NoticiaPentecostés ALEJANDRO PÉREZ. Iglesia, ¡feliz Pascua de Pentecostés! Publicado: 30/05/2020: 15967 ALEJANDRO PÉREZ VERDUGO Este viernes celebrábamos S. Pablo VI, papa, Pentecostés a las puertas, toca a su fin esta Pascua tan peculiar y final del mes de mayo, dedicado a la Virgen. Este domingo, la Visitación de la Virgen quedará eclipsada litúrgicamente por Pentecostés; pero por esas cosas de la liturgia, se nos devuelve la memoria de la Virgen al día siguiente, 1 de Junio, con la celebración de Sta. María Madre de la Iglesia. Espíritu Santo, la Virgen María y la Iglesia, ¡qué hermosa combinación! Tras el Espíritu, la primera, es la Virgen en la Iglesia. Muchos regalos del Señor que hemos de contemplar, gozar y aprovechar. Vendrán otras pascuas si Dios quiere, mientras caminamos como pueblo de Dios hacia el final de la historia. Cada uno vivirá y experimentará las suyas, sus pascuas, siempre con y en la Iglesia. Pero esta Pascua habrá sido muy especial para todos los que vivimos este 2020; y será distinta a otras pascuas, cuando finalice con una actualización de la efusión del Espíritu Santo sobre la Iglesia que nos capacite para abrir y recorrer nuevos e insospechados caminos. Quizá con una mayor perspectiva y distancia, más adelante, podremos hacer un balance. Pero, en cualquier caso, es innegable que de esta Pascua, en medio de la pandemia, sólo podremos hablar nosotros, los que aún vivimos en este mundo. Pentecostés es un acontecimiento integrado en el acontecimiento de la cruz y en el hecho histórico de la resurrección del Señor. Cristo cumple su promesa. El envío del Espíritu ejerce una presencia renovadora en la Iglesia como no se había dado antes de aquel día en el Cenáculo. Por eso, a partir de este domingo todo ha de ser renovado. No hemos de tener miedo a nuevos horizontes porque vamos, como en estos meses de la pandemia, y siempre, con Cristo y de la mano de María. De ella no se puede hablar sin el Espíritu Santo, porque ella ha sido tocada por el Espíritu Santo que la ha transformado en su maternidad, en su fecundidad esponsal, en su virginidad y en su presencia en la Iglesia. Por eso la vida de María, transformada, nos invita a la imitación del Hijo. Toda ella es preciosa, única, ante los ojos de la fe que la contemplan con un amor de hijo. Ella nos introducirá en el Tiempo Ordinario que no ha de ser “como siempre”, sino tiempo misionero que abre nuevos surcos encarnados en la tierra de cada día. Pentecostés nos recuerda nuestro nacimiento, nuestro origen, nuestra raíz, nuestros genes: somos Iglesia, una gran familia, una estirpe con millones de antepasados, pertenecientes a estos últimos veintiún siglos. Una historia de salvación en la que hemos sido injertados por el bautismo, por pura gracia y por pura misericordia. Pentecostés manifiesta una relación mutua de alianza entre Espíritu Santo e Iglesia que permanece intacta e inquebrantable en la historia. El Espíritu Santo, que fue llevando a Jesús por los caminos del cumplimiento de la voluntad del Padre, ahora nos coloca, a nosotros, la Iglesia, y en ella a la iglesia diocesana de Málaga, en unos inicios del siglo XXI no fáciles pero apasionantes. La misión es apasionante porque es de Cristo y vamos juntos en la misma barca. El Espíritu Santo sitúa a la Iglesia en el corazón de una humanidad enferma para que pongamos salud, en el corazón de una humanidad dividida para recrear la unidad, en el corazón de una humanidad desorientada para regalar luz. Cristo es nuestra luz, nuestra unidad y nuestra salud. Celebremos Pentecostés que es el día de todos los cristianos: los laicos (niños, jóvenes, adultos y ancianos) de todas las pertenencias, todos los carismas y todos los modelos de consagrados, los religiosos y religiosas, los monjes y monjas, las vírgenes, los misioneros, los ordenados diáconos, presbíteros y obispos, y, a la cabeza, en esta hora, el Papa Francisco, Sucesor de Pedro. Pentecostés es el día de toda la Iglesia, de todos; es tu día y es el mío. ¡Que alegría pertenecer a la Iglesia! Con la Virgen María, fecundada por el Paráclito, todo esto se entiende mejor, porque supo estar en su sitio, al pie de la cruz y al pie de la misión, aquel día que llegó el Espíritu Santo. No nos privemos de la misión y no nos privemos de su fuente: la liturgia. Termino con unas palabras de S. Ignacio de Antioquía a los Magnesios: “Nada hay mejor que lo que vosotros hacéis en común: una misma oración, una misma súplica, un solo y mismo espíritu, una misma esperanza animada por la caridad de un gozo inocente. Acudid todos para reuniros en el mismo templo de Dios, a los pies del mismo altar, es decir, en Jesucristo uno, salido del Padre único, siempre unido a Él y que a Él retorna”. Feliz Pascua de Pentecostés. Habrá más pascuas, si Dios quiere, pero ésta habrá sido inolvidable. ¡Un abrazo a todos, en Cristo, nuestra Pascua!