharnos de situaciones ante quién sea, no importa. Pero lo importante es convertirnos al Señor que llega y que quiere que nosotros le abramos el corazón. 4.- Bautismo de Espíritu Santo Juan predicaba un bautismo de agua y de penitencia, pero él anuncia que Jesús hará un bautismo de Espíritu Santo y de fuego: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, y no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego» (Lc 3, 16). Nosotros todos hemos sido bautizados en este bautismo de Espíritu Santo y fuego, no un simple un bautismo de agua y de conversión, el nuestro también tiene agua y conversión, pero supera porque tiene el Espíritu, tiene el don de Jesús. Ese fuego del Espíritu debe quemar en nosotros lo que no funciona bien, la escoria debe quedar quemada para que el oro quede purificado. Tenemos una gran ventaja respecto a los paisanos de Juan porque nosotros tenemos a Jesús, a su bautismo y a su presencia, que ellos no tenían este tipo de presencia. Con lo cual, a mayor razón debemos convertirnos mejor. 5.- Ministerios de Lector y Acólito Al igual que las figuras centrales del Adviento, Juan el Bautista, María y el profeta Isaías, la Iglesia es hoy voz entre los hombres que lleva la Palabra única que sale de la boca de Dios, el Hijo Unigénito en el que Dios nos lo ha dicho todo junto y de una sola vez. En Cristo lo ha revelado todo. No hacen falta más revelaciones, no hacen falta, no son necesarias. Ni revelaciones, ni apariciones, ni nada, no son necesarias. No añaden nada a lo que Cristo ya nos ha revelado. Esto es un paréntesis y una advertencia para que vayamos a la fuente, al manantial de la Palabra de Dios, no a oráculos humanos que a veces se oyen en nuestros días. Esto, en este momento y en esta celebración, para todos nosotros también tenemos que ser como Juan: “Voz”, precursores del Señor que prestemos nuestra voz para que la Palabra, Cristo, pueda oírse. Y “como anillo al dedo” los Lectores hoy recibiréis el ministerio para proclamar la Palabra, no solamente que podamos hacerlo todos en nuestra vida, sino que vosotros concretamente vais a recibir un ministerio especial para proclamar esa Palabra en la celebración litúrgica. Ahí hay que cuidar que lo que digáis sea la Palabra del Señor y no la vuestra. Que la asimiléis previamente, que la leáis, que la meditéis para proclamarla mejor después. Los dos ministerios, tanto el Lectorado como el Acolitado, son para servir a la Iglesia, no para servirse de, como el tema de los soldados o de los publicanos recaudadores de impuestos. Los lectores prestaréis vuestra voz al Señor para proclamar la Palabra de Dios. Y los Acólitos serviréis en el altar para celebrar el sacrificio de Cristo, que se ha ofrecido por toda la humanidad. Vamos a proseguir la celebración y vamos a pedirle a la Virgen nuestra Madre, otra de las figuras eminentes en este Adviento, que nos ayude a prepararnos para la venida del Señor cada día, para que nos anime a escuchar la Palabra, a hacerla nuestra, como Ella que meditaba todas las cosas en su corazón y las guardaba, pero después las vivía. Y que nos ayude a esperar con el mismo cariño con que Ella esperaría el nacimiento de su Hijo. Amén. Más artículos de: Homilías Entrega de la “Luz de Paz de Belén” (Catedral-Málaga)Confirmaciones en la parroquia de NªSª de la Encarnación (Alhaurín el Grande) Compartir artículo Twitter Facebook Whatsapp Enviar Imprimir